“Detrás de la gran piedra y del pasto, está el mundo en que habito”. La novela De perfil comienza con la invitación a pasar a una realidad aparte. Por ese umbral, miles de lectores entramos a la literatura. El protagonista no tiene nombre: podía ser cualquiera de nosotros, retratado en inconfesable intimidad.
Dueño de un oído excepcional, José Agustín no se limitó a calcar el lenguaje juvenil. Su apuesta fue más alta: reinventó la narrativa a partir de los estímulos de una época donde la rebeldía era desafío lingüístico. Los sistemas autoritarios fomentan el ingenio. En los años sesenta, una irreverente generación decidió algo profundamente insólito: “cotorrear el punto”. ¡Los nuevos escolásticos reinterpretaban la escritura!
Crítico de rock, autor de cómics, guionista y director de cine, José Agustín se apropió de recursos de la contracultura sin imitarlos en forma mecánica. Discípulo de Juan José Arreola en el cuento y Emilio Carballido en el teatro, cultivó el rigor estilístico y calibró el peso de cada palabra.
Con insolente precocidad, a los 17 años escribió un Diario de brigadista, donde recogió sus experiencias como alfabetizador en la Cuba revolucionaria. Guardó ese material en un cajón y a los 20 años debutó con la novela breve La tumba, que inauguró un estilo: “Algo de Op, algo de Pop, algo de Beat se estructuran en una narración rápida, aguda”, escribió Ramón Xirau. En 1966, De perfil confirmó las promesas de su primer libro. A partir de entonces, la brillante trayectoria de Agustín no estuvo libre de malentendidos. Celebrado como chamán de la psicodelia y evangelista de la “chaviza”, no siempre fue visto como lo que también era: el creador de situaciones introspectivas en las que confluían el I Ching, la unión del Zen y la filosofía occidental de Alan Watts y las teorías de Jung.
En el cuento “Cuál es la onda” demostró que lo decisivo no tiene lugar. Una pareja pasa de un sitio a otro en busca del escenario para su amor sin llegar a la meta codiciada. La onda es una dinámica incesante: preserva el deseo al no consumarlo.
Como dramaturgo, Agustín escribió Círculo vicioso, que recrea con claustrofóbica tensión su primer día en la cárcel de Lecumberri, donde fue injustamente encarcelado. Al igual que Cervantes, concibió su mejor obra en el presidio: Se está haciendo tarde (final en laguna), cuyo desenlace es una trepidante persecución en coches que se convierte en aventura interior. Atrapados en un auto, los personajes conquistan la libertad imaginada por un preso.
En 1978, El rey se acerca a su templo sorprendió como una novela con dos portadas, que empezaba y terminaba en forma dual, y en 1982 Ciudades desiertas ofreció una desternillante comedia sobre el machismo y la visión mexicana del mundo gringo.
Años después, Cerca del fuego supuso un cambio de piel. El protagonista ha perdido la memoria reciente y debe reaprender su trato con el entorno, tema ideal para un novelista que deseaba mudar de estilo. Este sentido de la innovación y la ruptura determinó novelas posteriores, como Vida con mi viuda y Armablanca.
Al margen de los grupos literarios y las prebendas oficiales, Agustín fue un ejemplo ético. Su trilogía Tragicomedia mexicana revisa la historia política y cultural de México con incomparable independencia intelectual. Cuando le preguntaron si le gustaría que la calle de Campánulas, donde vivía en Cuautla, llevara su nombre, contestó que jamás aceptaría sustituir a una flor. Generoso con los colegas, fue su anfitrión en Letras vivas, uno de los pocos programas amenos sobre literatura mexicana.
El mejor de nosotros fue herido por la admiración. En 2009, firmaba autógrafos en un teatro de Puebla cuando la multitud lo arrinconó y cayó al foso de la orquesta. Se fracturó el cráneo y a partir de entonces se alejó de la escritura.
El protagonista de El guardián en el centeno, novela de J. D. Salinger que tanto influyó en Agustín, tiene la ilusión de salvar a los niños que pueden caer en un barranco. De perfil cumplió ese cometido. La adolescencia es una oportunidad de abismo. Un novelista lo confirmaba y ofrecía rescate: la realidad puede ser terrible, pero nada es tan divertido como contarla. Ese contacto iniciático abrió un camino infinito, hacia los libros futuros del maestro y hacia otros autores.
La vida material de José Agustín concluyó el 16 de enero, un día de invierno, en que su jardín florecía.