A las 5:10 P.M. entré a la casilla en la calle Eugenio Garza Sada, camino al Tec de Monterrey en León, la misma en la que hace casi cuatro años había trabajado de sol a sol como primer secretario. Salvo los heroicos funcionarios ciudadanos, no había ningún elector. Tendrían que esperar otros 50 minutos de aburrimiento antes de contar los votos.
En 2018 fue un constante ir y venir de electores, recuerdo que terminamos con la entrega del paquete electoral en las oficinas del INE a las 2 de la mañana. Pocas veces he sentido tanta satisfacción cívica de participar como ese día. En pocas horas formamos un grupo que se convirtió en equipo con cada miembro dando su mejor esfuerzo.
El conteo marcó a la sección 1687 como una de las más azules del país. Ricardo Anaya 471 votos, Juan Antonio Meade 33 y Andrés Manuel López Obrador 18. Acción Nacional había arrasado. El paquete electoral pesaba porque tenía 5 boletas por elector. Ayer las urnas lucían casi vacías. Según una estimación de los ciudadanos funcionarios de casilla, consideraban una afluencia del 2% del padrón. Hoy sabremos con precisión cuántos fueron y en qué sentido votaron. A mi se me olvidó la credencial de elector y no voté. De cualquier forma conocía el resultado de antemano y la perversión del ejercicio democrático, transformado -por orden de la autoridad- en ejercicio de ratificación.
La pregunta será cuántos electores votaron a favor de López Obrador. ¿De qué tamaño sigue siendo su músculo político para las elecciones que vienen? Si no pasa de 20 millones la votación, será un golpe a Morena y al gobierno, que se empeñaron todo el tiempo en violar la ley, que acarrearon y amedrentaron al INE. Desde tiempos de Manuel Bartlett no veíamos una metida de mano al proceso como ayer lo observamos. Poco faltó para que llenaran las urnas como lo hizo el PRI en 1988.
La otra proporción útil de observar es el volumen de votos por entidad federativa. En Guanajuato seguro que la votación no alcanzará el 10% pero en estados sureños podría alcanzar el doble. Mera especulación. Lo que importa no es cuántos votos obtuvo la oposición a AMLO, eso no tiene la menor relevancia porque el PAN y muchos sectores promovieron la abstención. “No le haremos el caldo gordo al Presidente”, dijeron.
Otro tema será la flagrante violacion de la ley por personajes como el presidente de Morena, Mario Delgado. El partido que encabeza fue quien elevó a “delito grave” el fraude electoral. Quien intervenga para torcer el resultado con acarreos, por ejemplo, puede ser sancionado con cárcel. Sin pudor alguno, Delgado ofrecía llevar a electores a votar. Es una de las muchas provocaciones a la autonomía del INE y al poder real del Tribunal Federal Electoral.
La ofensa, el desafío, es un anuncio de lo que sigue: un ataque despiadado al INE. Una provocación para distraer la atención de la opinión pública ante los graves problemas que enfrentamos. El problema para el partido en el poder es la firmeza institucional del INE. Hoy es la institución pública más respetada en el país. Dañar su autonomía puede ser un búmeran contra su transformación en un órgano al servicio del presidente, como lo fue cuando Bartlett se robó la elección presidencial con la caída del sistema. Atacar con el cinismo que lo hace Delgado, puede promover, aún más, la unión de los partidos de oposición. Hoy habrá muchas respuestas.