Un semáforo rojo y una extraña sensación de desconsuelo se fundieron en mi mente en un instante de 1983 durante la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Acababa de ver la película “El día después” (The day after tomorrow) con el actor Jason Robards, un film que imagina cómo sería el lanzamiento de misiles nucleares de Rusia a los Estados Unidos y su respuesta inmediata. 

MAD. La locura. Una destrucción mutua asegurada. (Mutual Assurance Destruction). Después de la película pasaron algunos días para borrar de la memoria la descripción de un holocausto nuclear. Cuando leí que Vladimir Putin ponía en “alerta” a su ejército para tener listas sus armas nucleares, revivió ese instante de aquella época. Sólo que ahora la amenaza no es de película de terror.

“No, no sucederá”, dice el actor Jason Robards, escéptico de que hubiera una guerra nuclear. 

Lo mismo que decimos hoy: no sucederá porque un Apocalipsis no tiene sentido en 2022. El problema es que la decisión de usar bombas nucleares depende de una persona. No es un botón rojo sino un procedimiento de protocolos que termina en el giro de dos llaves en los centros de comando militar que sólo puede iniciar con una decisión presidencial.

El “balón” o valija con los procedimientos para hacer una ataque, siempre están cerca de Joe Biden, lo mismo de Putin y de todos los líderes de los países que cuentan con esas armas. 

En 1983, época de la filmación, gobernaban Ronald Reagan y Yuri Andropov, políticos que luchaban por la hegemonía dentro de marcos racionales. Nunca llegaron a estar tan cerca de un enfrentamiento como sucedió con el bloqueo a Cuba en 1962, cuando Nikita Jrushchov tuvo la sensatez de retirar misiles nucleares destinados a la Isla ante la presión y el bloqueo naval que impuso John F. Kennedy. 

Putin está jugando con la humanidad con el sólo hecho de referirse al arsenal nuclear. Desesperado porque los ucranianos ofrecieron una fiera resistencia y Occidente impone sanciones económicas durísimas que desestabilizan su economía, el dictador puede tomar una decisión fatal si está desquiciado, como muchos comentaristas lo creen y el mundo lo puede ver en su “guerra inútil” contra Ucrania.

Rusia tiene unas 6 mil armas atómicas y Estados Unidos más de 4 mil. Suficientes para desaparecer del mapa a sus países y crear un “invierno nuclear” que mandaría a la humanidad a la Edad de Piedra. No sucederá si quienes rodean a Putin, especialmente sus generales, comprenden la locura en la que los ha metido a ellos y al pueblo ruso. 

Hay otro sentimiento del mundo libre sobre la guerra: el de admiración por la determinación de los ucranianos. Nunca imaginamos que los ciudadanos tuvieran las agallas para tomar las armas y sumarse a la defensa de su nación. Actitud, que por sí sola, nos dice que Ucrania nunca se someterá a la esfera imperial rusa de un Putin delirante. 

El futuro de paz de la humanidad reside en la universalidad de la democracia. China, Rusia, Corea del Norte y otras naciones donde manda un sólo hombre son un peligro real. Las democracias no van a la guerra si no son provocadas. Los locos como Putin, el general Galtieri de Argentina o Sadam Hussein, desataron guerras porque no tenían contrapesos en sus países. Las democracias liberales y modernas no inician guerras.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *