Ciudad Juárez.-. Ante la incertidumbre de recibir asilo en Estados Unidos, cientos de migrantes de centro y sudamérica han optado por entregarse a la Patrulla Fronteriza.
Replegados en el muro divisorio, los extranjeros formaron ayer una megafila en el cruce internacional Reforma. Ahí se encuentra una puerta habilitada en el muro, donde desde temprana hora comenzaron a concentrarse para ser procesados por las autoridades estadounidenses.
Los migrantes se movieron unos 300 metros del área donde el gobierno de Texas reforzó el martes con alambre de púas la orilla del Río Bravo y desplegó soldados de la Guardia Nacional estatal con tanquetas, a unos 200 metros del puente internacional Paso del Norte.
Ese día, los integrantes de la Guardia Nacional de Texas amedrentaron a los migrantes a no cruzar el Bravo, pero muchos se arriesgaron a vencer el alambre de púas, tras lo cual fueron arrestados por la Patrulla Fronteriza y enviados a centros de detención.
Ante el “muro” de tanquetas y soldados texanos, cuyo despliegue se concentró en el área del Barrio Chihuahuita, en El Paso, los migrantes, muchos de ellos venezolanos, se movieron hacia otra zona, cercana al Centro, y poco a poco han sido recibidos por las autoridades migratorias.
Familias completas se observan en ambos lados de la frontera, unos esperando noticias favorables para poder pedir asilo y otros desesperados cruzando las aguas heladas del Bravo para formarse en la fila enorme, debajo del puente Reforma.
“Biden ayúdanos, danos la dicha de mostrarte que sí podemos trabajar”, suplicó Renny Rodríguez, de 39 años, quien dejó su natal Venezuela hace cuatro meses para poder ingresar a Estados Unidos.
Ayer, luego de 20 días, el mercaderista, barbero y entrenador físico, decidió llegar al Río Bravo para formarse en la fila junto al muro y entregarse a las autoridades norteamericanas.
“Lo que queremos es trabajar”, señala a punto del llanto al recordar lo difícil que ha sido su travesía desde que dejó a su familia para llegar al norte.
“Salimos de nuestro país para lograr el sueño, no tanto es el sueño, es trabajar por nuestras familias. Yo no lo hago por mí, lo hago por ellos. Venimos de un país reprimido que pensábamos que iba a mejorar por socialismo, pero nada, eso es mentira. Ahora son 20 años de dictadura, reprimen al pueblo”.
Rodríguez lamentó que en su país no haya trabajo.
Ya no hay donde buscar, hay mucha desidia, hay mucha indigencia, el gobierno todo es para ellos, tiene al pueblo reprimido con comida”, indicó.
Cargando una mochila, Rodríguez llegó al Río Bravo y se perdió entre los cientos de migrantes de diferentes nacionalidades que esperan cambiar sus vidas al recibir protección de Estados Unidos.
“Con el favor de Dios nos entregamos, ya es mucho tiempo y hoy es 21 (de diciembre) y ya que sea lo que Dios quiera. Venimos con la Fe de Dios”, dice con la voz entrecortada, quien para sostenerse en México ha vendido dulces en la calle.
Al igual que Rodríguez, otra venezolana, Sugeidy Medina, llegó a la frontera junto con su esposo y sus cinco hijos de 17, 12, 9, 4 y un año de edad.
“No tenemos nada en Venezuela”, lamenta la mujer mientras trata de calmar el llanto de su hijo pequeño, a quien carga.
Desde el bordo del Bravo, del lado mexicano, observa la larga fila sobre el muro.
En su caso, esperará a que cambien las políticas migratorias actuales para los venezolanos, quienes desde octubre han sido restringidos para ingresar vía terrestre bajo el Título 42, implementado en marzo del 2020 con motivo de la pandemia de Covid-19, con el propósito de evitar la propagación del virus.
Aunque se esperaba que ayer concluyera, el programa continuará, por lo que en caso de entregarse, serán devueltos a México.
Ya es una dictadura lo que hay allá”, relata la mujer que junto con su familia atravesó la selva entre Venezuela y Colombia durante 14 días.
Hace dos meses llegaron a México y el martes a Ciudad Juárez, donde esperarán noticias favorables.
Mientras duermen en un albergue cercano al Río Bravo, de una iglesia evangélica que da cobijo a los migrantes, pero que está saturado.
“El frío no se aguanta”, advierte su hijo de 12 años, quien aspira a una mejor vida en Estados Unidos.