La revista The Economist, en su edición norteamericana del fin de semana, advierte que el presidente López Obrador “quiere regresar a la época Disco”. Aquellos años setenta en que John Travolta y los Bee Gees dominaban la escena musical. Tiempos en que José López Portillo convirtió la riqueza petrolera en dispendio y malos negocios gubernamentales. 

 

En las semanas que vienen el Congreso discutirá la propuesta que da al Gobierno de nueva cuenta el control de la producción y distribución de electricidad. Las presiones sobre la iniciativa serán enormes. Todo el sector privado está en contra porque si se llega a aprobar, hay algo seguro: subirán los precios y los subsidios a la CFE para que siga dilapidando recursos públicos. 

 

Ejemplo: Manuel Bartlett, director de la empresa, tomó una de las peores decisiones económicas para el país justo al inicio de la administración. Volvió a reducir la edad de jubilación de los trabajadores de la paraestatal. Como antes, nuevamente las jubilaciones podrán darse a los 55 años de edad. Un privilegio que produce desigualdad con burócratas y empleados del sector privado jubilados en el IMSS. 

 

Y si los hombres podrán jubilarse con 30 años de servicio, las mujeres necesitarán sólo 25. Una joven que entró a la CFE a los 20 años podrá dejar de trabajar a los 45. Con la esperanza de vida de la mujer, de 76 años, pasará más tiempo pensionada (31 años) que empleada. ¿Quién pagará? El precio estará incluído en cada recibo de electricidad.

 

Mantener una empresa que pierde dinero es un pecado social, ya sea del gobierno o privada. El faltante se carga a los socios. En el caso de la CFE y Pemex, los contribuyentes y todos los ciudadanos somos los propietarios. Cálculos publicados por el periódico El Economista, estiman que un jubilado de la CFE recibe unos 800 mil pesos anuales entre salarios y prestaciones. En el Seguro Social el promedio es de 80 mil, la décima parte. Un país desigual por decreto Bartlett. 

 

La sorpresa fue enorme. Con la reforma eléctrica legislada el sexenio pasado para ampliar la participación privada, el precio del kilowatt-hora producido por las empresas privadas fue uno de los más baratos del mundo. Lo que a la CFE le cuesta producir 2 pesos, los empresarios lograron hacerlo con un peso. Además con energías limpias. 

 

La reforma del presidente Enrique Peña Nieto puede ser mejorada, pero sólo si va en sentido contrario a lo que pretende Morena y sus aliados. El cambio debe ser la promoción de energía limpia; incentivos para la inversión privada desde el microconsumo hasta las grandes plantas como las acerías o las cementeras o los espacios comerciales de autoservicios. 

 

La CFE puede y debe administrar la red, cobrar el porteo y mejorar las plantas hidroeléctricas y de ciclo combinado que ya tiene. El uso de combustóleo es un atentado a la salud de los vecinos de las termoeléctricas como Tula y Salamanca. El carbón debe tener un tiempo límite en su uso si queremos cumplir con acuerdos comerciales e internacionales. La General Motors advirtió que no ampliará su producción en México si no cuenta con energía procedente de fuentes renovables. Todas las manufactureras extranjeras harán lo mismo.

 

México, como lo hace Finlandia por ejemplo, podría explorar la energía nuclear con sus nuevas tecnologías. Castrar a la iniciativa privada, eliminar la competencia y centralizar decisiones nos llevará al mismo fracaso de la era Disco, con Luis Echeverría, López Portillo y su docena de años perdida.

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