“Oye que Alejandro tiene COVID y también Ernesto y el otro Alejandro y sus hijos; las niñas de otra sobrina y su suegro; por cierto nuestros consuegros también”. En pocos días las pruebas se multiplican y lo que parece una simple gripe es COVID-19.

Lo malo es que deben encerrarse unos días, lo bueno es que nadie reporta baja de oxigenación o las afecciones terribles de las olas anteriores. Jaquecas, fiebre y cansancio. Los mismos síntomas que la gran mayoría de los millones de ciudadanos de todo el mundo afectados por el COVID Ómicron.

La nueva mutación llega más rápido de lo que imaginamos. Apenas la semana pasada, antes de terminar el año, inició el baile de la letra griega. Hubo un primer aviso de laboratorio en León, luego otro y otro, hasta que el anuncio definitivo llegó en decenas de familiares y amigos infectados, comprendimos que las autoridades sanitarias van lento en su detección. 

A pesar de que la mortalidad descendió, Guanajuato pierde a personas entrañablemente buenas como el contador Chichuy Padilla, quien en tiempos del gobernador interino Agustín Téllez Cruces, dio ejemplo de pulcritud y honestidad al administrar las finanzas públicas. Como él, hemos perdido a miles porque nunca estuvimos preparados para una pandemia que más pareció una marea sin fin, porque las autoridades federales prefirieron no poner límites a las libertades individuales y dejaron a la población que remediara a su saber y entender la epidemia más grave en cien años. 

El trabajo de la Secretaría de Salud en el estado fue mucho mejor si la comparamos con otras entidades del país. Nos dejaron a la cola en vacunaciones, muy por detrás de la CDMX, y pudimos llegar al ansiado semáforo verde tras 20 meses de sufrimiento. Mucho tiene que ver con la decisión correcta de no permitir que el INSABI fuera quien gobernara la salud en Guanajuato. El Ómicron, como dijeron los expertos, puede ser el virus que selle la pandemia, que traiga la ansiada inmunidad de rebaño y nos deje seguir con nuestras vidas y afanes en el 2022.

En el mundo vemos dos formas de enfrentar el mal, en Asia, particularmente en China, no permiten que se extiendan los contagios por dondequiera y cierran ciudades enteras. Con medidas draconianas y un largo garrote para quien las infrinja, pueden reducir el índice de mortandad como pocos países lo han logrado.

Con el Alfa y el Delta pudieron limitar los fallecimientos a un mínimo, comparado con Estados Unidos, México o Brasil. Hoy Xian está enclaustrada, como lo estuvieron sus estatuas de guerreros de terracota durante siglos. Dos mundos. Mientras León prepara su feria anual, Australia rechaza al campeón de tenis Novak Djokovic porque no está vacunado. La ley es la ley dice el primer ministro Scott Morrison. En México el precio de la libertad puede ser la muerte; en China el premio de la disciplina casi militar y el encierro a rajatabla son menos de 5 mil muertes reportadas a pesar de tener mil 400 millones de habitantes. 

La cultura es destino y países como Australia, con libertades democráticas pero con el imperio de la ley logran un mínimo de letalidad. Con 26 millones de habitantes, solo han fallecido 2 mil 302, según el último reporte a pesar del incremento vertical de las infecciones.

Pronto tendremos la historia completa de la pandemia y por qué en México dejamos morir a más de medio millón de compatriotas. No seremos los triunfadores en esta guerra.

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