Ciudad de México.- La historia de Mariana Lima y su madre, Irinea Buendía, es el retrato de todo un país. Es la historia de las familias que buscan a sus desaparecidos en el desierto. Es la de la mujer que grita el nombre de su amiga asesinada y es la de la madre que lucha cada día para que el caso de su hija no quede impune, aunque para conseguirlo haya pasado más de una década.
La historia de Irinea Buendía es una historia que pocas veces se puede contar en México. Es un feminicidio que acaba frente a un juez. Más del 95% de los casos de feminicidio quedan en total impunidad, por eso la condena al feminicida de Mariana Lima sienta un precedente no solo para su familia, sino para todo el país. “Sacamos a un asesino de la calles”, dice doña Irinea. Y cambiaron para siempre la forma de investigar y enjuiciar los crímenes contra las mujeres en México.
La semana pasada el Poder Judicial del Estado de México sentenció a 70 años de cárcel al expolicía Julio César Hernández Ballinas por el feminicidio de la joven de 29 años, asesinada en 2010 en Chimalhuacán. La condena del tribunal por fin le daba la razón a su madre: Mariana Lima no se suicidó. A Mariana Lima la mataron. Doña Irinea llevaba 13 años esperando escuchar aquellas palabras. “Desde que reconocí su cuerpo en la morgue lo supe”, asegura.
Con total frialdad, el asesino la llamó para decirle que la mujer se había suicidado. Irinea nunca le creyó. “¿Ya la mataste, hijo de la chingada?”, recuerda que le dijo. “Tomó dos segundos que la matara y 13 años conseguir justicia”, dice en entrevista con EL PAÍS.
El mismo día en que fue asesinada, Lima le había contado a su madre que planeaba dejar a su esposo. “El hombre que pega la primera vez, no deja de pegar”, dice la señora Irinea. Ella está convencida de que su hija iba a abandonar a su asesino y por eso acabó muerta. “Los asesinos feminicidas cuando ven la decisión de que los van a dejar, es cuando las matan”, agrega. De sobra eran conocidos los antecedentes de violencia en la relación —la amenazaba con matarla con un bate, la violaba mientras la encañonaba con el arma, la acusaba de robarle dinero, según los testimonios de sus allegados— que resulta difícil creer que la ceguera de las autoridades fuera involuntaria.
“Fuimos a ver a Enrique Peña Nieto, que era el gobernador, y a Alfredo Castillo, que era el procurador del Estado de México. Ninguno nos quiso recibir”, asegura Buendía. Después de una investigación cuajada de irregularidades y revictimización, la Procuraduría de Castillo ordenó el no ejercicio de la acción penal, es decir, dar carpetazo al caso y meterlo en un cajón. “No había tiempo para la muerte violenta de una mujer, no les importaba porque nunca les importa”, dice la madre.
Buendía tiene el cabello largo, blanco y rizado que le cae sobre los hombros. Mientras habla por teléfono, camina lento y se apoya en su bastón. Se mezcla entre las personas que suben y bajan de las combis en pleno centro de Ciudad Nezahualcóyotl, en el Estado de México. Nadie parece saber que esta mujer de casi 71 años es un símbolo de la lucha contra los feminicidios y acaba de ganarle una importante batalla al sistema de justicia mexicano.
Cuando su hija fue asesinada, los feminicidios ni siquiera se sancionaban como delito en México y no estaban tipificados en el Código Penal. Pasó de vender jugos en el mercado a tener que empaparse de leyes, sentencias, procedimientos y amparos. Acompañada en la batalla legal por sus abogadas, aprendió a ser forense, perito, ministerio público y abogada, la profesión que había elegido estudiar Mariana. “Su feminicida pensó que como su papá y yo estábamos pobres, nunca nos íbamos a atrever a continuar con la investigación”, señala. El asesino se equivocaba.
La mujer escribió cada detalle del caso en una libreta. Las marcas, los moratones… cada pista contaba y como repite varias veces a lo largo de la entrevista “no hay crimen perfecto”. Leyó muchos de los libros de Derecho que Mariana estudiaba en la universidad y se metió tanto en el caso, que llegó a comprobar en su propio cuello que no era posible que la chica se hubiera colgado del techo como su asesino trataba de hacer creer. “Me ahorqué con ese hilo para ver cómo quedaba el trazo”, dice fríamente. “No para matarme. Quise probar que la fractura que tenía mi hija no era ahorcamiento, sino un estrangulamiento”, asegura.
Siempre lleva un retrato de ella. De Marianita, como le dice con cariño; dos cruces de madera y una copia de la sentencia de la Suprema Corte que en 2015 obligó a reabrir el caso para que fuera investigado con perspectiva de género. El cuerpo fue exhumado cinco años después de ser enterrada. Encontraron que Mariana todavía tenía restos de piel debajo de las uñas. Como dice la señora Irinea: “Seguía gritando justicia cinco años después”. La decisión del Alto tribunal sentó jurisprudencia en el país y obligó a que toda muerte violenta de una mujer en México sea investigada como un feminicidio.
Los ojos de la señora Buendía están cansados y tristes. Se siente sola y dice que nunca existirá la paz para alguien a quien le han matado a una hija. “El hueco siempre estará ahí”, dice.
– ¿Cómo si la arrancaran un brazo?
– Peor, porque si me hubieran arrancado un brazo podría decir que tengo el otro. Aquí nos partieron la vida a toda la familia. Tuve cinco hijos y me quedan cuatro.
La muerte de su esposo, Lauro Lima, y los atentados contra dos de sus hijos para que no declararan en el caso, han marcado estos años tan dolorosos. “Él ya no vio la justicia. Yo sí, aquí estoy”, responde. Pese a todo, la familia tuvo que marcharse de su casa por amenazas de muerte, vivían en Neza, uno de los municipios más peligrosos del Estado de México para ser mujer. “Toda la gente de aquí, de la Zona Oriente, le debe algún favor al policía Ballinas y está todavía en la obligación de pagárselo”, señala Buendía. “Sigo teniendo miedo por mis hijos”. Mientras tanto, la defensa del expolicía condenado ha apelado la sentencia.
Ella sabe que la lucha por la justicia en México es una batalla desgastante que no acaba nunca. “Nosotras como activistas y defensoras de los derechos humanos no tenemos una guerra con los hombres. Yo, en lo personal, tengo una guerra con los perversos, con los violentos, con los violadores y con los cobardes asesinos. Esta es una guerra en contra de la corrupción, la simulación, la impunidad, la indiferencia y la intolerancia”, afirma.
– ¿Después de todo lo que ha pasado, doña Irinea, por fin, confía en la justicia?
– No. Pero como dice Miguel Lorente en su poema: “El silencio mata más que los golpes y se acabaron los minutos de silencio. Ahora se oirán nuestras voces”. Guardar silencio es como cerrar los ojos en la oscuridad.
JRL