Hernán Cortés fue un conquistador español que en 1519, desobedeciendo al gobernador Diego Velázquez, partió con unos once barcos y 500 hombres hacia las costas del Golfo de México y no se iba a detener hasta verlo con sus propios ojos.

Comenzaron a adentrarse en la selva misteriosa, nunca se imaginaron lo que estaban a punto de encontrar, encontraron una extraordinaria infraestructura mucho más avanzada que en Europa, esta civilización dominaba unas 300 tribus que rodeaban el imperio.

La cultura azteca, una de las culturas más controvertidas y misteriosas del mundo, civilización que desarrolló un conocimiento que sobrepasaba el entendimiento humano, tenían conocimiento sobre medicina natural, su propio sistema de escritura pictográfica, realizaban proyectos de arquitectura sofisticados, pero sobre todo lo que más impresionaba al mundo de esta civilización era el conocimiento que tenían de la observación de los cosmos, eran unos astrónomos extraordinarios, porque de ello dependía su supervivencia.

Tenían que estar al pendiente de las estaciones del año, los solsticios, los eclipses lunares y solares.

Hay un punto terrible en la civilización azteca, que era su religión, desafortunadamente era una religión sangrienta.

Su dios principal, Huitzilopochtli, dios de la guerra, que en realidad era un demonio, es decir, un caníbal, quien les hizo creer que el mundo se acabaría si no lo alimentaban con sangre.

Los aztecas estaban convencidos que para que el Sol volviera a salir al día siguiente necesitaban alimentarlo con las entrañas de sus víctimas, si no querían que se los comiera el mismo Sol.

Para ellos era un ritual sagrado, el sacrificar seres humanos en un determinado templo.

Había un ídolo en honor a Huitzilopochtli que tenía la boca abierta, cuentan los cronistas que se escuchaba una voz demoníaca a través de ese ídolo que pedía víctimas y que tenía una sed de sangre insaciable.

En las crónicas de Cortés y sus 500 soldados de 1519, consistentes en informar al rey sobre sus acciones.

Se dice que el propio Hernán Cortés agarró un martillo y destruyó aquel supuesto ídolo, horrorizado por lo que estaba viendo.

Los aztecas capturaban a sus víctimas y luego esas mismas servían de sacrificio para su dios Huitzilopochtli, lo cual ellos creían que garantizaba la supervivencia del mundo.

Vivían tan aterrados porque en cualquier momento podía caer el cuchillo sobre ellos o de sus propios hijos, era tan grave la situación que los registros de los soldados Andrés de Tapia y Gonzalo de Hunbría a su llegada en 1521, contaron más de 60 mil cráneos humanos en solo uno de los templos llamado tzompantli, el templo mayor de Tenochtitlán, se calculaba que por año sacrificaban miles de víctimas ofrecidas a Huitzilopochtli.

Ahora crees que esto es lo peor, te presento a la madre de Huitzilopochtli, que son dos serpientes que salen de la cabeza, otras de las manos, tenían garras en sus pies, una deidad absolutamente satánica.

Para sacar este ídolo sacrificaban a las madres embarazadas, les sacaban los fetos, disecaron las cabezas cortadas de los fetos y con los cráneos adornaban a la Coatlicue en forma de collares.

Su templo se encontraba en el monte del Tepeyac, lugar donde la virgen decide hacer aparición con el nombre de Tequatlasupe que significa, la que aplasta la serpiente.

Los aztecas tenían diferentes métodos de sacrificio como la extracción del corazón, la decapitación, el degollamiento, estos actos se desarrollaban en los templos, altares, pirámides y otros lugares sagrados, a menudo frente a una gran multitud de espectadores, el olor era insoportable por tanta carne y sangre podrida.

Sin embargo, los aztecas llevaron el sacrificio humano a una escala y a una frecuencia sin precedentes.

Existió una profecía que decía que 1519 sería el año del retorno de Quetzalcóatl, el dios creador y civilizador que había partido hacia el oriente prometiendo volver…. ¡Continuará!

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