El 3 de octubre de 1960 Timothy Leary y Aldous Huxley almorzaron en el Faculty Club de la Universidad de Harvard. En su libro Las puertas de la percepción (título tomado de un poema de William Blake que también bautizaría al grupo The Doors) Huxley había narrado su vibrante experiencia con la mescalina. Por su parte, Leary era doctor en psicología y experimentaba con la psilocibina. Cuando ambos revisaron el menú, de inmediato supieron qué pedir: “Sopa de hongos”.

Tanto Huxley como Leary se habían interesado en los paraísos artificiales de las drogas después de viajar a México, donde no sólo descubrieron las plantas sagradas de los huicholes y los zapotecas sino la posibilidad de consumirlas en forma regulada; durante siglos, los pueblos originarios habían utilizado los hongos y el peyote con fines ceremoniales, curativos y recreativos sin aniquilarse. ¿Era posible reproducir eso en la sociedad industrial?

Ni el escritor ni el psicólogo pensaban entonces en hacer un uso indiscriminado de los estupefacientes. Actuaban convencidos de que los fármacos de la conciencia debían legislarse y que una política del éxtasis era posible.

Poco antes de ese encuentro, Leary había escrito en papel membretado de la Universidad de Harvard a los laboratorios Sandoz, de Suiza, explicando su proyecto. A vuelta de correo recibió una dotación gratuita de psilocibina. Tiempo después, el laboratorio le ofrecería la droga creada por Albert Hofmann, candidato al Premio Nobel de Química: ácido lisérgico.

Leary se convertiría en el principal profeta del LSD. Su carisma y su capacidad de seducción hicieron de él un gurú que se alejó paulatinamente de la ciencia para abrazar un hedonismo sin fronteras. Los cómplices de su proyecto integraban un elenco ejemplar: el poeta Allen Ginsberg, el novelista Jack Kerouac, el pintor Willem de Kooning, el jazzista Thelonious Monk, el antropólogo Carlos Castaneda, el comunicólogo Marshall McLuhan, entre muchos otros.

Pero no todos comulgaron con sus ideas. William Burroughs, que había tomado suficientes drogas para matar insectos con su aliento, criticó a Leary por su ingenua promesa de acceder al “amor universal” con LSD. Y el filósofo Alan Watts, autor de El arte de ser Dios, señaló que los estimulantes servían como una llamada de atención para utilizar medios espirituales: “Una vez que recibes el mensaje debes colgar el teléfono”.

En un par de años Leary se consolidó como profeta del autoconocimiento y la transformación de la conducta logrados con prácticas psicodélicas.

El LSD fue legal hasta el 6 de octubre de 1966. Antes de eso, Harvard decidió que la expedición introspectiva de Leary era demasiado arriesgada: el 30 de abril de 1963 terminó su contrato.

Sin posibilidades de ejercer en Estados Unidos, el Doctor Cósmico desvió la vista al país que lo había iniciado en la búsqueda del éxtasis. Ya en 1962 se había instalado en el Hotel Catalina de Zihuatanejo con veinte viajeros de la mente y repitió la estancia en 1963. Durante dos veranos México fue la sede mundial de la expansión de la conciencia. La cultura pop había conquistado el imaginario mundial; de manera paradójica, los hábitos de los pueblos originarios cobraron relevancia mediática gracias a Leary y sus acólitos.

Esa experiencia también llamó la atención de la CIA, que estudiaba el LSD como un posible “suero de la verdad”. Un personaje singular de esta trama fue Mary Pinchot Meyer, quien pidió a Leary LSD para un “amigo íntimo muy importante”. El 12 de octubre de 1964 Mary fue asesinada en Washington. Estaba casada con Cord Meyer, alto funcionario de la CIA, y era una de las amantes de John F. Kennedy.

Por presión de Estados Unidos, el gobierno mexicano expulsó a Leary. Antes de irse, y de seguir un camino progresivamente irresponsable, el doctor propuso que México se convirtiera en la “Suiza psicodélica”, administrando los fármacos de la conciencia de manera controlada y prohibiendo sustancias nocivas. De no hacerlo, todo quedaría en manos del crimen organizado.

En tiempos del fentanilo y la sangre derramada por la “guerra contra el narcotráfico” quise recuperar la utopía que se vislumbró en México en los años sesenta. El resultado fue la obra Hotel Nirvana.

Los astros se alinearon para llevarla al Teatro de las Artes este abril, antes y después del eclipse de sol.

 

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