El papa Francisco promueve la prohibición de la gestación subrogada, es decir, pagar por un vientre ajeno para alumbrar a quien no será hija o hijo biológico del vientre arrendado. El papa Francisco tiene razón, sobre todo cuando una pareja quiere “ahorrarse” un embarazo y subrogar 9 meses de esfuerzo para alumbrar a un ser humano que no le dirá nunca mamá a quien lo ve nacer. El problema, como siempre, es perseguir un “delito” íntimo.
La tecnología moderna tiene muchos ángulos morales y éticos. La apertura social hacia las diferentes relaciones entre parejas homosexuales de hombres y mujeres plantea la posibilidad de lograr descendencia a través de la ayuda de terceras personas. La “renta” de vientres se extendió en sociedades liberales.
Para matrimonios imposibilitados de gestar su descendencia fue una bendición, para quienes pagan sólo por la comodidad de no enfrentar un embarazo, hay una indudable carga ética. El Papa y algunos gobiernos como el de Italia, lo consideran una falta moral que debe trascender a lo penal.
La madre que gestó al nuevo ser humano, a sabiendas de que no es un embrión concebido por ella, no deja de sentir la pertenencia del fruto de su sacrificio y esfuerzo, independientemente de lo que pueda recibir en dinero. La formación de un “mercado” de gestadoras, por así decirlo, sólo puede explicarse por la facilidad de fecundar y congelar un embrión para su posterior gestación.
Hay mujeres de mediana edad en soltería o sin pareja que deciden preservar sus óvulos por si, al paso del tiempo, no pueden concebir de forma natural. También hay un cambio de percepción sobre las oportunidades que existen para quienes no pudieron tener hijos en su edad reproductiva y se abre una ventana a la maternidad mediante la implantación de embriones.
Las implicaciones sobre la doctrina de la Iglesia y los modernos métodos de concepción y gestación abren un tema que no se puede esquivar. Durante la década de los sesentas vino la revolución de los anticonceptivos. Fueron años de combate doctrinario. El Vaticano se opuso al control natal mediante la píldora y recomendó algunas soluciones poco realistas como el método Billings. En África tuvieron la mala idea de prohibir los condones a pesar de que la epidemia de Sida se extendía por muchos países. Pecado social de una doctrina imposible de justificar.
Al paso del tiempo el control natal dio avance a la revolución sexual y a la planeación familiar. La Iglesia olvidó el tema de la prohibición y se ajustó a la realidad, como siempre lo ha hecho ante los cambios de la moral social. El arcoíris de la orientación sexual de las nuevas generaciones también puso en entredicho la misma humanidad de la doctrina católica. Excluir, expulsar o condenar la condición humana distinta a la heterosexualidad perdió vigencia ante el ascenso de las libertades individuales de nuestra época.
El problema para la sugerencia del Papa y de los gobiernos al prohibir la gestación subrogada es que resulta prácticamente imposible de controlar. Al igual que el aborto, prohibido en otro tiempo, nadie puede intervenir en la libertad individual de una mujer de servir como conducto de vida, a pesar de que no sea de sus propios genes.
El país se prepara para la autorización legal del aborto. Veremos discusiones interminables. Quienes vemos en un aborto un fracaso, jamás desearíamos que suceda; quienes gestan en su cuerpo un embarazo no deseado, jamás deberían ser obligadas, por ley, a no abortar.
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