La torpe e incomprensible decisión de Gran Bretaña de abandonar la Comunidad Económica Europea -proceso conocido como Brexit- ocasionó y sigue causando múltiples problemas de colaboración científica entre investigadores británicos y europeos. Por ejemplo, programas consolidados de becas e intercambios para realizar investigación por británicos en Europa, o por europeos en Gran Bretaña fueron cancelados o severamente afectados, por lo menos mientas se prepararon programas alternativos. Sin duda alguna algo similar pasará con las instituciones académicas y de investigación rusas debido a las sanciones decretadas por varios países a causa de la intervención Rusa en Ucrania.

Esta intervención Rusa en Ucrania causará problemas de colaboración no solo en el mundo de la ciencia y la academia (que en realidad debemos de reconocer que a muchas personas y políticos del mundo poco les importa, pensemos por ejemplo en Trump, Bolsonaro y muchos otros políticos “anti-ciencia”), sino también y evidentemente, en la economía y en la diplomacia internacional.  Es una situación desde todo punto de vista lamentable que simplemente pareciera hacer retroceder al mundo en el tiempo y regresarnos a Hungría en 1956 o a Checoslovaquia en 1968.

Recordemos la ocupación soviética de Hungría tras la derrota de este país en la Segunda Guerra Mundial, la cual se prolongó durante 45 años, hasta 1991 poco antes de la caída de la Unión Soviética. La Revolución Húngara de 1956, también conocida como “otoño húngaro”, fue un movimiento espontáneo de alcance nacional contra el gobierno de la República Popular de Hungría y sus políticas impuestas desde la Unión Soviética, que duró desde el 23 de octubre hasta el 10 de noviembre de 1956 cuando fue aplastado por la Unión Soviética. Igualmente recordemos la noche del 20 al 21 de agosto de 1968 en la República Checoeslovaca, cuando 170,000 soldados y 4,600 tanques del Pacto de Varsovia procedentes de la URSS, Bulgaria, Polonia, Alemania Oriental y Hungría- la invadieron para poner fin a la llamada “Primavera de Praga”. La opinión de muchos colegas es que con la intervención Rusa en Ucrania, éstos países regresarán en el tiempo y probablemente después de 50 o 70 años retomarán la vida democrática igual que otros países que experimentaron con gobiernos dictatoriales y antidemocráticos como la misma Unión Soviética o incluso, como México con los 70 años de PRI, de acuerdo a Mario Vargas Llosa.  A largo plazo las dictaduras no son sostenibles y finalmente fracasan, normalmente después de haber causado un daño terrible.

Por otra parte, me resultó muy interesante una reciente entrevista que ésta semana el periodista Pascal Beltrán del Rio sostuvo con el ex embajador mexicano en Moscú, en donde éste último señaló que el gobierno ucraniano fue muy lento en implementar medidas para garantizar la igualdad de las minorías rusas, lo cual causó la molestia de Rusia y finalmente su intervención para evitar el “genocidio” de la población rusa en Ucrania.  Por razones profesionales, personales y familiares tengo amistades cercanas en Rusia, Ucrania y Bieolorusia.  Nunca jamás los escuche hablar de “genocidio”.

Acabo de leer que Finlandia después de ver lo ocurrido en Ucrania, está reconsiderando, probablemente con toda razón, su posición de mantenerse fuera de la OTAN.  Pero indudablemente esto sería nuevamente motivo de una grave crisis con la Rusia de Putin.

Posiblemente algo de lo más sorprendente es la crítica de aliados cercanos del Presidente Putin, como el presidente Viktor Orbán de Hungría quien sin ninguna ambigüedad manifestó que: “estamos con Ucrania, por su integridad territorial y por su soberanía”, así como el primer ministro Checo Petr Fiala, quien también ha expresado su completo rechazo a lo ocurrido afirmando: “el absoluto rechazo a un acto injustificado de agresión contra un estado soberano”. Como se ha mencionado, ambos países tienen justificadas razones históricas para afirmar esto.

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