Para Carlos Loret de Mola, Víctor Trujillo (Brozo) y Carmen Aristegui, llegó el momento de subir juntos al ring mañanero. Todo a partir de una investigación periodística de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI).

Raúl Olmos, uno de los reporteros de investigación más talentosos que tiene México, hurgó en los archivos de Texas, la propiedad de las casas en las que habita y habitó el hijo del presidente López Obrador, José Ramón López Beltrán. También la relación de su esposa Carolyn Adams con los contratistas de Pemex. La información la retomó el periodista del momento, Carlos Loret de Mola, en su programa de Latinus. El torpedo estalló debajo de la línea de flotación del acorazado llamado Mañanera 4T. 

Olmos tiene un olfato bien educado para descubrir dónde hay corrupción sin distinguir partidos. En su paso por AM logró el Premio Nacional de Periodismo para nuestra institución con la investigación de la empresa fantasma llamada “Pastas Finas”, una entidad tramposa del gobernador Juan Manuel Oliva y Héctor López Santillana para engañar a los agricultores de Salamanca en la compra de tierras de una refinería que nunca se construyó. Luego siguió el sendero de la administración más corrupta de nuestra historia local durante el trienio de Bárbara Botello. 

Por aquella época Carmen Aristegui, Proceso y el periódico Reforma dieron un campanazo que cambiaría la historia del país cuando descubrieron la “Casa Blanca” de Enrique Peña Nieto y la “Gaviota”,  Angélica Rivera. Una residencia de 8 millones de dólares en Las Lomas de Chapultepec construída por el contratista favorito del sexenio. 

Carmen Aristegui fue perseguida por Peña Nieto. Apretó al empresario de MVS, Joaquín Vargas, quien prefirió quitarle su noticiero antes que perder una banda radiofónica que valía miles de millones de pesos. Al final, la estupidez de Peña al construir una casa de esa magnitud y darla a conocer a la revista del corazón ¡Hola! le costaría al PRI la presidencia en 2018. Fue suficiente la agudeza de un reportero al ver la revista en un supermercado para desatar el histórico escándalo. 

Aristegui fue considerada una porrista de López Obrador. Lastimada por la cancelación de su programa, tuvo simpatía y refugio en el círculo de Morena. Quienes apostaron a que sería una fan perpetua se equivocaron. Su vocación de periodista independiente la lleva de nueva cuenta a publicar el  caso de la “Casa de Conroe” en Texas y su relación con un contratista de Pemex y el estilo de vida del hijo del Presidente. 

Loret y Brozo comenzaron la crítica más despiadada que hayamos visto y desde el principio del sexenio se convirtieron en la oposición más fuerte del nuevo “sistema” y el presidencialismo exacerbado. Brozo fue cercano a la idea “transformadora” de López Obrador, pero en el camino se desilusionó. A Loret lo separaron de Televisa en su programa mañanero por presuntas presiones de Palacio. Aprovechó e interpretó bien el momento para convertir a un equipo de periodistas en el modelo más crítico de las redes sociales. 

A Loret lo acusaron de crear montajes, de ser chayotero, de estar bajo la tutela de Roberto Madrazo -archienemigo tabasqueño de López Obrador- y de estar dolido porque “ya no recibe chayotes como antes”. El problema para sus detractores es que no pueden contradecir o negar la veracidad de lo que hace público basado en el buen periodismo de Olmos y compañía.

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