En exclusiva de The New York Times para AM, por: Michael D. Shear

Estados Unidos.- El verano pasado, tan solo unas horas después de que el FBI revelara por qué allanó la casa de Florida del expresidente Donald Trump, en busca de documentos clasificados, un periodista le preguntó al presidente Joe Biden si en algún contexto era apropiado llevarse a casa material ultrasecreto. Casi ahogado por el rugido del helicóptero Marine One a sus espaldas, Biden hizo una especie de confesión.

“Hoy me llevo a casa el PDB de hoy”, dijo en referencia al President’s Daily Brief, el resumen altamente clasificado de inteligencia que cada mañana los principales espías y analistas de la nación le preparan al ocupante del Despacho Oval.

Antes de subir al helicóptero, Biden explicó que su casa de Delaware tenía “un espacio confinado que es completamente seguro”. También hizo notar que el PDB estaba “bajo llave. Me acompaña una persona: un militar. Lo leo, lo vuelvo a cerrar y se lo doy al militar”.

La respuesta del presidente —que llevarse documentos a casa no era indebido, “según las circunstancias”— fue una señal de la frecuencia con la que Biden maneja material clasificado y documentos delicados en su casa de Delaware, en parte porque pasa allí casi todos los fines de semana.

Sin embargo, también fue un indicio del proceso poco conocido mediante el cual, en teoría, se crean, distribuyen, protegen y, en última instancia, se declaran estos documentos dentro de la Casa Blanca, donde casi todo el mundo tiene algún tipo de autorización de seguridad nacional.

Funcionarios actuales y pasados que han sido parte de ese proceso, tanto con presidentes demócratas como republicanos, describieron un elaborado sistema de rastreo del Consejo de Seguridad Nacional (NSC, por su sigla en inglés) para documentos muy delicados como el PDB, pero una difusión más informal para los documentos clasificados que utilizan a diario funcionarios que van desde el presidente hasta los asesores de seguridad nacional de menor rango.

El manejo que ha hecho Biden de documentos clasificados está bajo escrutinio y es el objeto de una investigación del Departamento de Justicia encabezada por un fiscal especial, al igual que Trump. Funcionarios de la Casa Blanca insisten en que los documentos que descubrieron en la casa de Biden en Delaware se quedaron ahí sin querer y sin el conocimiento del presidente. Además, aseguran que han cooperado por completo con los investigadores, mientras que Trump se opuso a ellos, incluso después de haber sido citado.

La semana pasada, el exvicepresidente Mike Pence también reconoció que sus asistentes habían descubierto un puñado de documentos clasificados en su casa de Indiana. La Administración Nacional de Archivos y Registros envió una carta a otros presidentes y vicepresidentes en la que les pidió que también examinaran sus colecciones.

No obstante, en todas las confesiones e investigaciones públicas, se ha eludido la respuesta a una pregunta: ¿cómo pudieron acabar en un lugar equivocado documentos delicados?

 

 

Taller de inteligencia

El material más clasificado y delicado, como la sesión informativa matutina de inteligencia para el presidente, suele crearse fuera de la Casa Blanca y al interior de las agencias de espionaje de la nación: la CIA, la Agencia de Inteligencia de Defensa, la Agencia de Seguridad Nacional.

Cuando este material está listo para que lo reciba el presidente, el vicepresidente u otro alto funcionario de la Casa Blanca, suele enviarse por medio del sistema de correo electrónico clasificado del gobierno a una oficina dentro del NSC llamada “Taller de inteligencia”.

Esa oficina se encuentra en el edificio de oficinas ejecutivas Eisenhower, al lado de la Casa Blanca, y está a cargo de un puñado de antiguos funcionarios de inteligencia y otras personas con experiencia en la protección de secretos nacionales. Mediante impresoras especiales conectadas al sistema de correo electrónico clasificado, el taller de inteligencia imprime los documentos y los junta en una carpeta, según personas familiarizadas con el proceso.

En cuanto está lista la carpeta, la persona que va a informar al “director” —sobrenombre del presidente o vicepresidente— acude al taller de inteligencia a recogerla. El asistente coloca el material clasificado en una bolsa similar a un portafolio con un cierre y un candado.

Los funcionarios del taller de inteligencia registran la entrega: una descripción del material, quién lo recogió, a qué hora se fue y el nombre de la persona que recibió los documentos.

Después de que termina la sesión informativa, se supone que el asistente guarda la carpeta en la bolsa cerrada y la lleva de regreso al taller de inteligencia, donde se registrará su devolución y, en la mayoría de los casos, los documentos se colocan en “bolsas para quemar” y luego se destruyen, según varias personas familiarizadas con el proceso.

Sin embargo, en algunos casos, el director decide conservar los documentos durante días o incluso semanas. En esos casos, los funcionarios del taller de inteligencia deben llevar un registro de los documentos pendientes y mantenerse en contacto con la persona que recogió el material para que a la postre pueda ser devuelto y eliminado.

