Shanghái, China.- Fueron a sus primeras demostraciones donde corearon sus primeras consignas políticas y tuvieron sus primeros encuentros con la policía.
Luego fueron a casa, temblando de la incredulidad de cómo habían retado al gobierno autoritario más poderoso del mundo y al líder más férreo que China ha tenido en décadas.
La juventud china está protestando la dura política de “cero COVID” e incluso le está pidiendo al mandatario del país, Xi Jinping, que dimita. Esto es algo que no se ha visto en China desde 1989, cuando el Partido ComunistShanghái en el poder reprimió con brutalidad a los manifestantes prodemocráticos, en su mayoría estudiantes universitarios. Sin importar qué ocurra en los próximos días y semanas, los jóvenes manifestantes representaron una nueva amenaza para el gobierno de Xi, quien ha eliminado a sus oponentes políticos y reprimido cualquier voz que desafíe su gobierno.
Tal disidencia pública era inimaginable hasta hace unos días. Estos mismos jóvenes, cuando mencionaban a Xi en internet, utilizaban eufemismos como “X”, “él” o “esa persona”, temiendo incluso pronunciar el nombre del presidente. Soportaron todo lo que el gobierno les impuso: restricciones drásticas contra la pandemia, altas tasas de desempleo, menos libros disponibles para leer, películas para ver y juegos para jugar.
Pero entonces algo se fracturó.
Después de casi tres largos años de “cero COVID”, que se ha convertido en una campaña política para Xi, el futuro de China se ve cada vez más sombrío. La economía no ha estado tan mal en décadas. La política exterior de Xi ha antagonizado con muchos países. Su política de censura, además de reprimir los cuestionamientos a su autoridad, ha acabado con casi toda la diversión.
Como bien decía una publicación popular en Weibo, los chinos se las apañan con libros publicados hace 20 años, música de hace una década, fotografías de viajes de hace cinco años, ingresos obtenidos el año pasado, dumplings congelados de un confinamiento de hace tres meses, pruebas de COVID de ayer y un chiste soviético recién horneado de hoy.
“Creo que todo esto ha llegado a un punto álgido”, afirmó Miranda, una periodista en Shanghái que participó en la protesta del sábado por la tarde. “Si no haces nada al respecto, de verdad podrías explotar”.
En los últimos días, en entrevistas con más de una docena de jóvenes que protestaron en Shanghái, Pekín, Nankín, Chengdu, Guangzhou y Wuhan, he oído hablar de un estallido de ira contenida y frustración por la manera en que el gobierno lleva a cabo su política de “cero-COVID”. Pero su ira y desesperación van más allá, hasta el punto de cuestionar el gobierno de Xi.
Dos de estas personas dijeron que no piensan tener hijos, una nueva forma de protestar entre los jóvenes chinos en un momento en el que Pekín anima a que haya más nacimientos. Al menos cuatro de los manifestantes dijeron que pensaban emigrar. Uno de ellos se negó a buscar trabajo después de que lo despidieron de una empresa de videojuegos tras las medidas severas del gobierno contra el sector el año pasado.
Estas personas fueron a las protestas porque querían hacerle saber al gobierno cómo se sentían de que tuvieran que someterse a pruebas constantes, estar encerrados en sus apartamentos o alejados de su familia y amigos a causa del COVID. Y querían mostrar su solidaridad con sus compatriotas que también estaban protestando.
Son miembros de una generación conocida como los hijos de Xi, los “pequeños pinks” nacionalistas que defienden a China en Weibo, Facebook y Twitter. Los manifestantes representan un pequeño porcentaje de los chinos de entre 20 y 30 años. Al enfrentarse al gobierno, rompieron con la manera en que se percibe su generación. Algunos chinos de más edad dijeron que los manifestantes les hicieron tener más esperanza en el futuro del país.
