El eclipse del 11 de julio de 1991 fue considerado como “el del siglo XX”, debido a su duración (poco más de seis minutos) y por la gran cantidad de gente que pudo observarlo, ya que la sombra originada por la Luna comenzó por las islas de Hawái, cruzó parte del Pacífico, entró a territorio mexicano por Baja California Sur a las 11 horas con 44 minutos y literalmente dividió al país en dos partes.

Después de atravesar el Mar de Cortés, el siguiente contacto terrestre fue en Tuxpan, Nayarit, en la costa del Pacífico a las 12 horas con cinco minutos (hora del centro). A esta hora el Sol se encontraba cerca del cenit, es decir a casi 90 grados con respecto al horizonte terrestre. Esta región fue el sitio donde se dio la máxima duración de la totalidad del eclipse, 6 minutos y 54 segundos.

La sombra del eclipse pasó por encima de muchas localidades de la República Mexicana altamente pobladas: Mazatlán, Aguascalientes, Guadalajara, León, Morelia, Toluca, Distrito Federal, Cuernavaca y Puebla, llegando posteriormente a Guatemala, San Salvador, Managua, San José y David continuando hasta Colombia y Brasil. La sombra lunar recorrió entonces casi 15 mil kilómetros sobre la superficie de la Tierra en tres horas y 29 minutos.

La expectación por el eclipse comenzó a tomar fuerza un mes antes del suceso. El gobierno mexicano formó la “Comisión Intersecretarial para el Eclipse 1991” para informar a la población mexicana las formas de observar el eclipse con ciertos rangos de seguridad. La gente tenía la idea de que observar un eclipse de Sol era dañino para la vista, cuando realmente lo que daña a la vista es observar el Sol directamente, sin ningún tipo de protección haya eclipse o no.

Las diversas instituciones de ciencias, de salud y la Secretaría de Educación Pública distribuyeron diferentes tipos de trípticos explicando a la población, desde las medidas de seguridad que debían de tomar para observar sin riesgo el eclipse, hasta la forma en que podía ser fotografiado. Inclusive varios restaurantes diseñaron una serie de manteles con información de las medidas de seguridad que debían tomarse, dirigidos a los niños. La radio y la televisión también dedicaron espacios para orientar a la población.

Durante los días anteriores al fenómeno natural, todo quería explicarse a través del eclipse. Había gente que hablaba del fin del mundo; otros advertían de lo peligroso que podía ser para las mujeres embarazadas. Algunos más señalaban el advenimiento de una nueva era. Todo sin fundamento científico.

“Como un hecho anecdótico (refiere el arquitecto y especialista Alfredo Martínez Robles), el 9 de junio un poco antes del mediodía, se observó un enorme halo alrededor del Sol con los colores del arco iris. Las fotos de este fenómeno meteorológico al otro día en los periódicos de circulación nacional llenaron los encabezados; infinidad de personas lo atribuían al eclipse que debía de ocurrir al mes siguiente y una vez más quedaba de manifiesto la necesidad de divulgar la ciencia en México, sobre todo porque nada tenían de relación un evento meteorológico con un evento Astronómico. Lo que sucedió en este caso es que la atmósfera de la Ciudad de México se llenó de pequeños cristales de hielo que originaron la descomposición de la luz del Sol generando eso sí un espectáculo realmente impactante”.

La expectación llegó a todos los rincones del país. En el “Túnel de la Ciencia” en el Metro La Raza se montó una exposición con mapas, maquetas y fotografías en donde se explicaba muy claramente por dónde y a qué horas pasaría el eclipse, la forma de observarlo con seguridad y el por qué se daban estos fenómenos astronómicos.

Otro aspecto interesante fue la distribución en toda la ciudad de los protectores solares para observar el eclipse sin riesgo. Algunos se vendían en mil quinientos pesos (de los viejos), otros se regalaban, en algunos casos, las revistas especializadas traían instrucciones para crear protectores solares en casa. Se recomendó a la población que al adquirir uno de estos instrumentos tuviera el registro de la Secretaría de Salud.

Aunque la ciudad de México amaneció nublada, muchos capitalinos decidieron tomarse el día y buscar un lugar a las afueras de la ciudad para ser testigos del eclipse. Fue un momento impresionante. En lo alto del cielo, la corona solar se dibujaba magnífica. Los grillos habían caído en la trampa de la naturaleza y emitían su peculiar sonido. La temperatura descendió drásticamente. La inmensidad lo cubrió todo. Por algunos segundos, la respiración de millones de personas se detuvo ante semejante espectáculo. Algo había de magia, algo había de misticismo. Era un acontecimiento tan ajeno a las pasiones humanas, pero capaz de hacer reflexionar al hombre.

La misma emoción fue compartida por millones de personas en distintas partes del país. Fue un acontecimiento único, grandioso, absoluto. Seis minutos que hicieron olvidar a los mexicanos, por un instante, todos los problemas del país.

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