El origen de la violencia pueden ser insultos o gritos, descalificaciones sin fundamento, discursos de odio o… el silencio del desprecio. La semana que viene se cumplen 5 años de gobierno donde todos los días entre semana se difunden las palabras mañaneras del presidente López Obrador. 

Miles de horas con un discurso excluyente, donde sólo la voz del mandatario se escucha ante las preguntas de un auditorio de presuntos periodistas, la mayoría, que en muy pocas ocasiones disienten o debaten las respuestas. Es la comunicación en un solo sentido donde el diálogo entre la policromía de ideas que existen en el país desaparece para dar un solo color, un solo tono a un discurso desgastado y lleno de lugares comunes, de desprecio cotidiano. 

En cinco años el gobernante no ha tendido la mano o la palabra a la oposición, que representa al menos el 40% de la población. La tarea del resentimiento persiste ante el asombro de quienes comprenden que la política es la construcción de acuerdos y la participación de muchas voces en libertad. 

Hay un silencio que divide, que destruye puentes y confronta a un México deseoso de paz y armonía. El daño del silencio entre gobierno y oposición, la falta de diálogo en el Poder Legislativo y el rompimiento voluntario del Poder Ejecutivo con el Judicial, crea una zona que sólo puede acarrear males. 

Dos generaciones hemos luchado por conquistar la democracia y el resultado es un monólogo que incluso rompe consigo mismo. Cuando las voces de Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas dejaron de ser relevantes para Morena, cuando la concentración de poder fue aplaudida por la inmensa mayoría de los legisladores en la Cámara de Diputados y el Senado, surgió ese vacío de autodesprecio. Los diputados y senadores de Morena y sus partidos afines, crearon una zona de silencio donde no existen voces propias sino solo el eco de Palacio.  Las voces de la oposición son simple ruido de fondo para la mayoría de Morena y sus aliados. 

Sólo en las autocracias al estilo de Cuba, Venezuela y Nicaragua existe el silencio absoluto para quienes piensan distinto, para quienes desean conservar su individualidad, su libertad de pensamiento. 

¿Qué hubiera pasado si desde hace cinco años en Palacio Nacional existiera la aceptación del otro, del adversario como parte indispensable de la democracia? Porque la civilidad y el desarrollo no pueden comprenderse si hay silencio violento. 

Cuando López Obrador incumplió la ley al no darle derecho de réplica a la senadora Xóchitl Gálvez, reafirmó su talante autocrático. Cuando nunca recibió a la oposición para un diálogo en favor de todos, violentó la convivencia política. Porque el país no es ni debe ser de una sola ideología o de las ideas de un solo hombre. Son muchas y variadas las visiones de lo que debemos ser, y en esa multiplicidad está la riqueza que conforma nuestra identidad. 

El silencio entre amigos, familias o naciones provoca dolor. Ignorar al otro, hacerle la “ley del hielo”, es una forma de violencia política. Lo malo es que, si los hábitos de censura, desprecio y maniqueísmo son el ejemplo, transitan a todas las entidades. El presidente no escucha; los gobernadores ignoran; los alcaldes fingen y los diputados sólo oyen las palabras de su líder. 

Sí, el silencio es violencia cuando segregamos, cuando despreciamos al otro. Este debe ser un tema para la elección. 

**El voto es tu voz, nunca te quedes callado**

 

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