Zhang Wenmin, experiodista de investigación conocida con el seudónimo de Jiang Xue, escribió en Twitter que la valentía de los manifestantes la había conmovido hasta hacerla llorar. “Es difícil para la gente que no ha vivido en China en los últimos tres o cuatro años imaginar el miedo que estas personas han tenido que superar para salir a la calle, para gritar: ‘Dame libertad o dame muerte’”, escribió. “Increíble. Los quiero a todos”.
Como era la primera vez que se manifestaban, la mayoría de ellos no sabía qué esperar. Una manifestante de Pekín dijo que estuvo tan tensa que al día siguiente se sintió física y emocionalmente agotada. Más de una persona me dijo que necesitaba un día para ordenar sus ideas antes de poder hablar. Al menos tres lloraron en nuestra entrevista.
Se sienten orgullosos, atemorizados y conflictuados por sus experiencias. Tenían opiniones divergentes sobre cuán políticos deberían ser sus eslóganes, pero todos dijeron que fue catártico gritar las consignas.
Miranda, periodista desde hace ocho años, dijo que no pudo dejar de llorar cuando gritaba con la multitud “Libertad de expresión” y “Libertad de prensa”. “Fue el momento más liberador desde que soy periodista”, dijo con la voz entrecortada.
Todas las personas que entrevisté me pidieron que utilizara solo su nombre de pila, su apellido o su nombre en inglés para proteger su seguridad. Se sintieron relativamente seguros cuando marcharon con otras personas unos días antes, pero ninguno se atrevió a poner su nombre en los comentarios que se publicarían.
Las consignas que recordaban haber coreado hablaban de todo, lo cual demuestra que la frustración toca muchos aspectos de su vida. “¡Fin del confinamiento!”, “¡Libertad de expresión!”, “¡Devuélvanme mis películas!”.
A muchos de ellos les sorprendió cuán política resultó ser la protesta del sábado en Shanghái.
Se sorprendieron tanto o más cuando el domingo regresaron más personas para pedir la liberación de los manifestantes que habían sido detenidos horas antes.
Los seis manifestantes de Shanghái con los que hablé pensaban que iban a una vigilia el sábado por la noche por las 10 víctimas que murieron en un incendio el jueves en Urumqi, la capital de la región de Sinkiang, en el oeste de China. Al principio, el ambiente era relajado.
Cuando alguien coreó por primera vez “No más Partido Comunista”, la multitud se rió, según Serena, una estudiante universitaria que está de año sabático en Shanghái. “Todo el mundo sabía que esa era la delgada línea roja”, relató.
Luego, el ambiente se volvió cada vez más cargado. Cuando una persona clamó “¡Xi Jinping, renuncia!” y “¡PCC, dimisión!”, los gritos fueron los más sonoros, según Serena y otros manifestantes que también estuvieron allí.
Los jóvenes manifestantes están más conflictuados por el impacto de sus acciones. Se sienten impotentes para cambiar el sistema mientras Xi y el Partido Comunista estén en el poder. Creen que mucha gente del público los apoyó porque las inflexibles normas de la COVID han violado lo que ellos consideran normas básicas de la sociedad china. Les preocupa que, una vez que el gobierno relaje esa política, el apoyo del público hacia las protestas se desvanezca.
Al mismo tiempo, algunos de ellos argumentaron que sus protestas harían que el público esté consciente de sus derechos.
Nadie sabe en qué devendrán las manifestaciones: en un momento histórico o en una nota a pie de página. Los medios de comunicación oficiales del Estado han guardado silencio, aunque algunos blogueros progubernamentales de las redes sociales han responsabilizado a las “fuerzas extranjeras”. La policía reforzó su presencia en las calles y ha llamado o visitado a los manifestantes con el fin de intimidarlos.
Le pregunté a Bruce, un trabajador de la industria financiera de Shanghái de unos 20 años, si las protestas significaban que la gente había cambiado de opinión sobre Xi. Respondió: “Probablemente no haya sido porque la opinión pública cambió, sino porque los que son críticos de él se atrevieron a hablar”.
c.2022 The New York Times Company
GT