El banco más grande de México, BBVA, pronostica una recesión. Los dos últimos  trimestres del año pasado con crecimiento negativo. Mientras eso pasa aquí, en Estados Unidos el PIB tiene su mejor desempeño desde 1984 con un crecimiento del 5.7%. 

Nuestras economías están desacopladas a pesar de que el vecino, con su crecimiento, jala buena parte de nuestra producción. El problema para México es la falta de inversión privada y pública, además de la desinversión extranjera. El punto de quiebre para el país fue la destrucción del nuevo aeropuerto de Texcoco. La tragedia comenzó en octubre del 2018, aún antes de entrar Morena a gobernar. 

El pago por tremendo capricho político se estimaba en 300 mil millones de pesos. La verdad, el precio es infinitamente superior. Significa una década perdida de crecimiento y el ánimo empresarial quebrado en dos. Son cuentas sencillas: en 2019 tuvimos caída de -0.1%, en 2020 -8.5%. En el 2021 terminaremos con un rebote del 5.5% (si bien nos va). Hay una brecha de -3.1%. Al final habremos logrado un 2 o 3% de crecimiento ¡durante todo el sexenio!  

La población crecerá un 6%, lo que significa una baja en el ingreso por habitante. Además, las pandemias, la crisis y la inflación generan pobreza. Las pequeñas y medianas empresas se descapitalizan, los changarros desaparecen y muchos trabajadores tienen que buscar un ingreso en la economía informal. 

Será necesario otro sexenio para reconstruir todo y mucho depende lograrlo si la mayoría del electorado reconoce que un país mal administrado, violento, injusto y desigual, pesará sobre las futuras generaciones para lograrlo.

Si miramos al pasado, imagine lo que sería Guanajuato sin el aeropuerto de Silao. Que el gobernador Rafael Corrales Ayala hubiera dicho: con el aeropuerto de San Carlos y con una mejorada al de Celaya tenemos. Nuestro aeropuerto abrió oportunidades que no imaginábamos cuando en los 90 inició sus operaciones. 

Uno de los temas de campaña para el 2024 debe ser la resurrección de Texcoco. Hay quienes aseguran que no tiene remedio, que las pistas y las obras no podrán recuperarse y su construcción sería imposible. No hay tal cosa. Texcoco puede y debe ser construido porque era y es la mejor solución para el país. Será un símbolo también. 

Hay quienes creen en el karma -espíritu de justicia y equilibrio-, en el resultado trascendente benéfico o maléfico de lo que hacemos. Nunca la destrucción de la obra más importante en la historia del país pudo traer buen karma a quien lo decidió. Quienes minimizaron su importancia pueden ver después de tres años y medio todas las desgracias que ha traído al país: desconfianza, ansiedad de los inversionistas, sobrecarga del erario público y una imagen de chiste ante el mundo. Que un país destruyera el mejor proyecto de Norman Foster con un costo inmenso para toda una generación, marcará el destino de Morena. 

Los fanáticos decían que no importaba destruirlo porque sólo un pequeño porcentaje de la población lo usaría. Falso. Es como decir que no vale la pena hacer supercarreteras porque no todo mundo tiene un auto. Quienes sí entienden la importancia de la infraestructura para un país, saben que nos cortaron las alas y cerraron las puertas al futuro. 

Enrique de la Madrid, ex secretario de Turismo, defendió el proyecto. Hoy prepara su campaña presidencial. Valdría la pena que una de sus banderas fuera rescatar Texcoco para iniciar la reconstrucción nacional. Le traería buen karma.

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