Yo pensaba que no sabía contar y que mi falta de habilidad para echar el ojo de buen cubero era cosa más bien rara, pero veo que no. La tarde noche del domingo la comunidad de la 4T, incluido el secretario de Gobierno de la Ciudad de México, Martí Batres, estimaron que en la marcha contra la Reforma Electoral (que curiosamente pareció más marcha anti-AMLO) participaron entre 10 mil y 12 mil personas.
Al día siguiente el presidente compartió su propio cálculo desde la mañanera: alrededor de 60 mil personas. El mismo día de la manifestación, integrantes de organizaciones hablaron de 200 mil almas. Este lunes hubo un cálculo muy compartido en Tuiter que estimaba 650 mil asistentes; más tarde que fueron 850 mil e incluso los entusiastas acariciaban el millón de manifestantes.
Reitero que no soy bueno para las estimaciones, pero las 650 mil personas que calculó el exdirector del CISEN Guillermo Valdés se me hacen tan exageradas como ridículas las cifras iniciales que compartió Martí Batres. Al final, cada quien quiere llevar agua a su molino, ya para desestimar la marcha, ya para glorificarla.
Andrés Manuel, en ejercicio de congruencia, insiste en su discurso descalificador con el que menosprecia el descontento con su gobierno así como a quienes lo expresan. Previo a la marcha llamó racistas, clasistas, hipócritas y demás a quienes participarían en la manifestación.
El propio movimiento dio razón parcial al mandatario; no fueron pocos los simpatizantes de la protesta que repartieron comentarios discriminadores como que su manifestación sí es de la gente que piensa o de los que sí terminaron la secundaria (según el influencer, no sé de qué otra forma llamarlo, Chumel Torres), incluso sugirieron a modo de “broma” que deberían votar solo personas que hayan cursado la preparatoria. Ahí esta, pues, el componente clasista que el presidente gusta en señalar cada que puede.
Sin embargo, López Obrador, fiel a su costumbre, recurre a los extremos y a la generalización ramplona. Incluso pidió a los manifestantes retirarse las máscaras y abandonar la clandestinidad en la que ejercen su racismo y clasismo; esto, tras hacer alusión al concierto neonazi que se realizó en Santa María la Ribera el pasado 29 de octubre en secrecía. Esta comparación es desafortunada y alarmista, como acostumbra (aunque aguas con los neonazis).
El tabasqueño desestima, o más bien quiere hacernos creer que lo hace, al sector civil que de a poco comienza a dejar sus sillones para expresar el descontento. Números aparte, la marcha del domingo fue notablemente nutrida, tanto que organizadores ni lo esperaban y fueron finalmente rebasados por la genuina inconformidad de miles de ciudadanos y ciudadanas; incluso la oposición, que sigue dando tumbos sin un proyecto concreto, quiso aprovechar para arañar un poco de visibilidad con resultados varios.
Además del raspón al presidente, la que salió con más golpes fue la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum, pues no quedó bien parada al quedar claro que la Ciudad de México es uno de los estados con mayor rechazo a la 4T y a ella le urge buena imagen pues está en medio de su campaña presidencial (ilegal, por cierto).
Aunque la marcha en defensa del INE fue un éxito, sus simpatizantes desvarían sí creen que han dejado de ser minoría; si el presidente cree que son insignificantes, es él quien está fuera de la realidad.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo