Un trabajador distribuye pan tradicional gratuito a personas necesitadas en un restaurante, el domingo 16 de abril de 2023, en Peshawar, Pakistán

Un restaurante en las afueras de Nairobi escatima con el tamaño de sus chapatis —un pan sin levadura keniano, hojaldrado y correoso— con el fin de ahorrar en aceite para cocinar. Los paquistaníes con poco dinero están volviéndose vegetarianos de mala gana, eliminando la carne de res y el pollo de sus dietas porque ya no pueden costearlos. En Hungría, un café ha retirado las hamburguesas y las papas del menú, intentando evadir el elevado costo del aceite y la carne.

En todo el mundo, los precios de los alimentos continúan dolorosamente elevados. Y es desconcertante. En los mercados globales, los precios de los granos, el aceite vegetal, los lácteos y otros productos agrícolas han descendido a un ritmo constante luego de alcanzar cifras récord en alza. Sin embargo, este descenso no ha llegado al mundo real de los tenderos, vendedores ambulantes y familias que tratan de que el dinero les alcance hasta el fin de mes.

“No podemos costear el almuerzo y la cena la mayoría de los días porque tenemos que pagar la renta y las colegiaturas”, dijo Linnah Meuni, una keniana madre de cuatro hijos.

Dice que un paquete de 2 kilos (4,4 libras) de harina de maíz cuesta el doble de lo que gana al día vendiendo verduras en un puesto.

Los precios ya eran altos cuando Rusia invadió Ucrania en febrero del año pasado, lo que alteró el comercio de granos y fertilizantes e incrementó aún más los precios. Pero a escala global, esa conmoción por los precios altos terminó hace tiempo.

Las Naciones Unidas dicen que los precios de los alimentos han caído durante 12 meses seguidos, en parte gracias a buenas cosechas en lugares como Brasil y Rusia y a un frágil acuerdo entre Moscú y Kiev para permitir que los cargamentos de grano salgan del Mar Negro a pesar de la guerra.

El índice de precios de los alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura se ubica a un nivel más bajo que cuando las fuerzas rusas invadieron Ucrania.

Sin embargo, los precios exorbitantes de los alimentos que la gente tiene que pagar siguen aumentando, lo cual está contribuyendo de manera desproporcionada a una inflación dolorosamente elevada, desde Estados Unidos a Europa y los países en vías de desarrollo.

Los mercados de los alimentos están tan interconectados que “dondequiera que usted se encuentre en el mundo, siente el efecto si los precios globales suben”, señaló Ian Mitchell, economista y codirector residente en Londres del programa europeo en el Centro para el Desarrollo Global.

¿Por qué la inflación de los precios de los alimentos es tan irresoluble, si no en los mercados mundiales de materias primas, entonces donde sí cuenta: en mercados, tiendas de abarrotes y las mesas de las cocinas de todo el mundo?

Joseph Glauber, ex economista en jefe del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, hace notar que el precio de ciertos productos agrícolas —naranjas, trigo y ganado— es sólo el principio.

En Estados Unidos, donde los precios de los alimentos habían aumentado 8,5% en marzo con respecto al año pasado, dice que “75% de los costos se generan después de que salen de la granja. Son costos de energía. Son todos los costos de procesamiento. Todos los costos de transporte. Los costos de mano de obra”.

Y muchos de esos costos forman parte de la denominada inflación subyacente, que excluye los precios volátiles de los alimentos y la energía y que ha demostrado ser particularmente difícil de extirpar de la economía mundial. Los precios de los alimentos se dispararon 19,5% en la Unión Europea en marzo con respecto del año pasado, y 19,2% en Gran Bretaña, el aumento más grande en casi 46 años.

La inflación de los alimentos, dice Glauber, “disminuirá, pero lo hará de forma gradual, en gran parte porque estos otros factores siguen estando muy elevados”.

Otros, entre ellos el presidente estadounidense Joe Biden, señalan a otro culpable: una ola de fusiones de compañías que, en el curso de los años, ha reducido la competencia en la industria alimentaria.

El año pasado, la Casa Blanca se quejó de que tan sólo cuatro empresas empacadoras de carne controlan el 85% del mercado de la carne de res en Estados Unidos. Asimismo, sólo cuatro compañías controlan 70% del mercado de la carne de cerdo y 54% el mercado de la carne blanca. Esas empresas, dicen los críticos, pueden y utilizan su poder en el mercado para aumentar los precios.

Glauber, ahora miembro investigador sénior del Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias, no está convencido de que la consolidación de la agroindustria sea la culpable de que los precios de los alimentos permanezcan persistentemente altos.

Seguro, dice, las grandes empresas agrícolas pueden cosechar ganancias cuando los precios suben. Pero las cosas suelen estabilizarse con el tiempo, y sus ganancias disminuyen en tiempos de austeridad.

“Ahora mismo hay muchos factores del mercado, elementos básicos, que pueden explicar por qué tenemos una inflación así”, señala. “No podría culpar al hecho de que sólo tenemos un puñado de productores de carne”.

Fuera de Estados Unidos, afirma, la culpa del incremento de los precios la tiene la solidez del dólar. En otras crisis relacionadas con los precios de los alimentos, como en 2007-2008, el dólar no estaba especialmente fuerte.

“En esta ocasión, hemos tenido un dólar fuerte y un dólar que se revalúa”, indicó Glauber. “Los precios del maíz y el trigo se calculan en dólares por tonelada. Los conviertes a la moneda local, y debido a la fortaleza del dólar, eso significa que no ven reflejadas” las caídas de precios que pueden verse en los mercados de materias primas y en el índice de la ONU sobre los precios de los alimentos.

En Kenia, la sequía se sumó a la escasez de alimentos y a los elevados precios derivados del impacto por la guerra en Ucrania, y los costos han permanecido obstinadamente elevados desde entonces.

El precio de la harina de maíz, producto básico en los hogares de Kenia que se emplea para hacer un platillo a base de maíz llamado ugali, se ha duplicado en el curso del año pasado. Tras las elecciones de 2022, el presidente William Ruto le puso fin a los subsidios diseñados para proteger de los precios altos a los consumidores. De todas formas, ha prometido disminuir los precios de la harina de maíz.

Los molineros de Kenia compraron trigo cuando los precios globales eran altos el año pasado, por lo que también han tenido que lidiar con altos costos de producción debido al aumento en el precio del combustible.

En respuesta, restaurantes pequeños como el de Mark Kioko, en Kenia, han tenido que aumentar sus precios y a veces reducir sus porciones.

“Tuvimos que reducir el tamaño de nuestros chapatis porque incluso después de que incrementamos el precio, estábamos sufriendo porque los precios del aceite de cocina también han permanecido elevados”, dice Kioko.

En Hungría, cada vez es más frecuente que la población no pueda hacerle frente al mayor incremento de precios de los alimentos en la Unión Europea, que alcanzó el 45% en marzo.

Para poder capear el alza en los costos de los ingredientes, el Cafe Csiga en el centro de Budapest ha aumentado sus precios aproximadamente el 30%.

“Nuestro chef sigue los precios muy de cerca todos los días, por lo cual la adquisición de los ingredientes de la cocina está controlada estrictamente”, dijo el gerente general del restaurante, Andras Kelemen. El café tuvo que quitar las hamburguesas y las papas fritas de su menú.

Joszef Varga, vendedor de frutas y verduras en el histórico Mercado Central Budapest, dice que sus costos de mayoreo han aumentado entre 20% y 30%. Todos sus clientes han notado el aumento de los precios, algunos más que otros.
“Los que tienen más dinero compran más, los que tienen menos compran menos”, señaló. “Uno puede percibirlo significativamente en la gente; se quejan de que todo está más caro”.

En Pakistán, el tendero Mohammad Ali dice que algunos clientes ya no comen carne, sino verduras y frijoles. Incluso el precio de las verduras, los frijoles, el arroz y el trigo ha aumentado hasta 50%.

Sentada en su casa de adobe a las afueras de la capital Islamabad, Zubaida Bibi, viuda de 45 años, dice: “Nuestra vida nunca fue fácil, pero ahora el precio de todo ha subido tanto que se ha vuelto difícil vivir”.

Este mes se formó en una fila extensa para recibir trigo gratuito del gobierno del primer ministro Shahbaz Sharif durante el ramadán, el mes sagrado del islam. Bibi es empleada doméstica, con un sueldo de sólo 8.000 rupias paquistaníes al mes (30 dólares).

“Necesitamos muchas otras cosas, pero no tenemos suficiente para comprar comida para nuestros hijos”, cuenta.

Su hermano menor, Sher Khan, le da dinero para mantenerse a flote. Pero él también es vulnerable: el aumento en los precios de combustible podría obligarlo a cerrar su puesto de té en la carretera.

“La inflación creciente ha arruinado mi presupuesto”, lamentó. “Gano menos y gasto más”. ____ Wiseman reportó desde Washington y Musambi desde Nairobi. Los reporteros de la AP Munir Ahmed en Islamabad, Justin Spike en Budapest y Courtney Bonnell en Londres contribuyeron a este reportaje.

HLL
 

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