Pekín, China.- El domingo, cuando Zhang fue a protestar contra las estrictas políticas implementadas por la COVID en Pekín, pensó que estaba preparado para pasar inadvertido.

Llevaba un pasamontañas y unas gafas que le cubrían el rostro. Cuando le pareció que lo seguían policías vestidos de civil, se metió entre los arbustos y se puso otra chaqueta. Logró escabullirse. Esa noche, cuando Zhang, de veintitantos años, volvió a casa sin ser detenido, pensó que estaba libre de sospecha.

Pero la policía lo llamó al día siguiente. Le dijeron que sabían que había salido porque pudieron detectar que su teléfono había estado en el área de las manifestaciones. Veinte minutos después, aunque no les había dicho dónde vivía, tres agentes tocaron a la puerta.

Manifestantes en toda China contaron historias similares esta semana, según entrevistas con quienes fueron identificados, así como con grupos de derechos humanos que dan seguimiento a los casos. Mientras las autoridades se dan a la tarea de ubicar, intimidar y detener a quienes marcharon el fin de semana pasado para mostrar su desacuerdo con las estrictas políticas gubernamentales relativas a la COVID, han recurrido a poderosas herramientas de vigilancia que el Estado instauró a lo largo de la última década para momentos como este, cuando partes de la población salen a las calles y cuestionan la autoridad del partido gobernante, el Partido Comunista de China.

La policía ha usado rostros, teléfonos e informantes para identificar a los asistentes a las protestas. Suelen obligar a los que localizan a prometer que no volverán a protestar. Los manifestantes, a menudo inexpertos en ser rastreados, expresaron su desconcierto por la manera en que fueron descubiertos. Por miedo a nuevas repercusiones, muchos han eliminado aplicaciones extranjeras como Telegram que se habían utilizado para coordinar y difundir imágenes de las protestas en el extranjero.

La policía china tiene uno de los sistemas de vigilancia más sofisticados del mundo. Cuenta con millones de cámaras montadas en las esquinas de las calles y las entradas de los edificios. Adquirió un potente software de reconocimiento facial y lo programó para identificar a los ciudadanos que viven en la zona. Un software especial procesa los datos y las imágenes recabadas.

Aunque la construcción del sistema de vigilancia nunca fue un secreto, para muchos en China era algo lejano. La policía lo usa en su mayoría para rastrear a disidentes, minorías étnicas y trabajadores inmigrantes. Muchos dicen estar a favor, motivados por la idea de que si no haces nada malo, no tienes nada que esconder. Es probable que los interrogatorios de la semana pasada hayan cambiado esa postura, ya que se trataría de la primera vez que la vigilancia del Estado se usa sin hacer distinciones entre grandes números de ciudadanos de clase media en las ciudades más adineradas de China. Aunque muchos ya habían experimentado la censura —y esta semana probaron que a veces pueden evadirla— una visita de la policía en casa es menos común y más intimidante.

Estamos escuchando historias de policías que aparecen en los domicilios de los ciudadanos y preguntan dónde estaban durante las protestas y todo parece indicar que se basan en las pruebas obtenidas mediante la vigilancia masiva”, afirmó Alkan Akad, investigador sobre China de Amnistía Internacional. “La tecnología del ‘Gran Hermano’ chino nunca se apaga y el gobierno espera que ahora demuestre su eficacia para reprimir los disturbios”, añadió.

Las marchas y manifestaciones han sido las más extendidas y abiertamente políticas desde las de 1989, que Pekín reprimió con una fuerza militar letal en la plaza de Tiananmén. Ahora las autoridades chinas pueden aplacar el descontento mediante una red de alta tecnología que permite localizar y detener a los organizadores y a los inconformes más francos. Los seguidores y los curiosos a menudo se libran con una amenaza seria.

La experiencia de Zhang es muy común. Aunque él sabía que había cámaras de reconocimiento facial en todos los espacios públicos de China, subestimó los rastreadores de teléfonos. Estos dispositivos, que son cajas diminutas con antenas, son mucho más fáciles de pasar por alto. Al igual que una torre de telefonía móvil, se conectan a los teléfonos de todos los que pasan por allí y registran los datos para que la policía los verifique. Aun así, Zhang, quien, como otros manifestantes entrevistados para este artículo, se negó a dar su nombre completo por miedo a las represalias policiales, tuvo suerte. Tras un duro interrogatorio y la advertencia de que no volviera a asistir a una manifestación, la policía se marchó de su apartamento.

Dijo que el calvario lo había dejado “aterrado” y creía que lograría frenar el impulso que habían generado las manifestaciones. “Va a ser muy difícil movilizar a la gente de nuevo”, afirmó. “Con lo sucedido, la gente no querrá salir a las calles”, concluyó.

A otros, su rostro los delató. Un hombre, Wang, que se unió a las protestas en Pekín, relató haber recibido una llamada de advertencia de la policía dos días después de la marcha del domingo. Le dijeron que lo habían identificado con ayuda de tecnología de reconocimiento facial.

A diferencia de otros manifestantes de Pekín, Wang no se cubrió el rostro con un sombrero o lentes oscuros y, por un momento, se quitó el cubrebocas. Dijo no estar sorprendido de que la policía hubiera podido identificarlo, pero el uso de este tipo de tecnología lo había hecho sentir intranquilo. “Sabía de los riesgos de ir a una reunión de ese tipo. Si quieren encontrarnos, en definitiva, pueden hacerlo”, sostuvo. 

La llamada de la policía solo duró 10 minutos, pero el agente hizo todo lo posible para intimidarlo: “Fue claro cuando dijo que no habría una segunda oportunidad”.

Tras ser detenidos o abordados por la policía, muchos manifestantes han evitado utilizar VPN (redes virtuales privadas) u otras aplicaciones extranjeras como Telegram y Signal. Comentaron que temen que ahora que están en el radar de las autoridades, el software que usan en sus teléfonos pueda ser vigilado más de cerca, lo que llevaría a una mayor atención policial y a una posible detención.

Para muchos manifestantes, el impacto de haber sido identificados fue suficiente como táctica de intimidación.

Una mujer llamada Wang, cineasta veinteañera, dijo que se unió a un grupo de amigos en Pekín el domingo por la noche. Juntos tomaron precauciones: se cubrieron el rostro con cubrebocas, tomaron un taxi a varios kilómetros de distancia y caminaron hasta el lugar de concentración. Aunque les habían advertido que debían apagar sus teléfonos, se limitaron a desactivar las funciones de GPS y Face ID.

“En ese momento pensamos que había mucha gente. Pensamos, ¿cómo podrían encontrar a cada una de estas personas? ¿Cómo podrían tener la energía para atraparnos a todos?”, narró.

Ella y sus amigos se sorprendieron cuando varios de ellos recibieron llamadas telefónicas o visitas de la policía. Algunos se vieron obligados a ayudar a la policía en su investigación y acudir a la comisaría.

“Creo que mis amigos no se atreverán a ir si hay otra protesta”, comentó.

Aun así, Wang se escabulló entre las grietas de la red. Aquella noche utilizó un teléfono con un número que no estaba vinculado a sistemas que pudieran identificarla, como el programa informático de códigos de salud del país que se utiliza para rastrear los casos de COVID y garantizar que la gente se someta a pruebas periódicas en las zonas con brotes.

No se dejó intimidar por su experiencia.

Seguiré yendo, si la policía me encuentra, ya veremos”, reflexionó. Cuando se le preguntó si volvería a asistir a una reunión pública, añadió: “Sencillamente, siento que hay que ir”.

c.2022 The New York Times Company

GT

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