La estadística y todas sus herramientas, han permitido a las personas y sociedades interpretar datos en expresión numérica y establecer o calcular probabilidades. En la vida cotidiana, incluso sin darnos cuenta, aplicamos de manera casi imperceptible principios estadísticos o de cálculo de probabilidad. De una manera más formal, ejecutando metodologías específicas, se pueden llevar a cabo procedimientos que permiten predecir resultados de acuerdo a la evidencia colectada de un caso particular estudiado, siendo esto esencial para multitud de situaciones que aplican para individuos y poblaciones.

En el año de 1969, gracias a donativos de científicos (en su mayoría estadísticos), se restauró el recinto donde descansaban los restos de Thomas Bayes, quien fue un teólogo y matemático miembro de la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural, quien es recordado por su aportación y publicación póstuma del “Ensayo hacia la solución de problemas en la disciplina del azar”, donde el reverendo abordó el problema de las causas a través de los efectos observados y donde se enuncia el teorema que lleva su nombre, en el cual se utiliza la probabilidad de manera inductiva y se establece una base matemática para realizar una inferencia probabilística, es decir, calcular a partir de evidencia, la probabilidad de que un evento ocurra.

 Ahora, ¿porqué cobra relevancia un tema como este en la actualidad?

En tiempos como los que vivimos el día de hoy, bajo esta realidad epidemiológica adversa, los métodos estadísticos permiten lidiar con escenarios en los cuales las decisiones deben de ser tomadas bajo un estado de incertidumbre, siendo el objetivo de esta metodología el proveer de un marco racional para que sean las más provechosas en la medida de lo posible.

En el transcurso de estos poco más de dos años, la información que se tiene sobre la enfermedad por COVID-19, ya sea lo relacionado a sus características clínicas, los métodos diagnósticos, las alternativas terapéuticas, la información sobre métodos protectores como las vacunas, las variaciones o mutaciones del virus, la distribución de la enfermedad, entre otras variables, se ha ido transformando y haciéndose más abundante y profunda, lo que ocasiona que tengamos nueva evidencia y por ende, las probabilidades de nuevos desenlaces o predicciones sobre el comportamiento de la enfermedad han sido modificados y derivado de ello las decisiones que se toman con relación a la salud pública deben evolucionar y estar acordes a esta nueva calidad y tipo de información.

El riesgo calculado y que debe ser informado a las poblaciones, ha de establecerse bajo el más estricto rigor científico, atendiendo y englobando la mayor cantidad de información disponible e integrando las diferentes circunstancias y realidades de las poblaciones, para que informados y sensibilizados, los individuos puedan tomar decisiones de calidad, ponderando su riesgo, lidiando con él y de manera sensata apostar por colaborar en la resolución de este problema de salud pública que nos afecta a todos.

La comunicación de esta nueva realidad, es decir, la evolución propia de la pandemia, es obligación de las autoridades a diferentes niveles y debe ser activa e integradora de los ciudadanos en todos los estratos. Es lamentable que se sigan tomando decisiones, diseñando y ejecutando políticas públicas y emitiendo recomendaciones o comunicados basados en información y evidencia obsoletas, inservibles y que solamente causan confusión y desdén en la población, incluso recelo o desconfianza.

La evolución y adaptación de los responsables de toma de decisiones en temas de salud pública, debe ser acorde a esa misma velocidad de transformación del contexto epidemiológico y como población es menester exigir instituciones y representantes de las mismas que sean responsables, así como información clara y oportuna que nos permita afrontar, de la mejor manera posible e integrados como sociedad, este desafío que aún continúa. De nuevo: autoridades, van tarde.

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