El que no ha comido un guajolote, no es tulancinguense y el que ha visitado Tulancingo y no ha comido uno, es como si no hubiera venido a esta ciudad. ¿Qué son los guajolotes de Tulancingo y cuál es su historia? Te invito a que sigas leyendo.
Comencemos explicando qué es un guajolote en Tulancingo, porque hay quien se confunde pensando que hablamos del animal también conocido como cono o pavo. No, en Tulancingo los guajolotes son un platillo regional que se prepara de manera general, así: se corta una telera a lo largo, como se hace con una torta, solo que en lugar de crema o mayonesa se untan frijoles refritos, adentro se le ponen dos enchiladas de comal y en medio de esas enchiladas el relleno que se prefiera. Los clásicos son de huevo hervido o de pechuga de pollo deshebrada; los hay también sofisticados como de arrachera o suadero. Los hay verdes, rojos, de mole, con diferente sazón en cada puerta. Esa telera rellena se fríe, usualmente en manteca, sobre un comal que va sobre un anafre calentado con carbón. Las expertas lo aplastan suavemente con una pala hasta que la telera adquiere un dorado crujiente. Personalmente considero que la salsa y ese dorado crujiente son un punto importante que determina el delicioso sabor de un guajolote. Aunque se puede comer a cualquier hora del día, los tulancinguenses los preferimos de noche.
Los consumimos por igual desde La Guadalupe hasta Jardines del Sur, desde Napateco hasta Medías Tierras. Los tulancinguenses comemos uno o dos por semana. Su precio fluctúa actualmente entre los 25 y los 40 pesos.
Hay muchas versiones sobre el origen del Guajolote, la más documentada es la que habla de unos ingenieros que vinieron a instalar la electricidad a nuestra ciudad. Era diciembre y ellos estaban lejos de sus casas, se acercaron a un puesto de antojitos mexicanos. La dueña ya no tenía casi nada que darles, así que les ofreció hacerles algo diferente con lo poco que tenía, como deferencia por ser Nochebuena. A manera de broma dijeron que era su Pavo o en este caso, por ser tan humilde e improvisado, su guajolote. Pronto, éste fue el platillo estrella de ese puesto y al ver el éxito otras tulancinguenses emprendedoras comenzaron a venderlo también.
Es por esta razón, la de su humilde nacimiento, en una colonia popular, en un puesto de la calle, que el guajolote no tenía cabida en los libros de gastronomía, ni en las cartas de los restaurantes. Su grandeza se fue demostrando poco a poco con el paso de los años, como todo lo que tiene su comienzo en el pueblo. Costó muchos años para que se comiera fuera de las colonias populares o ingresara a la carta de los restaurantes de la región.
En agosto del 2010 se estableció el record Guinness y el premio Ripley, con el “guajolote más grande del mundo”. El guajolote de 30.5 metros de largo, pesó 660 kilogramos y se utilizaron para su preparación más de 4,000 enchiladas. Desde hace unos años, además, se realiza la feria del guajolote en el centro de nuestra ciudad, misma que se vio interrumpida por la pandemia.
El reconocimiento de Tulancingo como pueblo con sabor está estrechamente ligado a este platillo, único en la región. Es uno de los alimentos que más extrañamos cuando estamos fuera del Valle de Tulancingo, quizá sea por eso que lo hemos exportado a otras ciudades, dentro y fuera de México, como es el caso de Pachuca, la Sierra otomí-tepehua, Puebla y algunas ciudades de EEUU donde tulancinguenses emprendedoras han emigrado. Es, además, una parte importante de la economía de la ciudad. Hay cientos de mujeres que mantienen sus hogares vendiendo guajolotes. Así que ya lo sabe, si viene a Tulancingo no se olvide de comer este delicioso platillo y…¡Buen provecho!
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La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo