El espionaje es inseparable de la literatura inglesa. Daniel Defoe, Somerset Maugham, Graham Greene y, por supuesto, David Cornwell, mejor conocido como John Le Carré, fueron agentes secretos. Los enigmas de la lealtad y la traición fascinan a un oficio que depende de concebir y manipular vidas ajenas.
En Gentleman Spies, John Fisher menciona la dificultad de encontrar datos sobre una profesión oculta, pero su bibliografía incluye cerca de 150 títulos, algo impensable en otras latitudes.
Como el cricket, el espionaje define la cultura inglesa. En cambio, desconocemos a los agentes mexicanos. Gilberto López y Rivas decidió ser la excepción, publicando su testimonio como agente de la URSS: Nadie puede ser amigo de todos. A los 80 años, sintió la necesidad de escribir sus memorias de militante político y no pudo excluir la parte más insólita, dedicada a su participación en el GRU (Directorio Principal de Inteligencia), fundado por Lenin en 1918.
La vida de López y Rivas da para una agitada serie de televisión. Indignado por la injusticia social, a los 17 años debutó como militante comunista, posteriormente se incorporó al grupo guerrillero 23 de Mayo, participó en el movimiento estudiantil del 68 y escapó a la matanza del 2 de octubre, asesoró al gobierno sandinista en Nicaragua, fue diputado por el PRD (al que renunció en 2003) y delegado en Tlalpan. Desde 1994 apoya al zapatismo.
Estas turbulencias no limaron su buen humor. En cualquier asamblea, Gilberto transmite el mismo entusiasmo con el que funge de anfitrión en su pequeño y acogedor departamento en Tlalpan.
En 2018 fuimos a Chapingo para apoyar la campaña de Marichuy como vocera de los pueblos indígenas. De ida, hablamos de política nacional y estuvimos de acuerdo en todo; de regreso, hablamos de la URSS, Cuba y Venezuela, y no estuvimos de acuerdo en nada. Tanto las coincidencias como las discrepancias sellaron nuestra amistad. Gilberto es incapaz de no brindar afecto, rasgo que le debe mucho a su excepcional compañera, la antropóloga Alicia Castellanos.
Los espías cautivan. Cuando trabajé en nuestra Embajada en Berlín Oriental, conocí a un topo de Occidente incrustado en el servicio exterior comunista: Martin Winkler. Sociable y carismático, era nuestro invitado favorito.
Ben Macintyre, autor de The Spy and the Traitor, opina que esa seducción se apoya en un rasgo oscuro. Un trauma erótico o psicológico es compensado por una vida alterna. En The Pigeon Tunnel, Le Carré define a Kim Philby, el máximo espía soviético oculto en las filas de la inteligencia británica, como alguien tan adicto a la mentira como al alcohol. Pero hay espías eminentemente políticos, que operan por convicción. Es el caso de López y Rivas.
En su libro, narra el momento en que fue reclutado en México, en 1962, para crear identidades de agentes soviéticos que ingresaban a Estados Unidos como falsos mexicanos. De 1971 a 1978, se trasladó a Estados Unidos, donde concluyó su doctorado en estudios chicanos y dio clases. Ahí fungió como correo de la inteligencia soviética hasta que el FBI lo descubrió y plantó documentos de contrainteligencia que él mandó a Moscú.
La comunicación con el GRU solía hacerse en clave Morse, usando diversos códigos. Uno de ellos era: Nadie puede ser amigo de todos. Detenido por el FBI, López y Rivas aceptó ser espía y se negó a dar sus contactos. Pensó que acabaría en prisión, pero se benefició del orden democrático. Durante años, el FBI había violado su derecho a la vida privada, interviniendo sus teléfonos y revisando su correspondencia; además fue arrestado en compañía de un menor de edad. El acusado pudo volver a México: “Admiro al Departamento de Justicia por eso”, afirma. Desde entonces milita en forma pública.
En 2000, David Wise, exagente del FBI, publicó Cassidy’s Run, donde acusa sin evidencia a López y Rivas de recibir dinero de Moscú. Curiosamente, fue el propio Wise quien plantó la falsa información que el mexicano envió a Moscú. En un juego de espejos, el rival en la sombra pasó a la escritura.
Más allá de que el lector coincida o no con las ideas del antiguo agente soviético, Nadie puede ser amigo de todos es un imprescindible testimonio de los entretelones de la Guerra Fría.
A los 80 años, con su habitual sonrisa, López y Rivas tomó la decisión más sorprendente en un espía: contar la verdad.
HLL