Si Houdini convirtió la huida en espectáculo, O. J. Simpson la convirtió en un desesperado acto de supervivencia. Nacido en 1947, enfrentó en la infancia el desafío de poder caminar. Una deficiencia en la asimilación de calcio lo llevó a usar un aparato ortopédico; desde entonces supo que si escapaba a esa limitación viviría para correr.

En la adolescencia se unió a Guerreros Persas, pandilla con la que cometió ilícitos que lo llevaron a la correccional de menores. Después de su tercer arresto conoció al legendario beisbolista Willie Mays, quien le aconsejó que pusiera su rabia al servicio del deporte. Pocos mentores han tenido mayor efecto: el chico que escapaba de la policía desplegó la misma habilidad en el futbol americano; no corría para llegar a las diagonales sino para salvar el pellejo. La imposibilidad de atraparlo definió su apodo: The Juice (“El Jugo”).

Destacó en el futbol colegial con los Troyanos de la Universidad del Sur de California y fue contratado en la NFL por los Buffalo Bills, donde reinventó el arte de la fuga. En 1973 fue el primer corredor que superó las dos mil yardas en una temporada.

Miembro del Salón de la Fama, se transformó en una figura de fantasía. Borró sus nombres de pila, Orenthal James, del mismo modo en que borró la enfermedad, la pobreza y las penurias del comienzo.

Su apostura y su carisma le permitieron actuar en el cine y la televisión (entre sus créditos se cuentan Raíces e Infierno en la torre), y su reputación de escapista lo llevó a hacer anuncios en los que corría en forma espectacular para alcanzar un vuelo o rentar un coche.

En 1994 dijo que su principal logro era ser tomado en cuenta como hombre, no como hombre negro. Sin embargo, protagonizaría un juicio marcado por controversias raciales.

El 12 de junio de 1994, Nicole Brown, segunda esposa de Simpson, de la que ya se había separado, fue encontrada muerta junto con su pareja, Ronald L. Goldman. El exfutbolista, que la había amenazado y golpeado en numerosas ocasiones, se convirtió en el principal sospechoso del doble asesinato. Su semblante y su celotipia recordaban al Otelo de Shakespeare, de quien Harold Bloom dice: “Cuando Otelo promete ‘no verter la sangre’ [de su esposa], quiere decir solamente que la va a asfixiar”.

Ante el posible arresto, O. J. protagonizó otro espectacular escape: arrancó en una camioneta Bronco y un helicóptero de la televisión y las patrullas lo siguieron durante casi cien kilómetros.

Fue el prólogo de un juicio mediático que dividió a Estados Unidos. Nicole era una mujer rubia y todos los indicios apuntaban a su exmarido afroamericano. Poco antes, policías blancos de Los Ángeles habían golpeado brutalmente a otro afroamericano: Rodney King. Un costoso equipo de abogados defendió a O. J. con el argumento de que era juzgado por el color de su piel. Las evidencias fueron sustituidas por el debate ideológico. El detenido parecía culpable pero la defensa estableció su derecho a ser tratado como blanco, lo cual implicaba gozar de la misma impunidad que tuvieron los policías que atacaron a Rodney King. El proceso tuvo menos que ver con la justicia que con el uso igualitario de la injusticia.

El mejor amigo de Simpson era el empresario y abogado Robert Kardashian, quien lo conoció en la universidad, lo hospedó en su casa durante el juicio y lo acompañó en el equipo de defensa. Kardashian se horrorizó en tal forma del circo mediático, el triunfo de la celebridad sobre el derecho y las mentiras de su amigo que rompió para siempre con él (no sin antes regalarle una Biblia). Pero el destino ama las paradojas y sus hijas se convertirían en las reinas del reality show.

En 1997, un tribunal civil condenó a Simpson a pagar 33.5 millones de dólares a familiares de las víctimas. El exatleta se mudó a Florida. Adicto a la velocidad, fue multado por acelerar en lancha en una zona de manatíes.

Trece años después del asesinato, irrumpió en un cuarto de hotel en Las Vegas para recuperar a punta de pistola los trofeos que había rematado y estaban en manos de un coleccionista. En esencia, buscaba recuperar su identidad perdida.

Condenado a 33 años de prisión, en 2017 quedó libre por buena conducta.

Nada impulsa tanto a correr como la paranoia. Prófugo de sí mismo, O. J. Simpson sorteó toda clase de obstáculos sin escapar a la ansiedad que lo perseguía.

El 10 de abril, a los 76 años, llegó a la meta que nunca quiso alcanzar.

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