Hace un siglo, cuando salió a la luz Ulises, la censura prohibió su circulación. Tanto en Inglaterra como en Estados Unidos sus gobiernos pensaron que era una obra inmoral, por decir lo menos. En Francia, donde los avances culturales eran más fáciles, Sylvia Bleach publicó por primera ocasión la obra maestra de la literatura inglesa.
Muchos escritores de la época también censuraron la obra por “incomprensible”, escatológica, y para ellos, francamente extraña. Ezra Pound, el gran poeta norteamericano, comprendió de inmediato la dimensión de la novela con sus tres personajes centrales: Leopold Bloom, Stephen Dedalus (inspirado en el propio Joyce) y Molly Bloom, la Penélope infiel que sacraliza para el futuro el flujo de conciencia en el último capítulo.
Al tiempo, en 1933, un juez norteamericano llamado John Munro Woosley publicó una sentencia para quitar la censura a Ulises. Abría su lectura al público en general que no podía leerlo, primero por la prohibición y luego por la compleja erudición de Joyce. Sin embargo la revolución había comenzado desde 1922 para el mundo literario.
Lo curioso es que las grandes novelas de larga paginación parecen preceder tiempos de cambio, revoluciones o descubrimientos científicos de excepción. En los 20 del siglo pasado la física encontraba paradojas a nuestra razón vivencial. La teoría de la relatividad, el descubrimiento de la física cuántica y otras cosas incomprensibles para la mente del público lego aparecían señalando una evolución acelerada, incluso en los instrumentos de guerra.
El país de Joyce no era ya Irlanda ni su micro mundo Dublín, el que podemos caminar siguiendo el peregrinaje de Leopold Bloom en la secuencia de la novela. El país de Joyce era y es la experiencia vital individual, explorada desde la narración de la Odisea de Homero hasta los días de Joyce.
Un siglo después encontramos genios, hombres que con una sola mano mataron al Siglo XX parafraseando a T.S. Eliot. Uno de ellos es Elon Musk, cuya literatura no está en la palabra sino en la imaginación y la visión de preparar a la humanidad para habitar otros planetas o transformar toda la industria de la transportación en apenas dos décadas. O la mirada formidable de los científicos que exploran los confines del tiempo a través de un telescopio anclado en un punto espacial entre la Tierra y el Sol.
Ulises lo escribió Joyce durante la Primera Guerra y dentro de la pandemia de Influenza, en condiciones adversas y la natural incomprensión de su época. Hoy nos podemos acercar a la novela con sus infinitas posibilidades de interpretación que la convierten en escuela de generaciones de escritores y ejemplo futuro para muchos que aún no han nacido. Joyce se ufanaba de que pasarían cien años y seguiríamos sin descubrir todo lo que hay en su obra. Esos cien años llegaron y tenía razón.
Entrado en gastos, el irlandés inició un libro aún más complejo, Finnegans Wake o el Despertar de Finnegan. Durante 17 años inventó palabras, compuso y descompuso el idioma para expresar lo que ya no podía con el diccionario. Hasta la fecha no conozco a nadie que lo haya leído. Sé de eruditos que pasan años en su lectura, también conozco de libros guía, pero a veces la vida no puede convertirse en un peregrinaje para seguir laberintos literarios. O leemos o vivimos, aunque a veces parece más fácil lo primero que lo segundo.