El gobierno de la cuarta transformación reiteradas veces argumenta sobre la necesidad de lograr darle un vuelco a la sociedad mexicana buscando afanosamente no robar, no mentir y no traicionar al pueblo; máximas que, en teoría, darán como resultado un cambio verdadero y próspero en la nación.
¿Será acaso cierto que ha México le hace falta un cambio necesario, oportuno y duradero? ¿De verdad existe la corrupción en México o es solo retórica política? Para poder responder estas preguntas basta con recordar a un personaje nefasto, corrupto, sanguinario, cínico, malévolo, en fin un verdadero ser detestable que da por manifiesto que la corrupción vaya que existió y existe como una herencia terrible en nuestro país.
No me queda más que pedirle amable lector que lea esta columna bajo su propio riesgo ya que en verdad conocer a este sujeto da nauseas, mareos y asco. Sin embargo, es necesario conocer la historia para no repetirla y así lograr un anhelado país que sea lo opuesto a la biografía de este señor.
Arturo Durazo Moreno “El Negro” nació en Cumpas, Sonora, en 1924, de cuna humilde, emigró a la Ciudad de México donde conoció y se hizo amigo y compadre de José López Portillo, que una vez presidente de México, y sin haber ido a la escuela militar, le otorgó el grado de general de división en el Ejército.
Su apodo por haber nacido en esa ciudad era “el Moro de Cumpas”, igual que el corrido que le gustaba escuchar, pero fue más conocido como “el Negro”, de nombre Arturo Durazo Moreno, a quien su compadre nombró jefe de la Policía de la Ciudad de México.
Precisamente fue durante el sexenio López portillista que se encumbró como símbolo de la corrupción policiaca y política, dejando escuela y un virus que a la fecha permanece en toda fuerza policiaca sin que exista una cura. Se dijo en su debacle que amasó una fortuna mal habida de mil millones de dólares.
Como mando policiaco, Durazo, fue tratado mediáticamente como la estrella del momento por sus operativos exitosos que incluyeron frustrar el secuestro de la hermana del presidente perpetrado por integrantes de la Liga Comunista 23 de septiembre el 11 de agosto de 1976, lo cual generó que el gobierno endureciera aún más su guerra sucia contra la guerrilla urbana de aquellos tiempos.
Fue tal su popularidad que recibió el Micrófono de Oro otorgado por la Asociación Nacional de Locutores y fue nombrado miembro de la Legión de Honor y Doctor Honoris Causa por el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal sin ser abogado.
“El Negro”, llamado así por las características de su rostro, en 1948 dejó de ser empleado del Banco de México para iniciar su carrera policiaca. Primero se convirtió en inspector de tránsito, hasta que dos años después entró a la Dirección Federal de Seguridad donde incluso se dice entre las leyendas urbanas, que antes de que triunfara la Revolución Cubana, llegó a darle unas “calentadas” al Che Guevara y a Fidel Castro, cuando fueron detenidos en uno de los primeros intentos de los revolucionarios cubanos por organizar en México la invasión a la isla de Cuba.
En 1976, cuando su compadre José López Portillo, llegó a la Presidencia fue nombrado titular de la desaparecida Dirección General de Policía y Tránsito del Distrito Federal, hoy Secretaría de Seguridad Pública. Le otorgo el nombramiento como general de División, lo que generó rechazó en el Ejército Mexicano e incluso el secretario de la Defensa Nacional, Félix Galván, amenazó al presidente con renunciar si Durazo continuara ostentando ese grado militar.
Sin embargo, Durazo continuó con el grado apócrifo y desde la Policía armó un entramado para enriquecerse. Instituyó las cuotas quincenales de mordidas conocidas en el argot policiaco de entonces como “entre” como obligatorias y los excesos comenzaron a marcar no sólo su gestión, sino al gobierno de la República.
Del presupuesto de la Policía que sustrajo se hizo construir dos fastuosas mansiones, en las afueras de Ciudad de México y en el estado de Guerrero. Una de ellas, con sus caballerizas y su hipódromo privado, su polígono de tiro, su discoteca calcada punto por punto del Studio 54 de Nueva York, que costó un cuarto de millón de dólares.
La otra propiedad, llamada “El Partenón de Zihuatanejo” y después el “Partenón del Negro” llamado así porque fue edificada en un estilo inspirado en el de la Grecia clásica. El Negro no pagó, literalmente, ni un solo centavo: los albañiles de la obra fueron los propios agentes de la Policía del Distrito Federal.
Los periódicos de la época consignan que en 1976 creó la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia, que permaneció vigente hasta 1982, desde donde se planearon secuestros, robos a comercio, detenciones ilegales y hasta robos de bancos.
Desde ahí ejerció el llamado “entre” que cobró fama entre la tropa que era extorsionada por todo y por nada. Todo tenía precio, desde la entrega de uniformes, armas, mantenimiento de vehículos, arrestos, cambios de adscripción, jefaturas, etc. Para cumplir, los policías cometían toda clase de abusos, atropellos y fechorías en contra de la población para cumplir su cuota. Era común ver a los altos mandos cambiar en los bancos montañas de dinero por centenarios “porque son los que le gustan al señor”, decían los agentes.
El caso más famoso por el que se recuerda a “El Negro” es la matanza del río Tula que se registró en 1981, con un saldo de 12 integrantes de una banda de asaltabancos ejecutados que fue atribuido a la Policía por órdenes de Durazo.
La confianza en el compadrazgo era tal, que aspiró en un momento a ser candidato a la Presidencia de México y su misma esposa, Silvia Garza de Durazo, comentaba en las fiestas y reuniones que su esposo sería presidente. Meses después, al terminar el sexenio de López Portillo, y al asumir en 1982 Miguel de la Madrid Hurtado como presidente de México, “El Negro” fue uno de los elegidos por el nuevo régimen para ser detenido como escarmiento a la corrupción. El nuevo presidente buscó así poner distancia con él y de pasada aplicar el lema de su campaña ‘Renovación Moral’.
“El Negro” huyó del país hasta que fue detenido en Puerto Rico y extraditado para enfrentar cargos por contrabando, acopio de armas y abuso de autoridad.
Pasó ocho años en la cárcel, para después ser liberado por buena conducta y por su delicado estado de salud. Murió un 05 de agosto del año 2000.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo