El presidente Gustavo Díaz Ordaz tenía varias alternativas en sus manos cuando decidió la sucesión en 1969. Dos cartas eran las más claras: Luis Echeverría Álvarez y Antonio Ortiz Mena. Agobiado por su herencia de la masacre de Tlaltelolco en 1968, destapó a Echeverría. Creyó en la lealtad de quien era su sumiso secretario de Gobernación. Nunca imaginó la tragedia que vendría. 

En plena campaña electoral, Echeverría celebró un acto recordando a los caídos del 2 de Octubre con un minuto de silencio en Morelia. Enfurecido, el todavía presidente Díaz Ordaz le envió el mensaje de que le debía respeto o se atuviera a las consecuencias. La disciplina y obediencia del ex secretario se derritió en la campaña y luego cuando asumió el poder en diciembre de 1970. 

Después de algunos años, Díaz Ordaz, en un juego de golf, confía a alguien cercano -para que lo difundiera- que el peor error de su vida había sido la elección de su sucesor. Nunca mencionó la tragedia del 68. Sus últimos años se vieron ensombrecidos por un doble filo de navaja: el genocido de estudiantes y la grave equivocación de ejercer el dedazo en favor de Echeverría. 

En el centenario del ex presidente Echeverría, el más longevo de la historia, vale la pena recordar que México tomó la senda equivocada del populismo. En 1970 el país producía más automóviles que Corea del Sur, nuestro ingreso por habitante era semejante al de España y tres sexenios de constante crecimiento alcanzaron para dar empleo, educación y sustento a una población que explotaba por encima del 3% anual. 

Aunque había una carga política por la represión criminal de Díaz Ordaz, la simulación de apertura democrática del nuevo mandatario desapareció justo a los 6 meses, el 10 de junio de 1971, un jueves de Corpus, cuando Echeverría y Alfonso Martínez Domínguez, jefe del Departamento del D.F., enviaron a paramilitares llamados “halcones” para reprimir de nueva cuenta protestas estudiantiles. 

El Presidente enloqueció al tiempo. Se inventó el título de líder del Tercer Mundo y saqueó las arcas públicas para viajar por el mundo predicando una vacilada sin pies ni cabeza: la unión de países que no pertenecían al bloque occidental liderado por Estados Unidos ni al comunista encabezado por la Unión Soviética. 

Luego dispuso de “los ahorros de abuelita”, la sana hacienda pública heredada por el entonces secretario de Antonio Ortiz Mena. México tuvo durante 18 años una estabilidad económica envidiable hasta 1976, sin devaluaciones, sin inflación y con una tasa de crecimiento del 6% en promedio. Lo que faltaba era apertura democrática en el PRI, que nunca llegó por el autoritarismo miope heredado desde la Revolución.

A medio sexenio Echeverría corrió de Hacienda a Hugo B. Margain, funcionario probo que no estuvo de acuerdo en emitir dinero sin respaldo. En mayo de 1973, un mes trágico para el país, a Margain lo mandaron de embajador a Inglaterra. Entra José López Portillo y comienza el inicio de la debacle. Echeverría salió con el invento de una “economía mixta”, donde el Estado la haría de empresario en mil ocurrencias, desde acereras en Lázaro Cárdenas, hasta fideicomisos turísticos con todo y hoteles. Todo en medio de una creciente gran corrupción.

La economía ya no se manejaba en Hacienda sino en Los Pinos. Para emitir más moneda se pidieron préstamos al exterior, se apoyó el peso artificialmente hasta que los empresarios vieron el desastre que venía y sacaron sus capitales. Dijimos adiós al dólar de 12.50 y comenzó la era de la inflación. (Continuará)

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