Por José Santos Marroquín Morato

La historia mexicana tiene una memoria vigorosa, hechos dignos de recordar, exaltar y como todo en los seres humanos habrá recovecos poco dignos de recordar. Personajes ilustres que la historia oficial eleva a semidioses y personajes dignos que la conveniencia política de una época los convierte en hombres malvados y hasta en perversos traidores a la patria.

El personaje del que ahora hablaremos es uno de estos últimos, es decir un digno mexicano que la historia oficial y algunos políticos han convertido en un nefasto y ominoso gobernante de México.

Podemos concluir que todo esto es producto de la ignorancia y la conveniencia política, respecto a esta última no podemos hacer nada, pero sobre la ignorancia podemos hacer mucho. Existen numerosos historiadores que aportan suficiente información para conocer al verdadero Agustín de Iturbide y Arámburu. Tan solo refiero a unos cuantos: Francisco Bulnes, Justo Sierra, Valentín Gómez Farías, José María La Fragua, Vicente Riva Palacios y Guillermo Prieto que escribieron ampliamente sobre este ilustre personaje, y fue el mismo Benito Juárez que festejaba el 27 de septiembre como fecha gloriosa de la Independencia de México.

Don Miguel Hidalgo tenía un parentesco familiar con Iturbide y se atrevió a invitarlo para iniciar su conspiración. El entonces coronel Agustín de Iturbide, que tenía una carrera militar ascendente, no le interesó formar parte de ella y tuvo la suficiente integridad para no denunciarlos, cosa que a un ambicioso militar le habría ganado un crecimiento en su carrera militar.

Iturbide veía cómo crecía en todo México la inconformidad de un gobierno virreinal, centralista y despótico que sólo consentía a los españoles peninsulares y discriminaba a los criollos y mestizos en su propia tierra. Fue convenciéndose de la necesidad de terminar esa guerra civil que empobrecía más al pueblo, crecía día a día el número de muertos, afectaba la economía del país, perjudicaba a la agricultura y con esto la escasez de alimentos, provocaba inseguridad con los asaltos y bandolerismo.

Pero al mismo tiempo veía que la guerra emprendida por su pariente Miguel Hidalgo era desgarradora, cruel por las matanzas que propiciaba el propio cura, como la de la Alhóndiga de Granaditas y la de la Guadalajara, en la que murieron cientos de españoles que no aportaron suficiente dinero a la causa.

Por esta razón fue que Iturbide se decide una vez que cuenta con el mando de las tropas del Virreinato, a terminar con esa lucha fratricida. Convence a todos los comandantes militares de las principales plazas, de la entonces Nueva España y busca al único caudillo aún sobreviviente: Vicente Guerrero, quien se convence de la buena voluntad de Iturbide y comprueba que no le lleva ningún interés mezquino, sino el de liberar al pueblo de México e independizarlo de España. Propone crear un gobierno libre, independiente, y que tengan españoles, criollos y mestizos las mismas oportunidades para ocupar cargos públicos conforme a su preparación y capacidad.

Quizá, el mayor error de Iturbide fue ofrecer la corona de México a un descendiente de los reyes españoles, lo que desde luego no aceptan y desconocen la Independencia de México y de los tratados de Córdoba, firmados por un representante de la misma Corona Española: don Juan de O’Donojú.

Pasaron muchos meses desde el 27 de septiembre de 1821 y la Corona Mexicana seguía sin ser reconocida por el rey de España para alguno de sus miembros y fue así como el propio Congreso del Imperio Mexicano, muchos prominentes personajes públicos, empresarios, canónigos y obispos, le proponen a Iturbide que acepte la Corona del Imperio. En un principio se rehusó a aceptarla, después de muchas discusiones y de tener manifestaciones populares a su favor, acepta el título de emperador.

Al poco tiempo surge una intriga muy bien planeada desde los Estados Unidos, quienes a través de su embajador Joel Poinsett comienza a fraguar la desestabilización de su frágil imperio. El mismo Congreso que lo había elevado a este rango lo acaba desconociendo.

Donde comete su segundo error, disolver el Congreso para poder reorganizar su gobierno y aclarar esas falsas acusaciones. Observa que el movimiento en su contra ha crecido y toma la valiente y digna decisión de abdicar, para evitar derramamiento de sangre. Él contaba con el apoyo de la mayoría de comandantes militares y fácilmente podía sofocar en unos cuantos días esa falsa oposición popular, prefirió retirarse con su familia a vivir fuera del país.

Su tercer error fatal fue regresar cuando se cernía una amenaza a su país México, pero sólo llegó a las costas tamaulipecas para desembarcar y ser fusilado.

Agustín de Iturbide y Arámburu es el verdadero libertador de México.

La Historia se encargará de ponerlo en el justo lugar que le corresponde.

 

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *