Diego y Frida constituían, en los hechos, una pareja abierta. Cada uno mantenía las relaciones sexuales que les daba la gana, pero Diego tenía un costado sádico. Demostraba cero empatía por el sufrimiento que generaba. Al mismo tiempo, sus permanentes infidelidades no le impedían manifestar celos rabiosos.
Lone Robinson, una de las asistentes americanas para los murales de Rivera, fue una de sus amantes jóvenes. Frida escribió a modo de consuelo en una carta, que la mayoría de las relaciones extramatrimoniales de su marido eran con pintoras de corta edad de “talento sobrenatural” y que eso estaba relacionado siempre, en forma directa, con “la temperatura de sus bajos”. De alguna manera lo excusaba.
Frida aprendió a tomar represalias. Se permitió tener romances tanto con hombres como con mujeres. Se le adjudican relaciones con la artista Georgia O’Keeffe, con la bailarina Josephine Baker y con la actriz Dolores del Río. Incluso se habló mucho de un romance no del todo confirmado con la cantante Chavela Vargas. De ella, la pintora le dijo en una carta a un amigo poeta: “Extraordinaria, lesbiana, es más se me antojó eróticamente”.
Sin embargo, esos amores lésbicos no enojaron tanto a Diego Rivera como el que Frida vivió con el escultor Isamu Noguchi a quien, en 1936, él echó de su casa a punta de pistola.
En 1937, León Trotski, el político y revolucionario ruso refugiado en México y amigo de la pareja, se habría convertido en otro de los affaires de Frida, hecho que quedaría probado con cartas apasionadas. La que habría detenido el romance sería la mismísima mujer de Trotski.
Al fotógrafo neoyorquino de origen húngaro, Nickolas Muray, amante por un buen tiempo, Frida le escribió: “Oh, mi querido Nick, te quiero tanto. Tanto te necesito, que me duele el corazón”.
En 1939, en un viaje a Nueva York, Frida se involucró con el médico Heinz Berggruen y, luego, con el pintor español Josep Bartoli. Mientras, Diego se entretenía con la pintora húngara Irene Bohus, seducía a la actriz norteamericana Paulette Goddard y coqueteaba con la artista Rina Lazo. Sostenían un ritmo de pasiones paralelas sorprendente.
LA TRAICIÓN DE LA HERMANA
Las relaciones abiertas entre Diego y Frida tuvieron un abrupto límite cuando ella descubrió que su marido salía con su propia hermana.
En esa casa con puente, símbolo de la autonomía que se habían concedido, sucedió la peor traición. A pedido de Frida, Diego la había contratado para que la ayudara en la casa, como secretaria y como modelo, a su hermana menor, Cristina Kahlo. Cuando tuvo que posar desnuda para la obra El conocimiento y la pureza sucedió lo obvio. Frida un día los descubrió enredados entre sus propias sábanas. Para peor, terminó convencida de que el romance venía de tiempo atrás.
Herida como nunca, se fue y buscó refugio en la casa familiar de Coyoacán y en el cognac. A sus amigos, les reconoció sobre sus excesos con el alcohol: “Quise ahogar mis penas en licor, pero las condenadas aprendieron a nadar”. La angustiada Frida decía a quien quisiera oírla: “Han ocurrido dos accidentes en mi vida. Uno es el del tranvía; el otro, es Diego. Diego fue el peor de todos”.
Finalmente, el 6 de noviembre de 1939, es él quien toma coraje y le pide el divorcio a Frida. Se divorciaron en enero de 1940, pero no aguantarán mucho separados. El 8 de diciembre de ese mismo año volvieron a casarse. Muchos creen que fue en este momento que acordaron un nuevo pacto en el que Frida puso las reglas: vivirían juntos, compartirían gastos, pero no tendrían sexo.
Ella lo sintetizó en una de sus cartas: “Diego me ha hecho sufrir tanto que no puedo perdonarlo fácilmente, pero todavía lo quiero más que a mi vida, él lo sabe bien…”
TRIÁNGULO AMOROSO
En 1949 Diego Rivera enloqueció de amor por la actriz María Félix. Frida también la admiraba. Hay historiadores que sostienen que entre María, Frida y Diego existía, en realidad, un triángulo amoroso. Lo cierto es que Diego iba a buscar a María Félix al aeropuerto con enormes ramos de flores. La actriz se instalaba durante largas temporadas en la Casa Azul en el barrio de Coyoacán, en la Ciudad de México en una habitación donde Frida había pintado un mural donde se leía: “Cuarto de María Félix, Frida Kahlo y Diego Rivera”.
La actriz dijo una vez algo que parecía negar la relación: “A Diego lo quise mucho como amigo, pero no como pintor. Se me echaba encima como la miseria sobre los pobres”.
En agosto de 1953, Frida, aprisionada en su deteriorado cuerpo, acudió a una consulta con el doctor Juan Farrill. El profesional determinó que tenía una gangrena y que debían amputarle la pierna derecha por debajo de la rodilla. Orgullosa aun en sus desgracias, Frida provocó diciendo: “Pies… ¿para qué necesito pies si tengo alas para volar”.
Pese a todos los amantes que desfilaron por sus camas, ninguno de los ocasionales intrusos logró herir de muerte al matrimonio Kahlo-Rivera.
La muerte de la relación llegó con la desaparición de Frida. Falleció el 13 de julio de 1954.
Antes de morir, había dicho con acidez: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”. Había sufrido demasiado tanto física como emocionalmente.
El hombre talentoso de 129 kilos repartidos en 1,85 m, con una gran panza por delante, dijo luego de haberla perdido:
“Tuve la suerte de amar a la mujer más maravillosa que he conocido. Ella fue la poesía y el genio mismo”.
“Desgraciadamente, no supe amarla a ella sola, pues he sido siempre incapaz de amar a una sola mujer”.
“Demasiado tarde me daba cuenta de que la parte más maravillosa de mi vida había sido mi amor por Frida, aunque realmente no podría decir que, si me fuera dada otra oportunidad, me comportaría con ella de manera diferente.
Cada hombre es producto de la atmósfera social en la que crece y yo soy quien soy. No tuve nunca moral alguna y viví sólo para el placer, doquiera que lo encontrara. Si amaba a una mujer, mientras más la amaba, más deseaba lastimarla. Frida sólo fue la víctima más obvia de esta desagradable característica de mi personalidad”.