El escritor español Jorge Carrión (autor de Contra Amazon, Librerías, Teleshakespeare y otros espléndidos libros de estudios culturales) acaba de publicar una inquietante novela sobre la inteligencia artificial. Membrana se ubica en el año 2100 y se presenta como el catálogo de un museo que preserva el legado del siglo XXI. Quienes narran son las máquinas que dominan el planeta. Con novedosa perspectiva hablan de la debilitada especie que concibió la tecnología digital.

Carrión lleva al límite algo que ya sucede entre nosotros. Me refiero a la escritura mecánica. En 2014, Los Angeles Times publicó un artículo sobre un sismo escrito por un procesador de palabras. Este ejemplo de “periodismo robot” fue continuado por la empresa Automated Insights, especializada en la creación cibernética de lenguajes. Los hechos que dependen de datos fácticos -desde un terremoto hasta un partido de beisbol- pueden ser satisfactoriamente narrados por una máquina.

Dos años después, el 23 de marzo de 2016, Microsoft presentó a Tay, programa diseñado para interactuar en Twitter con jóvenes de 18 a 24 años. Su objetivo era aprender de los comentaristas digitales. El resultado no pudo ser más contundente: en 24 horas Tay pasó de la inocencia al fascismo. Uno de sus últimos mensajes fue: “Hitler no hizo nada malo”.

Luego de este paso en falso, la escritura mecánica pasó en 2020 de la información a la opinión: el procesador GPT-3 escribió un editorial para The Guardian. El tema no podía ser más apropiado. GPT-3 reaccionó a la idea de Stephen Hawking de que la inteligencia artificial acabará con la inteligencia humana. Con amabilidad y buen ánimo, el columnista electrónico procuró tranquilizar a sus lectores, señalando que las máquinas no pueden desplazar a las personas, pues dependen de ellas: “¿Por qué habrían los humanos de ponerse propositivamente en riesgo?”, preguntó con calculada ingenuidad. Por desgracia, el estado del planeta revela que la humanidad existe para ponerse en riesgo.

Durante décadas, el especialista en el cerebro James Flynn reunió estadísticas que demostraban el continuo avance del cociente intelectual (a esto se le llama el “efecto Flynn”). Los años setenta marcaron la cima de la inteligencia mundial. A partir de entonces vino el declive. Nos volvemos progresivamente tontos.

¿Cómo explicarlo? De acuerdo con Yuval Noah Harari, autor de Sapiens: de animales a dioses, la sustitución de funciones lleva a la definitiva pérdida de facultades. En un lapso de 45 a 120 años, los robots serán más capaces que los humanos.

¿Tomarán decisiones por nosotros? Roger Bartra aborda el tema en Chamanes y robots: “Para que los robots alcancen formas de conciencia tan sofisticadas como las humanas, y no sean zombis insensibles, deberán pasar por los rituales del placer y el dolor”, lo cual incluye la simulación que calma, es decir, el autoengaño: el “efecto placebo”.

Membrana se ubica en el momento en que las máquinas hacen arte y tienen la perturbadora habilidad de engañarse a sí mismas. Al revisar el vetusto siglo XXI, abordan el momento en que los humanos se transformaron en seres híbridos, surgidos de la biología pero dependientes de la tecnología. Con ironía y afecto, relatan las reacciones del ser humano ante la técnica; unos se enamoran de su sistema operativo, otros repudian los objetos que los deshumanizan.

La novela se despliega como un fascinante algoritmo donde los datos se transforman en ideas. Si la percepción de la Tierra cambia al ser vista desde la Luna, lo humano cambia al ser pensado por una aplicación.

¿Qué estilo literario poseen las máquinas de Membrana? Su prosa es nítida y su lirismo asociativo (la palabra “deuda” lleva a hablar de “duda” y los contrarios se unen para referirse a la “luz tan sombra”). Como los rapsodas griegos, las narradoras digitales ponen el verbo al final: “Ben Grossman verlo sí pudo”. Carrión conjuga una gramática que sólo puede describirse en términos contradictorios: es naturalmente posthumana.

Debilitada, posiblemente en extinción, la cultura humana es preservada por las máquinas. El futuro avistado por Jorge Carrión resulta a un tiempo oscuro y conmovedor. La humanidad ha perdido la partida, pero es custodiada con rigurosa devoción en un museo. Los aparatos hacen lo que una especie autodestructiva no pudo hacer por sí misma: salvan la memoria de sus imperfectos creadores.

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