La primera vez que vemos a una mujer tomar su pluma en defensa de su sexo” fue en la Francia del siglo XV. Así lo aseguraba Simone de Beauvoir, en su ensayo El segundo sexo, uno de los textos fundamentales del feminismo moderno. Esa primera feminista de finales de la Edad Media era Christine de Pizan, poeta y erudita que defendía ideas tan “revolucionarias” como que la inferioridad femenina en realidad no era natural y que si las niñas tuvieran una educación igual a la de los niños “aprenderían y entenderían las dificultades y las sutilezas de todas las artes y las ciencias tan bien como los hombres”.
Christine de Pizan nació en Venecia en el año de 1364. Su padre se llamaba Tomás de Pizan que era un gran intelectual (físico, astrólogo de la corte y canciller de la república) y profesor de la Universidad de Bolonia. Como consecuencia de su prestigio cultural fue llamado a la Corte de Carlos V de Valois, rey de Francia, para desempeñar funciones de médico, físico, alquimista, astrólogo, etc.
Tomás de Pizan apoyó la formación de su hija Christine en contra de la opinión de su madre quien prefería instruirla en las labores del hogar. La joven muchacha llegó a hablar varios idiomas: el italiano -lengua materna- además de latín y francés, el elegido para escribir sus futuras obras. Además tuvo a su disposición los libros del archivo real de Carlos V. Si ello no fuera suficiente, Christine tuvo a su disposición en la corte tutores privados en un ambiente culto y rico en el amor por el conocimiento.
Fue en el siglo XIV cuando por primera vez una mujer pudo ganarse la vida escribiendo. Esa mujer, Christine de Pizan, se convirtió en la primera escritora profesional de la historia gracias a su tenacidad y fuerza de voluntad. No sólo eso, Christine pasó a la historia como una gran defensora de los derechos de las mujeres en la sociedad.
Desde muy joven, Christine demostró dotes literarias particulares y compuso canciones y baladas que deleitaban a los miembros de la corte. Su padre, cada vez más cercano al rey Carlos V, hizo lo posible para que, al llegar a la edad de casarse, la joven pudiera contraer un matrimonio ventajoso. En 1380, a los 15 años, Christine se casó con Etienne de Castel, notario y secretario del rey, al que Tommaso eligió tanto por su posición como por su carácter. Y tenía razón al alentar la unión de ambos jóvenes. Fue un matrimonio feliz del que nacieron tres hijos: dos niños y una niña. Pero, por desgracia, en pocos años la suerte de Christine cambio´.
Christine había conseguido un excepcional equilibrio en su mundo. Estaba casada y tenía tres hijos, papel que combinaba a la perfección con sus estudios y sus escritos. Pero esta vida idílica se truncó con la muerte de uno de sus hijos y las muertes de su padre y su marido. Con veinticinco años se convertía en una joven viuda con dos hijos y una madre a su cargo y con graves problemas económicos. La primera respuesta a aquella triste situación era un nuevo matrimonio; la segunda, el claustro.
Sorprendentemente, Christine no aceptó ni una ni otra sino que tomó una tercera y valiente alternativa: seguir escribiendo. Su perseverancia dio pronto sus frutos. Miembros de la corte solicitaron de Christine una elegía de Carlos V. Nacía así Le livre des faits et bons moeurs du sage roi Charles V, la primera obra escrita por encargo y que dió a Christine una importante recompensa económica.
Convertida en una escritora en mayúsculas, Christine de Pizan mantuvo a la familia que le quedaba con su obra. Una obra que pasó de la temática amorosa a temas más comprometidos como la filosofía, la política, la historia, la moral o el derecho de la mujer en la sociedad.
LA CIUDAD DE LAS DAMAS
La Ciudad de la damas, su obra más representativa, es un alegato a favor de la mujer para la que reclama un lugar en el mundo, así como una clara crítica a la misoginia imperante en aquel mundo medieval.
“Si fuera habitual mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y las sutilezas de todas las artes y las ciencias tan bien como los hombres”, escribió Christine en el libro La ciudad de las damas (1405). En esta obra, deseosa de demostrar que la falta de formación era el único límite del género femenino, creo una ciudad ficticia regida por Razón, Rectitud y Justicia, y habitada solo por mujeres, damas no por su sangre sino por su espíritu noble.
Dentro de las murallas de esta “ciudad de las damas”, Christine reunió a mujeres que, con su saber, su comportamiento o su fe, habían hecho contribuciones significativas al crecimiento y el desarrollo de la sociedad. Entre ellas estaban la poeta Safo; Dido y Semíramis, fundadoras de Cartago y Babilonia, o Lucrecia, la matrona romana que decidió suicidarse tras ser violada por el hijo del último rey etrusco de Roma. Guerreras, mártires, santas, poetas, científicas o reinas: Christine reunió a las mujeres de la historia y de la mitología en una ciudad para demostrar que la opresión del hombre era la única y verdadera causa de la inferioridad femenina. “No todos los hombres (sobre todo los más inteligentes) comparten la opinión de qué es malo educar a las mujeres. Pero es cierto que muchos hombres estúpidos lo afirman, ya que no les gusta que las mujeres sepan más que ellos”, sostenía.
Más de cinco siglos han pasado desde que Christine de Pizan reclamara para su género respeto y dignidad. Después de todo este tiempo, sigue sorprendiendo cómo en plena Edad Media una mujer no sólo vivió de sus ideas sino que las perpetuó a lo largo de los siglos.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo