Una lealtad al Rey que no le fue reciproca cuando decide regresar a España.

El hombre que después de poseer tantas riquezas termina refugiado y viviendo en la pobreza.

Hernán Cortés tuvo un desenlace que muy pocos hubieran imaginado al verlo conquistar junto a su comitiva el gran Imperio de Tenochtitlán.

Murió el 2 de diciembre de 1547 prácticamente solo, acusado de haber asesinado a su primera esposa, Catalina Suárez, y con el anhelo incumplido de regresar a América.

Su decadencia comenzó poco antes de regresar a Europa. Después de haber sido nombrado Gobernador y Capitán General del Reino de la Nueva España ahora México en 1522 por Carlos V, decidió ir de expedición a Las Hibueras para buscar a Cristóbal de Olid, quien lo había traicionado al intentar la Conquista de Honduras a sus espaldas.

Cortés cuando regresa de nuevo a la Nueva España enfrentó oposición de otros conquistadores y se encontró con un proceso de juicio de residencia en su contra, el cual consistía en someterse a una revisión de sus actuaciones como gobernante y al escuchar los cargos presentados. La conclusión fue destituirlo como dirigente de la región.

Esto ofendió a Cortés, por lo que decidió volver a España y hablar con el Rey. Creyó que regresaría a su país reconocido como héroe y con honores y que le sería delegado el gobierno del territorio al que había conquistado y colonizado, pero sus expectativas sólo se cumplieron a la mitad.

En 1528 recibió los honores del Rey Carlos V, quien lo había enviado en expedición primero a Cuba, pero no le ofreció ningún cargo en la Nueva España. Le dieron un puesto de “consolación” de ser el Marqués de Oaxaca con el cargo honorífico de Capitán General, pero sin funciones para gobernar.

Al año siguiente, la familia de Catalina Suárez, su primera esposa y quién había fallecido en Coyoacán, lo acusó de haberla asesinado. Ya que el 1 de noviembre de 1522, la familia Cortés había organizado una fiesta en su casa. Al final, la mujer y Hernán discutieron. Ella se fue a acostar y horas después la encontraron muerta. Él le atribuyó el fallecimiento a sus problemas de salud, pero las especulaciones no tardaron en aparecer.

Algunas camareras de Suárez dijeron verle moretones en la garganta. Además, la enterraron con prisas. Ni siquiera sus familiares pudieron alcanzar a verla.

Sin embargo, el gobierno español disolvió los cargos. Cortés sólo se encargó de pagar una indemnización. Pero los señalamientos lo siguieron por el resto de su vida.

En 1530 el Capitán regresó a México y realizó algunas expediciones al norte. Principalmente a Baja California. Posteriormente volvió a España para que le fueran retribuidos sus beneficios, pero la respuesta que recibió tampoco fue la que esperaba. En intentos desesperados por recuperar el reconocimiento de la Corona Española realizó varios viajes al Argel para arrebatarle el poder al Otomano Barbarroja, pero fue derrotado.

Su deseo siempre fue regresar a la Nueva España para vivir en la ciudad que él había mandado a edificar. Sin embargo, los problemas con su residencia nunca se arreglaron, por lo que le prohibieron retornar al nuevo continente.

En Europa se alejó de las personas que lo habían acompañado a conquistar Tenochtitlán y enfrentó fuertes problemas económicos que lo dejaron en la calle ya que no pudo regresar a recuperar sus riquezas que había dejado. Se tuvo que refugiar en la casa de un amigo en Castilleja de la Cuesta sin la atención de la Nobleza. Allí, olvidado y sin dinero, falleció el 2 de diciembre 1547 a causa de una pleuresía, inflamación de los tejidos que recubren el aparato respiratorio.

Su trágico final se refiere a su caída en desgracia y su muerte lejos de la tierra que había conquistado. A pesar de su legado como conquistador, Cortés es una figura controversial debido a las atrocidades cometidas durante la conquista y la destrucción del Imperio Azteca.

EL PEREGRINAJE DE SUS RESTOS

La última petición que Hernán Cortés escribió en su testamento fue que su cuerpo descansara para siempre en la Nueva España, ahora México, pese a ser una nación que lejos de alabarlo y honrarlo, lo cataloga ahora como un personaje invasor que vino a saquear las riquezas de nuestro País.

Su deseo se cumplió. A pesar de las amenazas del pueblo de destruir sus restos o enviarlos al extranjero, han permanecido durante tres siglos en el País.

La “tumba” de Cortés es ahora un muro de la Iglesia de Jesús de Nazareno ubicada en República del Salvador 119, recinto que pasa inadvertido por los mexicanos en el Trajín de la Ciudad de México, a pesar de ser un compendio de momentos históricos del País. Pero antes de llegar a su lugar de descanso definitivo, fue llevado a varios lugares de México.

En 1566 el cuerpo de Cortés fue enviado en una urna cerrada a la Nueva España y depositado en la Iglesia de San Francisco de Texcoco. En 1629 la urna fue removida tras el fallecimiento de Pedro Cortés, quien fue el último integrante masculino de la descendencia de Hernán Cortés, y los dos fueron colocados en un templo franciscano de la Ciudad de México.

Para 1794, la urna de Cortés fue trasladada a la iglesia Jesús Nazareno donde alguna vez el conquistador español manifestó querer ser sepultado.

En 1823, tras la Guerra de Independencia y ante la furia antiespañola que recorría México, el ministro mexicano Lucas Alamán, urdió un plan para evitar que cayera en manos de profanadores y fuera destruida. Al tiempo que hacía creer que los despojos habían sido enviados a Italia, los ocultó primero bajo una tarima del Hospital de Jesús, y 13 años después, tras un muro en la contigua Iglesia de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno que es en donde sus restos permanecen en la actualidad y en el olvido del País que lo vio nacer y de los habitantes del país que conquistó.

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