1. Algo tendría de excéntrico Miguel Barragán, presidente de México en 1836 quien como última voluntad pidió que su cuerpo fuera dividido y conducido a los lugares donde había escrito la historia de su vida: su cadáver fue distribuido en varios lugares de la República, una parte quedó sepultada en la Catedral de México y los ojos en el Valle del Maíz, San Luis Potosí donde nació; el corazón en Guadalajara, donde había sido comandante general; las entrañas en la colegiata de Guadalupe y en la capilla del señor de Santa Teresa, en testimonio de su devoción a estas imágenes y la lengua en San Juan de Ulúa, en recuerdo de haber tomado posesión de la fortaleza al rendirse los españoles en 1825.

2. La admiración por una persona puede rebasar los límites de su vida y seguir hasta en la muerte. Tal fue la última voluntad del presidente Anastasio Bustamante: que su cuerpo fuera sepultado, pero su corazón, colocado en una urna, reposara junto a los restos de Agustín de Iturbide. Y así fue, a partir de 1853, en la capilla de San Felipe de Jesús de la Catedral Metropolitana, bajo el osario de Iturbide se encuentra la urna con el corazón de Bustamante.

3. En 1861 se exhumaron 13 momias del panteón de los padres dominicos en la ciudad de México. Durante algunos días los cuerpos permanecieron “en formación macabra” frente a la Diputación y escribieron una nueva historia cuya realidad alcanzó los límites de lo absurdo. Reconocido por su anticlericalismo, el gobernador del Distrito Federal, Juan José Baz autorizó la venta de las momias. Una terminó su aventura en la Escuela de Medicina. Las otras fueron adquiridas por un italiano que al parecer manejaba un circo. Feliz con su más novedosa atracción, el europeo viajó a la Argentina cuando en el horizonte mexicano asomaba la intervención francesa (1862).

Nadie volvió a tocar el tema. Sin embargo, en 1867, al restaurarse la república, Juan José Baz –nuevamente gobernador del Distrito Federal- fue informado de que uno de los trece cuerpos momificados era el célebre y combativo patriota fray Servando Teresa de Mier, muerto en 1827 y sepultado por su origen dominico, en el famoso convento. El gobernador hizo todo lo humanamente posible por recuperarlas pero fue inútil: el ajetreo de los viajes, las giras del circo, los diversos climas y el tiempo que todo lo cubre de historia las habían desaparecido de la faz de la tierra.

4. Durante los últimos meses del imperio de Maximiliano, el general Miramón estuvo a unas cuadras de capturar a Juárez (Zacatecas, 1867); lo habría fusilado. Juárez capturó a Miramón y fue ejecutado. El panteón de San Fernando recogió los restos de ambos, pero ni muertos podían estar juntos.

Al regresar a México, hacia la década de 1890, Concha Lombardo de Miramón -esposa del general- se indignó al saber que Juárez se encontraba sepultado a unos metros de su esposo por lo que decidió exhumar el cuerpo de su marido y se lo llevó a Puebla. Hoy descansa en la catedral.

5. La viuda del general Tomás Mejía, fusilado junto con Maximiliano y Miramón, solicitó autorización para llevar el cadáver de su marido a México, pero como no tenía –literalmente-. “ni en qué caerse muerta”, aprovecho el excelente embalsamamiento de su difunto esposo y lo sentó en la sala de su casa, en la calle de Guerrero, durante tres meses. La escena no podía ser más terrible. Con sus manos cubiertas con guantes blancos, y de traje oscuro, el cadáver parece descansar sentado sobre una silla. Conmovido por la triste situación, el presidente Benito Juárez intervino proporcionando a la viuda los recursos necesarios para el entierro. El panteón de San Fernando –el más clásico de los cementerios del siglo XIX- abrió sus puertas para recibir a Tomás Mejía, donde sus restos descansan hasta el día de hoy.

6. ¿Qué hubiera sido de la Revolución si Pancho Villa hubiera muerto en sus inicios? En 1912, en la campaña contra Pascual Orozco, por órdenes de Huerta, Villa fue colocado frente al pelotón del fusilamiento; en el último momento, cuando se disponía la ejecución, llegó el perdón de Madero a través de uno de sus hermanos.

7. El 2 de junio de 1915, Obregón fue herido por una granada que le arrancó el brazo derecho. Retorciéndose de dolor, el sonorense sacó su pistola, la colocó sobre su cabeza y jaló el gatillo pero estaba descargada, un día antes había sido limpiada por su asistente a quien se le olvidó cargarla de nuevo.

ACLARACIÓN       
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo

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