Cuando el avión Volaris despega de Puerto Vallarta rumbo a la Bahía, a la derecha se aprecia un desarrollo turístico deslumbrante. La empresa que lo creó se llama Grupo Vidanta, la promotora de destinos de playa más grande de Latinoamérica.  Crece sin parar por la visión de Daniel Chávez Morán, un ingeniero civil que comenzó un sueño en 1974 con un pequeño hotel en Mazatlán. 

Con el tiempo compartido, logró que decenas de miles de familias en México disfruten los lugares turísticos más importantes del país. Da empleo a 17 mil personas en la Riviera Maya, Acapulco, Bahía de Banderas, Los Cabos y Puerto Peñasco, donde tiene un aeropuerto privado que no le pide nada a uno público. Es difícil saber cuánto vale la capitalización de Vidanta pero deben ser muchos miles de millones de dólares si incluímos a quienes tienen una membresía y los que gozan de un inmueble completo en propiedad. 

A Chávez le han reconocido su talento empresarial en México y en todo el mundo por su empeño en la calidad de sus instalaciones y el servicio que proporciona. Aunque era una figura pública conocida por su éxito, no lo era tanto como otros promotores de su talla. Hasta que llegó al ámbito cercano del presidente López Obrador. 

Hoy está en el centro de un conflicto que pudo ahorrarse si no hubiera dado empleo o asistido económicamente a José Ramón López Beltrán. En México, para poder construir un emporio como el de Chávez Morán, se necesita mucho cabildeo, permisos, burocracia y decisiones discrecionales de funcionarios quienes siempre tienen la llave para abrir o cerrar puertas a la inversión. 

La discrecionalidad para poner o no la firma de un permiso puede valer cientos de miles o millones de pesos dependiendo del proyecto. (No hay evidencia que sea el caso de Vidanta) Muchos desarrolladores lo incluyen en su presupuesto como una fatalidad, como algo infranqueable. Un empresario inmobiliario de Occidente del país, católico y piadoso, decía que si para construir y dar trabajo había que dar mordida, ni modo, era peor no hacerlo, y tal vez estuviera en los designios divinos. Algo falso que sirve para aliviar conciencias pero pragmático para construir.  

México necesita cientos de visionarios como Chávez Morán, que imaginen, arriesguen y generen riqueza. También urge un cambio radical en la moral pública y privada, que sólo se logrará mediante la civilización del Estado. Civilidad como amor y respeto a la ley y a la Constitución, civilidad como convicción democrática profunda dentro de los partidos y en la vida pública. 

Desafortunadamente el cambio de régimen, el que trajo la 4T, hizo un desbarajuste con topes a los ingresos de los funcionarios de primero y segundo nivel. Las posibilidades de enriquecimiento de múltiples empleados públicos está al alcance de su mano, desde un actuario que pide dinero para “actuar” en una diligencia, hasta un funcionario que pide de un moche por un cambio de uso de suelo. Por eso la percepción de que hay más corrupción se refleja en las encuestas y en las investigaciones sociales. Chávez Morán no previó que darle empleo en Texas a José Ramón, le traería más mala imagen de la que merece. 

En un país civilizado, desarrollado, no es necesario acercarse al poder o entregar recursos o favores. Las leyes protegen y promueven el emprendimiento y alientan la transparencia en todas las decisiones sobre contratos, permisos y concesiones. Todo se licita en público como lo hace San Pedro Garza García en Nuevo León y no el Gobierno federal con asignaciones directas. 

Grupo Vidanta  permanecerá como ejemplo e inspiración para nuevas generaciones de emprendedores, y como toda obra  trascendente, nos seguirá deslumbrando con sus desarrollos.

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