La productividad es la capacidad de hacer las cosas correctamente con el menor esfuerzo y el menor gasto de recursos.”

Peter Drucker

 

Horas y horas pasan en una palabrería interminable durante la presentación diaria del presidente López Obrador. Aunque no queramos, tenemos que toparnos con su lenguaje y su ideología. De toda la verborrea, no recuerdo escuchar la palabra “productividad nacional”.

Desde el penoso trapiche* que presumió como ejemplo de economía popular; desde que derribó la obra más importante de infraestructura en Latinoamérica, hay palabras proscritas: inversión privada, productividad nacional o crecimiento económico.

Si vamos a las estadísticas del INEGI, encontramos que la productividad laboral en México en el tercer trimestre de este 2023, estuvo 3.8%  debajo de la que teníamos en 2005. A pesar de que varios millones se han incorporado a la fuerza de trabajo formal e informal, el pastel no ha crecido.

El problema es uno de liderazgo político y empresarial, nunca de un problema laboral como lo es en Argentina. En México las políticas públicas no ayudaron a mejorar la productividad general del país por una pésima administración de los recursos humanos y de capital.

Si nos comparamos con China entendemos con claridad lo que sucedió durante dos generaciones. En el país asiático 780 millones de personas se levantan todos los días para trabajar con tanto afán, que igualaron el ingreso promedio del mexicano. De tener un ingreso en 1978 de 200 dólares por habitante, en 2022 superan los 12 mil. Multiplicaron por lo menos 15 veces su productividad si contamos la inflación.

Mientras aquí planteamos una reducción de la jornada laboral a 40 horas, los chinos promedian 49 horas y seis días de trabajo. El problema no es cuántas horas trabajamos, sino lo que producimos. En Alemania la jornada semanal es de 35 horas pero su productividad es de las más elevadas del mundo.

Al final del sexenio llegarán las cuentas del dispendio más grande desde el periodo de José López Portillo. El gobernante no sólo faltó a su palabra de no endeudar más al país sino que utilizó billones de pesos para sostener a Pemex y construir un tren que saldrá más caro que dos años completos de salud pública federal y una refinería que valdrá, también, más de un año de gasto en salud.

El problema no es apoyar a los desvalidos, a los ancianos o a los jóvenes con aspiraciones; el problema es que no aumentamos lo que producimos por habitante, lo que invertimos en investigación y desarrollo o el ahorro y la inversión interna.

Los chinos comenzaron por ahorrar la mitad de lo que ganaban. El ahorro interno llegó a ser del 50% del PIB. Si a eso sumamos los ríos de inversión que han llegado para convertir ese país en la fábrica del mundo, tenemos un competidor ahora imbatible.

Escuchamos y leemos sobre los tropiezos de su líder Xi Jinping, quien encerró durante más de dos años a la población por la pandemia; vemos filas de edificios multifamiliares vacíos, incluso pueblos completos que son fantasma por el apetito de las ganancias inmobiliarias del capitalismo sin freno. Sin embargo, nunca un país había construido tanta infraestructura en tan poco tiempo. Trece aeropuertos internacionales de clase mundial, trenes bala que cubren trayectos de 900 ciudades y carreteras como nunca habíamos visto desde que Eisenhower construyera las interestatales en los Estados Unidos de los años 50. (Continuará)

 

**Recuerda: tu voto es un ladrillo que construye el México del futuro**

 

*Trapiche. Máquina ancestral impulsada por una mula para moler o exprimir. 

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *