León, Guanajuato.– Frania Pater Maziak, una de los más de mil 400 ciudadanos polacos a quienes se les concedió refugio en México durante la II Guerra Mundial, murió este viernes.
Ella tenía 17 años en 1943, cuando llegó a la Hacienda de Santa Rosa, en León. Luego se casó y echó raíces.
Tuvo nueve hijos, 24 nietos y al menos 20 bisnietos. En cada oportunidad llamaba a recordar los horrores de la guerra y a pensar en los desplazados, tal como ella.
Excelente jugadora de dominó, gran lectora, su gran pasión era ser aficionada a la Fiera, el equipo de fútbol local. Falleció el viernes de una larga enfermedad, a los 100 años y 5 meses.
El final de la II Guerra
Cuando su país quedó entre las fuerzas alemanas y las rusas, estas últimas, junto con las de Ucrania, ordenaron el destierro de la familia a Siberia, territorio con inviernos de 30 o 40 grados centígrados bajo cero.
Tenía 16 años cuando llegó a un campo de trabajos forzados.
Cuando la Alemania nazi invadió la URSS en 1941, los soviéticos aceptaron reubicar a los polacos de Siberia. México fue uno de los países que aceptaron recibirlos.
Llegada a León
Frania contó que la llegada a León fue originalmente en los antiguos terrenos del Instituto Lux, hoy Fórum Cultural.
“Ahí se asentaron mientras encontraban un lugar dónde asentarse, por fortuna se rentó la tienda Santa Rosa, hoy -el albergue- Ciudad del Niño Don Bosco”, contó Mireya, hija de Frania.
Ella fue la última en bajar del autobús. En cuanto el joven Antonio Luna Azpeitia la vio, se enamoró de ella.
“Mi papá aprendió a hablar polaco en ocho días y la conquistó”, dijo.
Cuando en 1947 se terminó el apoyo internacional, la colonia polaca se disolvió y la gran mayoría de los refugiados emigraron a Estados Unidos, Canadá o la Ciudad de México, algunos incluso regresaron a Polonia, apenas unos cuantos se quedaron León, Frania entre ellos.
Durante su estancia en la colonia, aprendió corte y confección.
La familia y su historia en novelas
Luego se casó con Antonio, tuvo a sus hijos (tres hombres y seis mujeres, aunque falleció una) y también diseñaba vestidos y uniformes para las familias distinguidas de León.
Durante muchos años vivieron en una casa atrás del Templo Expiatorio, en donde actualmente es un sanatorio sobre la calle Pedro Moreno, aunque en sus últimos años se fue a otra casa en la colonia Azteca.
Su esposo falleció en 1971, y ella no volvió a casarse. Se reencontró con su único hermano 35 años después, en Inglaterra, también con su madre y con su hermana.
Sobre su vida hay varios documentales, como el de BBC, y hay una novela de Mónica Rojas “Hacia ninguna parte”.
Orgullosa también de sus raíces polacas, su comida favorita era la sopa de betabel -burak-, las pierogi -empanadas de papa- y el golabki -tamal de repollo-, y rezaba y contaba sus anécdotas en ese idioma.
“Jamás tuvimos problema con que alguna comida no le gustara, nos recordaba que cuando estuvo en el gulag, el campo de concentración en Rusia, no comía más que un poco de pan, por eso ella agradecía mucho la comida”.
A los 86 años recibió, por parte del Club León, una playera rotulada con su nombre y firmada por todo el equipo de entonces, algo que la hizo muy feliz, de acuerdo a Mireya.
“El cariño que le tomó a este país que le dio todo lo que había perdido la hizo permanecer por 80 años, lo cual la hacía la polaca más mexicana. Como buena aficionada del fútbol diría ¡arriba la fiera!”, contó su nieto Alan Oswaldo Luna-Pater Rodríguez.
Siguiendo sus deseos, la familia hará una ceremonia privada y cremarán sus restos.
CA