La ministra Norma Piña debió tener noticia de lo que sucedía con magistrados y jueces cuando el entonces presidente de la Suprema Corte era Arturo Zaldívar. Se dio cuenta de que se sumió durante meses cuando debió decir que prolongar su mandato por dos años al frente del Poder Judicial violaba la Constitución.
También supo de las aberraciones jurídicas cuando cancelaron todo lo que había en el aeropuerto de Texcoco para darle gusto al presidente López Obrador. Qué decir de todas las presiones que sufrieron magistrados cuando daban amparos contra el Tren Maya por falta de estudio de impacto ambiental.
¿Cómo pudo juzgar correctamente el manto de oscuridad de las obras públicas construidas por el Ejército? Lo más grave y vergonzoso era ver cómo se ponía de tapete ante la mentada 4T y su pontífice máximo. Desde los tiempos del PRI, no veíamos un presidente de la Suprema Corte al servicio de Palacio. Totalmente Palacio.
Norma Piña trajo la dignidad de vuelta al Poder Judicial, regresó con arrestos y fuerza serena a la independencia que marca la propia Constitución, cuyo respeto reside en las manos y en la mente de los ministros. En medio de tanta abyección, surge la figura de una mujer que tiene hoy en sus manos el destino de la democracia en el país.
Mientras la insultaban en el Zócalo y quemaban su figura con la complacencia de López Obrador y de las demás mujeres que lo rodean, la ministra Piña guardaba la prudencia y compostura de una estadista. Hasta la fecha guarda el sigilo de quien sabe cuál es su responsabilidad frente a la Nación. Nunca la máxima figura del Poder Judicial había sido atacada y sobajada con tal furia de parte de lo que parece una secta fanática.
Recordemos cuando la enviaron a una esquina en la celebración del aniversario de la Constitución en Querétaro. Al dar López Obrador su discurso, permaneció sentada en clara resistencia de convertirse en una zalamera más del presidente. Los militares, que tienen menor rango por ser dependientes del Poder Ejecutivo, estuvieron en el lugar que le correspondía a ella. Un insulto implícito, no a Piña, sino al Poder Judicial en su conjunto.
Ahora el viento viaja a su favor. El poder de López Obrador está en el cuarto menguante de la administración. La ministra apenas comienza y tiene mucho poder porque lo ha defendido y no lo entrega en charola como lo hizo el cómplice Zaldívar. Es cierto que necesita de la Fiscalía General de la República para llegar al fondo de las denuncias en contra de Zaldívar. Sin embargo, cuenta con el poder de la verdad.
Si las investigaciones de la propia Corte llegan a la conclusión de que hubo corrupción y sobornos, no habrá quien pueda detener su publicación. Eso será veneno puro para la llamada 4T que pretendía controlarlo todo: Palacio, Cámaras y Corte. Tres poderes en uno solo, sin divisiones, sin disensos.
Norma Piña es la tranca que impide abrir la puerta al totalitarismo y al autoritarismo. Ella es la heroína de nuestro tiempo. Para nunca olvidar, conservo la imagen de Benito Juárez a la vista. El presidente que nos convirtiera en República tiene un gesto sobrio con la mano extendida sellando nuestro destino. Juárez también fue presidente de la Suprema Corte de Justicia. El es el segundo gran transformador después del Padre Hidalgo.
Norma Piña nos hace creer que no todo está podrido en el País. Su postura es admirable.
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