En estos días grises para la humanidad, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, tuvo una conferencia con el lunático Vladimir Putin. Según refiere la prensa mundial, después de hora y media de discusiones, Macron dijo que Putin le había dicho que “lo peor estaba por venir”. Más tarde trascendió que el ejército ruso estaba atacando la planta nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa, con la fuerza destructora de 10 chernóbiles. 

 

En una guerra cualquier bando puede cometer errores tan garrafales como desestabilizar una planta nuclear. Chernóbil es un nombre que todo el mundo conoce después del accidente que invadió de radiación a Ucrania. Los efectos fueron retratados por una narración de la escritora Svetlana Aleksiévich quien ganó el Premio Nobel de Literatura. Su difusión cobró vida en una dramática serie de Netflix. Fue como pudimos entrar a la planta, ver su complejidad y la irresponsabilidad de la burocracia soviética que provocó la tragedia (el accidente fue en 1986).

 

Después de leer las declaraciones de Macron, queda claro el grado de enfermedad mental de Putin. Como en una novela de James Bond, alguien tiene que parar la locura del ruso. Si hoy o mañana se desestabiliza la planta de Zaporiyia, además de Ucrania, Bielorrusia y Rusia, buena parte de Europa central quedaría expuesta a radiaciones. 

 

Seguro que hay una grabación de cada palabra, cada inflexión y construcción verbal de Putin en esa conversación. La conclusión de expertos y ahora de oligarcas cercanos a él, es la misma: una persona cuerda no inicia una guerra sin fundamento con grandes pérdidas para su pueblo. El último que lo hizo a gran escala fue Hitler. 

 

Según el banco JP Morgan, la economía de Rusia se hundirá un 35 por ciento en el primer trimestre y por lo menos un 7 por ciento en el año. Si a eso añadimos el costo de la pandemia y el congelamiento de sus fondos en el extranjero, sabemos que lo peor también vendrá para ese país. 

 

La salida de empresas como Toyota, Ford, Mitsubishi, Honda, Volkswagen, BMW, Mercedes-Benz, Daimler Truck, Mazda, General Motors, Jaguar Land Rover, Aston Martin, Renault, Boeing y Airbus, Ikea y Apple, por ejemplo, son el principio de una debacle económica que llevará a millones al desempleo. El rublo se desfonda a menos de un centavo de dólar, mientras los rusos viven en el pavor de manifestarse. Necesitarán décadas para recuperarse. La bestialidad de Putin no perdona ni siquiera a su propio pueblo. 

 

Si viene lo peor para Ucrania, es seguro que Europa hará el enorme sacrificio de desconectar el gas y el petróleo ruso. Pegaría duro a  Alemania, pero significa un último golpe para contener a Putin. 

 

Para México la continuidad de relaciones comerciales con Rusia es una gran traición a Ucrania. Pensar que somos soberanos en nuestras compras de fertilizantes, por ejemplo, marca una falta de solidaridad con las víctimas de la guerra y con todo el mundo libre. De verdad ignoramos por qué no hay alguien que aconseje bien a nuestro Presidente. Si vemos la desgracia cotidiana de niños, mujeres y todo un pueblo humillado por la bota de Putin, qué sentido tiene mantener relaciones comerciales con el tirano. 

 

Mientras otros países se solidarizan con dinero, armas y espacio para los refugiados, México dice, mondo y lirondo, que no tiene por qué dejar de hacer negocios. A Estados Unidos le va a caer como bomba nuestra postura oficial. Lo mismo a la Unión Europea. Esperemos que Marcelo Ebrard haga cambiar de opinión a López Obrador, antes de que sea tarde.

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