Por: Jeffrey Gettleman, de The New York Times en exclusiva para AM en Guanajuato. 

Jerson, Ucrania.- La noche del 15 de marzo, Illia Karamalikov recibió una llamada telefónica inesperada.

Como propietario de un club nocturno y miembro del concejo municipal de Jersón, se había encargado de un grupo voluntario de vigilancia vecinal en esa ciudad sureña ucraniana que acababa de ser invadida por miles de integrantes del Ejército ruso. Los militares habían tomado Jersón y enfrentado escasa resistencia, pero después siguieron avanzando de manera apresurada hacia otro territorio y no mostraron interés en administrar la ciudad.

Después, se produjeron saqueos y caos hasta que Karamalikov y otros organizaron patrullajes en los barrios realizados por hombres de la localidad. No trabajaban con los rusos, pero tenían su autorización.

Durante la llamada de esa noche, uno de los líderes de la vigilancia de Karamalikov reportó que un equipo de guardias había encontrado a alguien tambaléandose hacia un puesto de control en un uniforme verde extraño, cubierto de lodo y con semblante conmocionado. No era un saqueador. Se trataba de un piloto ruso perdido. Lo habían desarmado y lo mantenían en el aula de una escuela.

Era una situación bastante inusual de prisionero de guerra (un grupo de civiles que capturaron a un militar enemigo en una ciudad que el enemigo controla). Mykhailo Velychko, el abogado de Karamalikov, comentó: “Nadie sabía qué hacer. No podían entregarlo a las fuerzas ucranianas (ya que no había fuerzas ucranianas en la ciudad en ese momento), no había Cruz Roja y los rusos estaban por todos lados”.

Lo que ocurrió durante las siguientes horas y continúa desarrollándose en la corte meses después revela el límite borroso entre la complicidad y la supervivencia que muchos ucranianos tuvieron que enfrentar después de que los rusos invadieron su país (y eso presenta problemas para las autoridades que en la actualidad están en proceso de decidir a quiénes castigar).

Karamalikov llevó al piloto capturado a su casa y lo encerró en un cuarto de servicio. Más tarde esa noche, acordó regresar al militar a los rusos. No vio otra opción.

Las autoridades ucranianas vieron las cosas de otra manera. Luego, arrestaron a Karamalikov como colaborador y lo acusaron de traición. Ahora, se encuentra en espera de juicio y podría ser condenado a cadena perpetua.

En las áreas de Ucrania que Rusia ha capturado (más de una quinta parte del país), millones de civiles han tenido que coexistir con un Ejército de ocupación que tiene todo el poder. En últimas fechas, los ucranianos han recuperado porciones de su territorio, como Jersón, ciudad liberada a mediados de noviembre, y la cacería de colaboradores comenzó casi de inmediato. La gente ahora es juzgada por las decisiones que tomó durante los tiempos estresantes de la ocupación.

Un documento de doce páginas acusa a Karamalikov de ayudar a un militar enemigo a escapar y retomar las hostilidades contra Ucrania. Sin embargo, en entrevistas con más de una docena de personas en Jersón, incluyendo aquellas que expresaron reservas sobre la reputación de Karamalikov como un empresario autoritario, todas dijeron que él había hecho lo correcto.

Quienes lo respaldan señalaron que, como jefe de los patrullajes vecinales, tuvo que tomar una decisión que conllevaría consecuencias graves para él y su comunidad. Entregar al militar a los rusos parecía ir en contra de los principios básicos de la guerra. Si le hubiera dicho a sus subordinados que mantuvieran al militar cautivo, en una ciudad controlada por combatientes rusos, podría haber puesto a todos los involucrados en peligro.

En cuanto a la tercera opción, su rabino indicó que Karamalikov no la contemplaría.

El rabino Yossef Itzhak Wolff mencionó: “Con una vida en sus manos, no puedo imaginar nunca a Illia matando a alguien. Lo que hizo fue la decisión más humana que pudo tomar”.

‘Fue una locura’

Los rusos irrumpieron en Jersón el 24 de febrero, el primer día de la guerra, con una fuerza avasalladora desde la península de Crimea y con una facilidad que levantó sospechas de complicidad local. El gobierno ucraniano ahora investiga a varios oficiales de inteligencia que son sospechosos de filtrar información crítica sobre las defensas de Jersón para los rusos.

Los servicios de seguridad huyeron. El Ejército desapareció. Los policías se esfumaron de las calles.

Wolff relató: “Era una ciudad acéfala”.

La vida en Jersón se volvió cada vez más difícil. Los suministros no podían atravesar las líneas del frente y la ciudad, con una población previa a la guerra de alrededor de 300.000 habitantes, comenzó a quedarse sin alimentos. Residentes señalan que el saqueo se volvió tan terrible que los ladrones sacaron de los supermercados congeladores abastecidos con los últimos pollos congelados de la ciudad y los movieron por las calles principales.

Oleksandr Samoylenko, un político y jefe del concejo regional de Jersón que abandonó la ciudad cuando los rusos invadieron, afirmó: “Fue una locura. Jersón estaba bajo ocupación rusa, pero los rusos no estaban interesados en tomar control de la administración (el sistema de aguas, las ventas, los mercados). No querían el dolor de cabeza que eso representa”.

Karamalikov, de 51 años, tomó las riendas. Junto a algunos otros líderes de la ciudad, organizó la Patrulla Ciudadana: 1200 hombres, la mayoría desarmados, algunos con palos, que rondaban las calles de Jersón después del anochecer. Arrestaban a quienes violaban el toque de queda y delincuentes menores, y en ocasiones los hacían recoger basura o realizar otro servicio comunitario. Era un sistema transitorio y comunitario de justicia penal.

Una cita con ‘Alfa’

Karamalikov estuvo ocupado durante esas primeras semanas caóticas de la guerra, aseguró su abogado; iba de un lado a otro en Jersón a bordo de su Audi blanco, supervisando los patrullajes en los vecindarios, yendo a la sinagoga y convirtiendo sus negocios en puestos de ayuda de facto en los cuales repartía cajas de suministros.

Esto lo llevó a encontrarse cara a cara con oficiales castrenses rusos, en particular con un coronel que se vestía por completo de negro y usaba el nombre en clave Alfa. Karamalikov no tenía muchas alternativas, aseveró su abogado. Había militares rusos nerviosos por toda la ciudad y Karamalikov necesitaba hablar con comandantes rusos como Alfa “para asegurarse de que no dispararan en contra de ninguno de los voluntarios”.

Alrededor de las 10 p. m. del 15 de marzo, un plomero, un carpintero y el hijo del carpintero estaban en un puesto de control cuando vieron la silueta de alguien que se escondía y salía de las sombras. Entonces, una voz gritó: “¡Soy uno de ustedes!”, y apareció el militar suso, quien confundió a los vigilantes del barrio por compatriotas rusos.

Andriy Skvortsov, el hijo del carpintero, mencionó que el militar estaba desconcertado y apenas era capaz de hilar una frase. También manifestó que, cuando el piloto se dio cuenta de que los hombres frente a él eran ucranianos, su expresión se tornó extremadamente temerosa. Skvortsov opinó: “Se comportaba de manera infantil e indefensa”. También estaba fuertemente armado.

Cuando lo revisaron, encontraron un rifle AK-47 de cañón corto, una pistola Makarov y cinco cartuchos de munición. También encontraron su tarjeta de identificación militar que mostraba que era el teniente Dmitrii Pavlovich Savchenko, de 32 años, un piloto de helicóptero de combate. De su discurso poco articulado, pudieron entender que había caminado casi 16 kilómetros desde el aeropuerto de Jersón, que los ucranianos habían atacado con misiles, lo que causó la muerte de muchos rusos.

Los vigilantes llevaron al militar a una escuela y llamaron a Karamalikov. No había una solución fácil. La Cruz Roja, que maneja los asuntos de prisioneros, no estaba operando en Jersón en ese momento y no había manera de trasladar al piloto capturado a las fuerzas ucranianas, las cuales se encontraban a kilómetros de distancia.

A pesar de todo el sentimiento antirruso que se percibía en Jersón, los guardias civiles no maltrataron al militar. Una pequeña multitud de curiosos se reunió alrededor de él y algunos se tomaron selfis. El abogado de Karamalikov dijo que su cliente estaba decidido a tratar al piloto de manera humana y que lo que hizo al final cumplía con los Convenios de Ginebra.

Karamalikov llamó a Alfa y acordaron encontrarse en la mañana. Hasta entonces, el militar se quedaría en su casa. Al alba, Karamalikov se reunió con Alfa y entregó al piloto ruso.

Lo que Karamalikov no sabía, asegura su abogado, era que agentes de inteligencia ucranianos habían intervenido el celular de Alfa y escucharon toda la conversación.

‘¿Debimos haber matado al militar?’

Para mediados de abril, los rusos habían importado cientos de agentes de inteligencia y otros oficiales de seguridad a Jersón que arrestaron a muchos civiles y torturaron a algunos de ellos. Al mismo tiempo, los servicios de seguridad ucranianos tenían su propia red de informantes en la ciudad y monitoreaban a cualquier sospechoso de colaborar con los rusos.

Karamalikov decidió que era tiempo de irse. El 14 de abril, empacó junto con su esposa, su suegra y tres de sus cinco hijos y subieron todo a dos vehículos para manejar casi 250 kilómetros a Odesa, una ciudad controlada por los ucranianos.

Tan pronto como cruzaron a territorio ucraniano, los detuvieron. Los agentes de inteligencia ucranianos sacaron a Karamalikov de su auto y se lo llevaron. Sus familiares y su abogado indican que fue llevado a un centro de interrogación en Krivói Rog, donde fue golpeado en todo el cuerpo, sometido a cortes con objetos afilados en las piernas e inyecciones de drogas para obligarlo a hablar.

Funcionarios en Jersón se negaron a comentar sobre las acusaciones de tortura, pero reconocieron que al menos dos de los agentes involucrados en el trato a Karamalikov han sido puestos bajo investigación.

A través de una llamada telefónica, Artem, hijo de 19 años de Karamalikov, comentó: “Es difícil de creer que nuestro propio país, que está comprometido con la democracia y tiene sus propias leyes, haga algo como esto”.

En la acusación, los fiscales precisaron que al liberar al militar, Karamalikov “organizó la participación adicional de un militar ruso en la agresión contra Ucrania”. También lo acusaron de filtrar datos personales de veteranos militares y figuras políticas pro-Ucrania. Su abogado indicó que Karamalikov no hizo eso y que la información ya estaba disponible de manera pública.

Los fiscales también lo acusaron de “producir una imagen positiva” de Rusia al distribuir ayuda humanitaria rusa y ayudar a hacer videos de propaganda rusa, lo cual su abogado negó.

No obstante, su abogado opinó que el punto más delicado del caso era el militar capturado y “hasta la fecha, hemos formulado una pregunta que nadie puede responder: ¿qué otra cosa, en esas circunstancias, en esa ciudad, en ese momento, se suponía que hiciera?”.

La fiscalía de Jersón declinó responder a eso.

Incluso después de todo lo que ha ocurrido en Jersón en los últimos nueve meses, Skvortsov, el vigilante, parece profundamente conmovido por lo ocurrido esa noche.

Skvortsov reflexionó: “Nos cuestionamos después: ¿debimos haber matado al militar y mantenerlo en secreto? Pero decidí que no, eso no hubiera sido bueno”.

Concluyó: “Recuerdo haber visto los cadáveres y las partes de los cuerpos al comienzo de la guerra, nuestros y suyos. Hicimos lo correcto”.

c. 2022 The New York Times Company

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