Acaba de ser publicado, el día de ayer, en la prestigiada revista “Science” de la American Association for the Advancement of Science AAAS (Asociación Norteamericana para el Avance de la Ciencia), el artículo “Evaluación global de ultra-emisores de petróleo y gas metano (T. Lauvaux et al. Global assessment of oil and gas methane ultra-emitters. Science. Vol. 375, February 4, 2022, p. 557). Sabemos que el gas metano es mucho más peligroso para el calentamiento global que el bióxido de carbono, pues el primero contribuye al calentamiento más de ochenta veces lo que contribuye al bióxido de carbono.
Esto a pesar de que el periodo de vida media del metano en la atmósfera es de solo unos diez o veinte años en lugar de cientos como el bióxido de carbono. No hay duda de que el metano es un gas extremadamente dañino para el planeta y para los seres vivos del mismo.
A partir del análisis de información satelital de los últimos tres años se determinó que la mayoría de las mil ochocientas principales fuentes de metano detectadas en el mundo tienen su origen en solo seis países y estas fuentes contribuyen con doce por ciento del total de gas emitido. Estos son: Turkmenistán país que es el líder, seguido de Rusia, los Estados Unidos, Irán, Kazajstán y Argelia.
El calentamiento global se manifiesta a través del incremento en la temperatura promedio en la atmósfera y en los océanos. La causa principal de este es el hombre, el cual destruye bosques y contamina la atmósfera con gases como el metano y el bióxido de carbono. La temperatura actual es aproximadamente un grado centígrado superior que en el año de referencia 1750. Los especialistas consideran que para el final de este siglo veintiuno, la temperatura promedio será entre dos y cuatro grados arriba del año de referencia mencionado.
Esto inevitablemente causará la desaparición de gran parte del hielo polar, lo cual a su vez causará un incremento en los niveles medios del mar con la consecuente inundación de muchas ciudades y la destrucción de importantísima infraestructura humana. El costo financiero de esto será enorme pero lo verdaderamente grave es que se pone en riesgo la supervivencia humana.
El protocolo de Kyoto se firmó en 1997 con objeto de atender esta problemática, el objetivo es reducir la emisión de gases de efecto invernadero a niveles inferiores a los de 1997. Sin embargo, a pesar de esto, los niveles de emisión de bióxido de carbono han continuado elevándose. Se pretende evitar el consumo de combustibles fósiles como quemar madera, gasolina, petróleo, carbón, etc., y enfocarse en la utilización de energías limpias como por ejemplo la energía solar. Las políticas energéticas de cada país deben de reflejar esta preocupación por el ambiente y el legado que nuestra generación le dejará a las futuras.