Los presidentes, cuando se enojan o quieren pintar su raya, siempre tienen calificativos contra sus adversarios. Frases que pasan a la historia como pinceladas inolvidables de su estilo personal de gobernar. 

Luis Echeverría les decía a los empresarios: “emisarios del pasado” y “genuflexos del imperialismo”. José López Portillo acusaba a los banqueros de “sacadólares” y “saqueadores” de las reservas nacionales. Sus palabras eran las más parecidas a las que hoy escuchamos desde las mañaneras. Aunque eran priístas con todo el poder, nunca calificaron de traidores de la Patria a sus pocos oponentes.

El líder de Morena y el propio López Obrador calificaron ayer de traidores a la patria a toda la oposición. También a quienes pensamos que la contrarreforma eléctrica sería nociva para el medio ambiente, el clima de inversión y negocios en el país. 

La oposición tampoco se deja y califica a los morenistas de villanos, de agachados y serviles de Palacio. Otros los tachan de poco ilustrados o de plano ignorantes. La feria de descalificaciones parece no tener fin y se usará como instrumento de campaña política de aquí al final del sexenio. 

La verdad es que ni la oposición traicionó a la patria ni los de Morena son villanos y emisarios del pasado. Las posturas antagónicas en un país democrático son normales. El domingo escuchamos las versiones más ilustradas y los insultos más bajos en el Congreso. Una incivilidad que raya en la vulgaridad. La única explicación razonable es que el oficio político de la mayoría de los representantes es muy limitado. Casi podríamos decir que son aprendices.

Con la maravilla de las redes sociales podemos ver debates en todos los parlamentos europeos, en el congreso norteamericano y en democracias latinoamericanas. Si, por ejemplo, comparamos el recinto de la Cámara de los Comunes del Reino Unido con nuestras faraónicas construcciones de San Lázaro y el Senado, comprendemos que aquí tenemos mucho ruido y pocas nueces. Los parlamentarios del Reino Unido se sientan en bancas corridas de más edad que la Reina Isabel. Pero cuando hablan, gritan o entran en desorden, destilan lo mejor de la retórica política. Luego aplauden palmeando las bancadas. 

Ahí se pueden decir todo lo que quieran, casi sin insultos personales, casi sin acusaciones infundadas. El nivel de juego político es muy alto como para desperdiciar la palabra en sandeces. En España sucede algo semejante. Tan solo escuchar al presidente, desde Felipe González hasta Pedro Sánchez, resulta un placer para el oído y la mente de quienes nos gusta la política. Se dan durísimo, pero sobre todo van al tema y no a la persona. Pueden decir que el oponente está equivocado pero juzgan desorbitado acusar de vendepatrias al contrincante. Cuestión de cultura. 

La contrarreforma eléctrica no pasó y eso es bueno, más allá de quien tenga razón. Si en nuestro congreso federal hay contrapesos, si hay diferencias que puedan manifestarse sin temor, significa que nuestra democracia vive y está muy lejos de los regímenes totalitarios como el de Cuba, Venezuela o Nicaragua. 

Visto a la distancia, a Morena le faltó construir un acuerdo, armar una negociación como lo hiciera en su tiempo el PRI. Todos los trucos para descarrilar la votación, impedir la presencia de la oposición y luego alargar inútilmente el “debate”, hablan de falta de oficio político. Nos sorprende saber que en la historia reciente es la primera ocasión que la propuesta de un cambio constitucional se rechaza. Antes todo estaba negociado. No tenía sentido desgastarse en una iniciativa que no pasaría. 

De aquí en adelante el país puede estar más tranquilo a sabiendas de que este no es el México de un solo hombre, como lo fue en el priato. 

 

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