En vez de flores dejan una piedra. 

La costumbre hebrea de colocar una piedra sobre una tumba es antigua.

Al hacerlo, estamos agregando simbólicamente una parte a la lápida, construyendo el monumento que honra a los difuntos. 

Poner flores en una tumba no es nuestra costumbre. Las flores se marchitan y mueren. 

Las piedras permanecen sin cambios. 

Si bien las flores son un hermoso regalo para los vivos, no significan nada para los muertos.

En la muerte, el cuerpo que es efímero y temporal desaparece, y todo lo que queda es esa parte eterna de la persona, su alma. 

El cuerpo, como una flor, florece y luego se desvanece, pero el alma, como una piedra sólida ¡vive para siempre!

En el mundo de la verdad, el lugar al que todos vamos después de la vida en la tierra, lo que cuenta es el impacto duradero que tuvimos en el mundo. 

Son los logros del alma, no del cuerpo, los que quedan más allá de la tumba.
 
El dinero que ganamos, las vacaciones que pasamos, la comida que comemos y los juegos que jugamos, son todas flores que mueren con nosotros.

Pero las buenas obras que hacemos, el amor que mostramos a los demás, la luz que traemos al mundo, son piedras eternas que nunca mueren. 

Toma una piedra modesta que no te costará nada, y colócala en la tumba de tu ser amado para decirle que aunque ya se ha ido, el impacto que tuvo en ti es real y eterno.

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