“Cada vez que algún político que no entiende algunas cosas quiere insultar a alguien, le dice neoliberal”

Ernesto Zedillo Ponce de Léon. 

Eran los primeros días de 1995 cuando un presidente preocupado, nervioso y titubeante se dirigía a la nación para explicar la grave circunstancia en la que estaba el país. Aún recuerdo su corbata azul oscura con pequeños puntos blancos que parecían anunciar la sobriedad y la austeridad que vendría.

Ese presidente en apariencia atribulado, débil y carente de poder haría verdaderas transformaciones en el país, sin nombrarlas como cuarta, quinta o sexta, sin presumir, sin propaganda cotidiana y sin agredir a nadie. Parecían todos los del gobierno sudar como lo hacía profusamente el entonces secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz. El país estaba a punto de caer en un barranco por la complicada deuda que había dejado Carlos Salinas de Gortari. No es que fuera algo insalvable por su monto (unos 40 mil millones de dólares), sino porque era a un muy corto plazo de 6 meses y los acreedores no querían renovarla.

Los bancos mexicanos, que habían alargado sus carteras de crédito con una codicia nunca vista, también estaban a punto de no poder regresar sus ahorros a los depositantes. Las empresas sufrían la devaluación, la inflación y sus dueños depresión. Fueron días negros. Entonces no imaginábamos que el capitán del barco, el timonel de la economía y uno de los hombres más preparados para ejecutar políticas públicas, era el mismo personaje que tan mal retrataba en sus primeras apariciones.

Ese año la economía se encogió un 7 %, hubo cientos de miles de despidos y ajustes. Para salvar la circunstancia Zedillo hizo lo correcto: pidió ayuda a Bill Clinton para que el Congreso de los EEUU aceptara otorgar un crédito por 30 mil millones de dólares. Luego el odiado FMI puso algo más y la banca internacional apoyó. En poco menos de 18 meses el país pagaba por adelantado la deuda, los mercados volvían a funcionar y los ahorros de los mexicanos estaban a salvo. 

De no ser por el Fobaproa o si no hubiéramos pagado los llamados “Tesobonos”, la economía se hubiera encogido 30 %, un desastre que sólo lo han vivido países como Venezuela. 

Pero eso no fue todo; Zedillo privatizó trenes, encarceló al hermano del presidente Salinas de Gortari y a él lo exilió; abrió más la economía al exterior, inició el sistema de ahorro que ahora tiene más de 7 billones de pesos, un ancla que ha dado certidumbre hasta nuestros días. A pesar de que el petróleo estaba a 12 dólares el barril, el país creció vertiginosamente y al final del sexenio y del encogimiento inicial de ese 7 % en 1995, terminó con un crecimiento del 19%, algo que ninguno de sus sucesores pudo superar. 

Zedillo es el más respetado, querido y reconocido expresidente del país; también es el más preparado y cosmopolita. Apoyó el nacimiento del órgano electoral autónomo precursor del INE. Quiso privatizar el sector eléctrico y ¿quién cree que lo vetó por pura mezquindad?, el PAN. 

En su legado está algo más profundo, algo que podemos perder si no despertamos ante la amenaza totalitaria: la democracia. En el 2000 jamás intervino para que ganara a la fuerza el PRI. Como un verdadero demócrata, respetó las campañas sin entrometerse. Todo un patriota. Habrá tiempo de comparar.

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