Dos personas que trabajaron en gobiernos anteriores, quienes pidieron permanecer en el anonimato para hablar sobre el material clasificado, dijeron que los funcionarios del taller de inteligencia solían ser implacables a la hora de garantizar que se devolvieran los documentos más clasificados. Algunos de esos documentos incluso están numerados, para facilitar el rastreo de la información clasificada hasta una persona en particular.

Notas de reuniones mezcladas

Las reglas que rigen el manejo de documentos clasificados han estado vigentes durante décadas en la Casa Blanca, según personas que las conocen, aunque el rigor con que se siguen depende de cada presidente y sus asistentes.

Muchos funcionarios de la Casa Blanca —y casi todos los miembros del NSC— tienen autorización para manejar material secreto y la mayoría tiene acceso a la red de cómputo clasificada del gobierno con conexiones a las agencias de inteligencia y a una impresora, que suele utilizarse para compartir información con otras personas en reuniones.

Los documentos clasificados se distribuyen de forma rutinaria antes de una reunión en la Sala de Crisis o en una de las numerosas oficinas seguras del ala oeste o del edificio Eisenhower. Durante la reunión, todas las notas escritas en los documentos clasificados también se vuelven clasificadas y, en muchos casos, deben conservarse y protegerse.

Sin embargo, la mayoría de la información que se debate e intercambia a diario en esas reuniones no la gestiona el taller de inteligencia, según funcionarios. Los documentos no están numerados ni se les rastrea. Y, aunque se supone que la mayoría se deposita en bolsas grandes para ser triturados, no todos acaban ahí.

Varias personas que han participado en esas reuniones dijeron que los funcionarios suelen llevarse esos documentos a sus oficinas, lo cual facilita que se mezclen con información no clasificada.

“En mi experiencia, era muy probable que ese material simplemente se mezclara con otras cosas”, comentó Neil Eggleston, quien trabajó como asesor de la Casa Blanca durante la presidencia de Barack Obama y recordó que la gente solía manejar material clasificado, en especial durante las reuniones con el presidente. “Se suponía que todos los presentes debían haberlos leído antes de que iniciara la reunión”.

No obstante, según Eggleston, la mayoría de las veces, nadie llegaba después de la reunión y preguntaba: “¿Dónde quedó ese documento?”.

 

 

La Casa Blanca del fin de semana

La mayoría de los presidentes suelen viajar los fines de semana.

Trump pasó muchos sábados y domingos en su propiedad de Mar-a-Lago, en Florida, o en su casa de Bedminster, Nueva Jersey. El expresidente George W. Bush pasaba muchas semanas en su rancho de Crawford, Texas. Ronald Reagan solía hacer negocios en su casa del sur de California.

Sin embargo, pocos lo han hecho con tanta regularidad como Biden.

Durante la mayor parte de las últimas cinco décadas, —primero como senador, luego como vicepresidente y ahora como presidente— la mayoría de los viernes, Biden ha salido de Washington hacia Wilmington, Delaware, para luego regresar a la capital de la nación el domingo o el lunes. Siempre que va a Wilmington, Biden va acompañado de asistentes militares y de seguridad nacional, en caso de que sea necesario que atienda reuniones informativas en persona.

En una entrevista con CBS News en septiembre, Biden reaccionó al hallazgo de información clasificada en la casa de Trump y al hecho de que el expresidente se negó durante un año a devolver información que, según algunos reportajes, contenía secretos nucleares muy delicados. Biden comentó que las acciones de su predecesor le hicieron preguntarse “cómo alguien puede ser tan irresponsable”.

No obstante, tan solo unos meses después, también se están investigando las acciones de Biden. Y, aunque sus abogados se han comprometido a ser mucho más cooperativos que los que representan a Trump, hasta ahora han ofrecido poca información sobre los propios documentos y cómo llegaron ahí.

Hemos intentado equilibrar la importancia de la transparencia pública cuando es apropiado con las normas establecidas y las restricciones necesarias para proteger la integridad de la investigación”, declaró Bob Bauer, abogado personal del presidente, el día después de que el FBI descubrió más documentos clasificados en la casa de Biden en Wilmington, tras buscar durante casi trece horas. Biden no ha vuelto a comentar el tema desde ese día.

EL DATO SOBRE BIDEN

El manejo que ha hecho Biden de documentos clasificados está bajo escrutinio y es el objeto de una investigación del Departamento de Justicia encabezada por un fiscal especial, al igual que Trump. Funcionarios de la Casa Blanca insisten en que los documentos que descubrieron en la casa de Biden en Delaware se quedaron ahí sin querer y sin el conocimiento del presidente.

c.2023 The New York Times Company

JRL

 

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