Ricardo Monreal piensa que tiene el poder suficiente para revelarse ante el anticipado dedazo presidencial en favor de Claudia Sheinbaum. De no ser así, seguiría calladito y obediente a López Obrador. 

 

Al periódico Reforma le concedió una entrevista medida, bien pensada, que puede considerarse un manifiesto. “Si en Morena ganan los radicales el país se viene abajo”, dijo el senador. Tiene razón el líder y otrora brazo ejecutor de las políticas de la 4T. Morena pierde el equilibrio interno si el presidente empuja hacia un sólo lado, el más peligroso, el radical. 

 

Monreal recibió un golpe bajo, con la anuencia de Palacio, de perseguir a su operador cercano y brazo derecho en la Junta de Coordinación Política, Jose Manuel del Río Virgen. Lo encerraron por un presunto e improbable homicidio en Veracruz. Después de la detención, el Presidente apoyó al gobernador Cuitláhuac García Jiménez,  dijo que era un buen hombre. Lo malo es que ese gobernador debe ser buen imitador de Daniel Ortega, dictador de Nicaragua, quien encierra a sus opositores para que ni siquiera tengan oportunidad de participar en campaña para presidente. 

 

Y precisamente con la asunción de Ortega a su quinto periodo presidencial (dictatorial) surge otro diferendo, uno que apenas comienza. La Secretaría de Relaciones Exteriores había decidido no enviar representante a Nicaragua por la pésima imagen interna y externa que generaría ser compañeros de países como Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Rusia, China y Bielorusia, puras dictaduras. Reconocer a Ortega es un golpe a nuestra vocación democrática, un enfrentamiento innecesario con Estados Unidos y la Unión Europea. Eso debió pensar Marcelo Ebrard cuando decidió ausentarse del evento. 

 

Pero qué tal, el presidente López Obrador anuncia en la mañanera que México va a tener representante en la coronación, perdón, asunción del tirano Ortega. Ebrard debió sentir un golpe en el estómago. La reportera Anabel Hernández, famosa por sus libros sobre el narco, afirma que Ebrard no tarda en salir del gabinete para armar su campaña presidencial y crear su propio partido. Él es el candidato natural, el más popular dentro y fuera de Morena para suceder a AMLO. También es seguro que de llegar a la presidencia, no se sometería ni seguiría los planes de la llamada 4T.  Como Monreal, también es un moderado. 

 

Para los dos precandidatos presidenciales la silla de sus encargos comienza a tener picos afilados. Si a Monreal le encierran a su brazo derecho y a Ebrard le enmiendan la plana contradiciendo su prudencia de no ensalzar a un dictador como Ortega, qué les queda por hacer. Pueden renunciar a tiempo o esperar que venga una purga fulminante, al puro estilo estalinista -sin mandarlos a un gulag- pero si mantenerlos fuera de Morena. 

 

Mario Delgado, presidente del movimiento, tendrá que decidir entre su lealtad a Marcelo Ebrard con quien trabajó en la CDMX o la de AMLO. También puede simular para acomodarse mientras llega el 2024, tiempo de las campañas, para favorecer a su ex jefe que puede representar futuro para él.

 

Esto no es una distracción ni un cuento por la mañana, es el choque real por la sucesión adelantada. El choque está dado, la herida crecerá mientras en Palacio meditará López Obrador si le conviene tener cerca a los adversarios de su delfina o cortarlos de su entorno para que no hagan un grave daño a Morena. Ebrard y Monreal también pensarán cuándo debe ser el rompimiento formal, que les de libertad de ser ellos mismos. Monreal ya comenzó.

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