Durante gran parte del siglo XIX sucedieron grandes acontecimientos que en parte determinan aun hoy esta rica nación, pero como no solo los grandes acontecimientos marcan la historia sino también las microhistorias que están llenas de anécdotas reflejo de una sociedad compleja y multifacética, es por eso que me permito transcribir algunos episodios chuscos y grotescos pero que al fin y al cabo no son historias de ficción, sino reales y de nuestro país en el cual nuestros ancestros vivieron y dejaron un legado que a nosotros nos toca difundir.
Fantástico animal:
Fue el acontecimiento más espectacular de 1800. La Nueva España recibió en su extenso territorio aquella exótica criatura. Se sabía de su existencia por grabados o descripciones de viajeros. La Gazeta de México lo anunció como el animal “nunca visto en estos reinos”.
Era una dócil elefanta de diez años de edad, que caminó cadenciosamente por las ciudades virreinales al comenzar el siglo XIX. “Su mansedumbre es admirable –informaba la Gazeta- obedece y responde en cuanto le indican, échese en el suelo cuando se lo mandan, y se mantiene en esta postura hasta que le ordenan la deje”.
Era una elefanta golosa: disfrutaba los bizcochos y bebía toda clase de licores. Fue la sensación de la Nueva España durante varios meses y el destino la llevó por varias ciudades asombrando a la gente.
Invitación al más allá:
Se necesitaba un impresor dispuesto a sacrificar su tiempo, con la disposición de responder a los clientes con eficiencia y sobre todo con puntualidad a cualquier hora del día o de la noche.
En apariencia, la idea no era nada atractiva. Sin embargo, analizándola con calma, la idea era buena y el negocio podía ser sumamente rentable: finalmente muertos siempre habría. El Diario de México, en su edición del día 31 de octubre de 1807, propuso la idea de repartir invitaciones para asistir a las honras fúnebres de algún fallecido.
Como si fuera una fiesta, una boda o un bautizo, los deudos hacían del conocimiento de familiares y amigos el deceso de alguna persona, esperando su asistencia al entierro. El machote de la invitación era inmejorable:
“Muy señores míos de mi mayor veneración y respeto. La divina majestad de nuestro redentor Jesucristo, se ha servido de llevarle el alma, a (aquí iba el nombre del difunto), el cual es cadáver, y para darle sepulcro a su cuerpo he de merecer de ustedes su asistencia que así espero lograrla en el día de mañana a las nueve del día que contaremos, a once del corriente. Celebro esta ocasión pues me franquea la de lograr sus asistencias y deseándoles la más perfecta salud y que la divina Majestad de nuestro señor Jesucristo se las facilite innumerables años”.
Duelo entre bestias:
Comenzaba la década de 1830, cuando cerca de diez mil espectadores abarrotaron el coliseo de San Pablo, en la ciudad de México, para presenciar una lucha entre un toro mexicano y un tigre africano.
Para hacer más intensa la batalla, el tigre fue obligado al ayuno. El toro fue recibido en medio de ovación escandalosa y el tigre, dando un tremendo rugido, saltó sobre el lomo del astado haciéndolo sangrar.
La multitud enardecida gritaba exigiendo al moribundo animal que sacara a relucir su casta. “El toro –escribió Guillermo Prieto- parece que comprendió y con un esfuerzo inexplicable, súbito y acaso pudiera decirse sublime, desencajó al tigre de su lomo, lo derribó y hundió una y diez mil veces sus aceradas astas en el vientre del tigre, regando sus entrañas por el suelo”.
No descansó en paz:
La nación amaneció de luto aquel 22 de diciembre de 1869. La clase política, la masonería, decenas de periodistas y buena parte de la sociedad capitalina acompañaron el cortejo fúnebre del célebre político Francisco Zarco.
La gente se retiró del panteón de San Fernando sin saber que la caja que vieron descender en la fosa no contenía el cuerpo de Zarco. El cadáver previamente embalsamado, vestido con levita y un gorro, había sido colocado frente a una mesa –como si estuviera escribiendo- en la casa del diputado Felipe Sánchez Solís, amigo íntimo de Zarco.
Durante varios meses, la macabra escena se repetía: al llegar a su hogar, el diputado Sánchez Solís tomaba algún libro o despachaba su correspondencia junto a su embalsamado amigo. El macabro espectáculo terminó cuando el diputado fue convencido de darle cristiana sepultura a Zarco, lo cual ocurrió 6 meses después de fallecido.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo