El pintor Gerard David, de Utrecht, ejerció gran parte de su arte en Brujas (Bélgica) y cuenta entre sus obras dos pinturas: “El juicio de Cambises” y “El desuello de Sisamnes”. Estas pinturas unidas como díptico, narran una historia que si bien merece ser contada, pudiera no ser apropiada para quienes son de carácter impresionable.
Sin embargo, antes de ello (y aquí habrán de disculpar a un leguleyo como su servidor) vale la pena hablar de prevaricación. Este concepto habla acerca de un delito que es cometido por una persona pública (perteneciente a la administración pública o con carácter de funcionario) quien a través de la obra o inacción, ejecuta o guarda silencio injustificado para ir en contra de la ley, ya sea en beneficio de sí mismo o de un tercero y actuando con dolo toma resoluciones injustas de carácter grave.
En su variante judicial, son los jueces quienes emiten una sentencia o resolución de carácter arbitrario sin fundamentarse en la ley, incumpliendo con la misma y con la responsabilidad asignada a su puesto. En su variante administrativa, aquellos funcionarios públicos que dictan resoluciones administrativas despóticas o que ejercen su cargo de manera injusta sin apego a derecho, caen en esta nefasta conducta.
Pues bien, ya en el pasado se sabía que entre los peores delitos que puede cometer un juez en el ejercicio de su cargo (y aplíquese a funcionarios a cualquier nivel) está justamente la prevaricación, es decir, aún a sabiendas emitir una sentencia o actuar de manera injusta.
Heródoto, historiador y cronista griego, nos cuenta el ejemplo del juez Sisamnes, quien desempeñó su labor en tiempos de Cambises II, emperador persa.
La historia relata que Sisamnes el juez, aceptó un soborno para dictar sentencia favoreciendo a quien le dio el pago. La causa en cuestión, si bien es desconocida, llegó a los oídos de Cambises, que enfurecido y colérico (puesto que no se trataba de un magistrado cualquiera sino de uno perteneciente al imperio) quiso hacer de este caso un escarmiento. Ordenó la detención de Sisamnes y dictó su ejecución, pero esta era bajo una terrible pena capital, pues significaba la condición de ser desollado vivo.
A la muerte de Sisamnes, Cambises ordenó que con los retazos de piel obtenidos, se tapizara el asiento que otrora ocupara el juez condenado en el cual presidía el tribunal, para después dar un giro de impacto al nombrar a Ótanes, hijo de Sisamnes, como sustituto en el cargo y para ejercer este último tendría que sentarse sobre la piel de su padre, siendo esta una diligente forma de recordarle siempre lo que pasaría si se desviaba de la ley.
Pues bien, estamos frente a un nuevo año y sigue siendo una necesidad rampante la provisión de justicia en todos los aspectos humanos. La corrupción es una de las actividades más nefastas en las que las personas pueden involucrarse y sin embargo, hay regiones o naciones que no solamente no castigan a los corruptos o pregoneros de injusticia, sino que incluso al correcto y justo se le persigue y acosa. Es por ello que sin sonar a propósito estéril, debemos apostar al reclamo de justicia y paz para nuestra sociedad y hacer entender o recordar a aquellos que oprimen, extorsionan, matan, traicionan, corrompen o son corrompidos o toman decisiones cretinas en detrimento de la población, que el destino al que pueden dirigirse (si bien no es una pena capital barbárica como la ocurrida a Sisamnes) es sumamente obscuro y tarde que temprano habrá de ocurrirles. Su bota opresora no es de infinita duración.
Estimados lectores: los buenos, somos más.