Con los dedos de las manos se pudo contar a las personas que asistieron el domingo al funeral del expresidente Luis Echeverría Álvarez en el panteón Español. Aunque dicen que no hay mal que dure, el hombre falleció el pasado viernes a los cien años de edad entre la celebración de gran parte de la sociedad mexicana, diría que toda, pero habría que descartar al puñado que fue a darle un último adiós y a los quizá cientos de miles a quienes les valió tres kilos de cebollas el deceso. 

Echeverría fue, no obstante, un personaje político e histórico de gran envergadura para México, lo cual no es necesariamente bueno, diga lo que diga el rector de la Universidad de Tijuana Jesús Ruiz quien se aventó la puntada de pedir un funeral de Estado para “el presidente que más he hecho por los jóvenes”, según publicó el diario El Financiero. 

En más declaraciones sin sentido, la oposición se dio vuelo con la muerte de Echeverría al comparar al expresidente priista con el caudillo transformador Andrés Manuel López Obrador, al referir con maña de político mexicano las similitudes entre ambos personajes como su nacionalismo, su discurso y políticas de asistencialismo popular, el afán de transformación y hasta su renuencia a reconocer errores, sin mencionar que todo ello, aunque cierto, está enmarcado en contextos tan distintos que equipararlos tan ramplonamente es una necedad golpista (para guiñar al tabasqueño).

Luis Echeverría llegó a la presidencia cobijado por el más severo y rancio priismo. Díaz Ordaz alzó su mano que goteaba sangre para designar al sucesor, quien antes de sentarse en La silla fue excelente y servil colaborador de Gustavo, pero una vez con el poder entre las manos se distanció y al final la relación fue poco amigable: “Al menos a mí me hacían bromas por feo, no por pendejo”, diría Díaz Ordaz años después sobre Luis, de acuerdo con las Tragicomedias del escritor José Agustín.  

López Obrador, por otro lado, logró por fin alcanzar la presidencia al tercer intento, luego de años de mantenerse en la más insistente oposición desde la que consolidó su propio partido que actualmente se sostiene bastante bien sobre una base de respaldo popular. Además que el líder de la 4T rehúye a la represión de Estado (al menos en el discurso, pero con matices grises en la práctica) a diferencia del régimen de Echeverría, notable por sus macanizas, abusos, torturas, desapariciones y asesinatos.

La comparación así, a rajatabla, es burdo intento de zarandear a Andrés Manuel quien emitió apenas tuit institucional para despedir a Echeverría, aunque no merecía ni eso. 

“Arriba y adelante”, frase insignia del fallecido es ya más bien epitafio irónico y doloroso de lo que fue aquel sexenio que junto con el siguiente de López Portillo nos llevó a un profundo hoyo del que todavía no salimos. Quizá por eso no hubo lágrimas ni adioses benevolentes, la memoria mexicana es mala, pero no tanto. ¿O sí? 

Echeverría se fue prácticamente solo pero sin haber encarado justicia alguna. ¿Cómo se irán después los presidentes que le sucedieron? ¿Quién va a llorarles?

ACLARACIÓN       
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo

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