Sin duda alguna, la envidia ha sido, es y será parte nuestra humana condición, por cierto, nada de lo cual pudiéramos sentirnos orgullosos; sin embargo, ahí está, tanto para vivir con ella, por ser destinatario de tal sentimiento, como por inevitablemente llegar a sentirla. ¡Nadie es perfecto! Y de tan singular relevancia es que hasta pecado ha sido considerada desde tiempos inmemoriales.
Así, la envidia en el diccionario se define como: un sentimiento de tristeza o enojo que experimenta la persona que no tiene o desearía tener para sí sola, algo que otra persona posee. O bien, de forma más simple, como el deseo de hacer o tener lo que otra persona hace o posee.
Lo cierto es que en el camino del feminismo la envidia es una de los principales obstáculos a derribar, debido a que, literalmente, deja fuera del camino lo bueno, formidable, extraordinario, hermoso y fascinante que puede ser el reconocimiento; sí, el reconocimiento de la fuerza, capacidad e inteligencia, así como de otros atributos que es posible encontrar en nuestras compañeras de lucha, por el simple hecho de ser mujeres, mujeres feministas, con sus propios, únicos y admirables alcances, construyendo todas, sin distingo: Feminismocracia.
Hacer de lado la envidia abre el camino al sentimiento de reconocimiento y, ¿por qué no?, de fascinación que permite observar a la compañera y aprender de su vivencia, crecer con su experiencia. Por el contrario, cuestionar el lugar que ocupa, minimizar sus logros, pretender que nuestra situación, condición o vivencia sea la única y la más… de ella, de todas y del feminismo: ¡nos aleja!
De nuestra compañera nos lleva a cuestionar el lugar que ocupa y consecuentemente el tejido feminista se lesiona. Irremediablemente se diluye nuestra fuerza y nos pone en el terreno donde los estereotipos y prejuicios surgidos de la conceptualización patriarcal tiende la trampa de la división, siembra cizaña y lesiona el cultivo de nuestra libertad e igualdad.
Nosotras ¡no somos competencia! Juntas ¡somos resistencia! Y nuestra fraternidad: nuestra principal ventaja.
La narrativa que lleva a señalar diferencias en lugar de coincidencias, la que obliga a la crítica superficial e impulsa el enfrentamiento, el dicho que se vale de nuestra individualidad para dividir y no para magnificar la riqueza de la diversidad, ha nacido y proviene de ese sistema alejado del reconocimiento y sororidad, del sistema patriarcal que para nosotras ha sido y, lamentablemente, sigue siendo opresor, segrega y busca someter. ¡Nuestra naturaleza es otra!
No podemos permitir que sea la envidia lo que nos destruya, no podemos dejarnos llevar por acciones arteras, que nos hagan olvidar los lazos satisfactorios que surgen entre mujeres con base en nuestros logros, en nuestras victorias, donde ¡la victoria de una es la victoria de todas!
Es una lucha distinta, debe ser concebida en un modelo distinto, diferente al patriarcal, donde la voz venenosa tradicionalmente dicta rivalidad y envidia, incluso entre sus pares.
Y si acaso, por eso nos llegamos a cuestionar, porqué, ¿nuestra lucha ya no es como antes? … La respuesta es simple: ¡porque ya no debe ser como antes! Porque es: ¡hoy! Y hoy, nuestras divisas son: la unidad, el reconocimiento y la igualdad. ¡No! Jamás en nuestra lucha debe haber cabida al individualismo, la descalificación o jerarquía … El quehacer feminista es horizontal: ¡Suma, no envidia!
Hoy es necesario desechar frases patéticas que por años han afirmado que no hay peor enemigo de una mujer que otra mujer. ¿Les suena familiar? ¿Aún lo creemos? O aquella otra que al encontrar eco en la envidia favoreció la crecida de mala hierba entre nosotras y por años, su consecuencia fue: dejar fuera del ejercicio político a muchas mujeres por simplemente aceptar creer que: ¡mujer no vota por mujer!
Divide y vencerás. Con esa regla proveniente del dominio patriarcal por muchos años se han vencido, también, muchos esfuerzos feministas. Años que hoy añoran, ya que así dominaron a cientos de nosotras. ¡Pero hoy no es antes! Hoy debemos entender que atrás de esa frase, de esa división y victoria, la siembra de la envidia es letal.
Hoy la lucha por nuestros derechos radica en la unidad, en la lucha que ejerce los mismos derechos que busca, una lucha que construye en el hacer, que busca igualdad para todas, ¡sin diferencia alguna! Luchando todas, por todas, ¡aun cuando no todas puedan estar. Unidas todas, sin envidia de por medio, con fuerza y solidaridad.
Todas: fuerza con fuerza, astucia con astucia, reconocimiento con reconocimiento, sumando siempre: ¡respeto con respeto!
Desarrollando una conducta sorora, sembrando nuevas formas de relacionarnos entre mujeres, dejando la envidia atrás, erradicándola y tomando conciencia de su eficacia como elemento destructor, para no asirla, mucho menos para ejercerla entre nosotras.
¡Sí! Reconociéndola sí. Arrancándola de nuestros campos de cultivo y desarrollo del feminismo. Reconociéndola como la mala hierba que es y arrancándola a nuestro paso, ya que tarde o temprano divide, lesiona y destruye toda posibilidad de unidad, consecuentemente de fuerza, justicia y contundencia en la actuación.
Sin envidia y con sororidad habremos de sumarnos más, cada día más, al quehacer político, más al desarrollo y cambio. Porque cuando las mujeres avanzamos no hay nadie que retroceda.
Caminando juntas de noche y día, reconociéndonos y uniéndonos. Impulsando y sumando más mujeres a los quehaceres necesarios para crear democracia, para construir nosotras. Todas juntas y con nuestros derechos al centro: Feminismocracia.
Mi gratitud a todas quienes tanto me han enseñado en este camino, algunas mis jefas, otras mis compañeras, todas grandes amigas: Kenia, Nephtaly, Irma, Teresita, Mayra, Ingrid y Adry. Siempre, ¡mi respeto y admiración!
Hasta la próxima.