No hay tal cosa como una guerra suave.

No hay paz que no pueda ser echada a un lado.

Nuestro único enemigo es el que nos 

haría enemigos el uno al otro.

Amanda Gorman

 

La enemistad entre Julio Scherer, ex consejero jurídico de la Presidencia, y Alejandro Gertz Manero, fiscal general de la República, subió a un nivel insospechado con una denuncia penal de Scherer en contra de Gertz. Lo acusa por tráfico de influencias, coalición de servidores públicos y asociación delictuosa ante la Fiscalía anticorrupción. 

Cercanos a Scherer dicen que jamás haría algo sin la venia de su “hermano” Andrés Manuel. Son dos obuses que lanza la revista Proceso en contra del fiscal. El arma más poderosa que usa Scherer es la desafortunada actuación de Gertz con su familia política. También se vale de la relación de bienes no declarados y las denuncias en contra del fiscal en Estados Unidos por Alonso Castillo Cuevas, nieto de Laura Morán, la compañera de 50 años de Federico su hermano. Si las autoridades norteamericanas ordenan la investigación de la riqueza de Gertz, sería un tema de gran preocupación en la política interna. 

Aunque Gertz parece autónomo y con un periodo de duración en el cargo de 9 años, una sugerencia del Presidente para que abandone el barco debe ser atendida de inmediato. Es impensable, hasta ahora, que se convierta en un fiscal rebelde o antagónico. Después del apoyo unánime de la Suprema Corte a su cuñada y a la hijastra de su hermano para que saliera de la cárcel, es un peleador lastimado como dicen los norteamericanos un “lame duck” o pato lastimado. No podría ejercer el resto de su periodo en paz. 

Por su riqueza no declarada; por el autoritarismo mostrado en las llamadas telefónicas interceptadas; por la misma incompetencia para permitir que lo grabaran y no atrapar a los intrusos; por sus cuentas en paraísos fiscales y sus mansiones multimillonarias en París, Nueva York y San Francisco, está casi noqueado. Aunque el Presidente diga de dientes para afuera que lo apoya y confía en él, la realidad es otra. 

Adán Augusto López, secretario de Gobernación, quiso parar la guerra y no pudo. Los fierros estaban echados. Máscara contra cabellera. Al salir Scherer de Palacio Nacional, parecía que el primer round lo había ganado Gertz. La segunda andanada fueron las acusaciones de corrupción y extorsión en contra de los abogados cercanos a Scherer. Había el rumor de que el Presidente había dicho que no tocaran a Julio, pero ahora tampoco parece que molestarán a sus presuntos socios de presuntas extorsiones. 

Scherer ganó con la sentencia de libertad de la sobrina política de Gertz, Alejandra Cuevas; ese fue su primer triunfo indirecto. Ahora quiere llevar a juicio al mismísimo fiscal. Sería mucho arrojo si no lo tuviera apalabrado con López Obrador. 

El problema real para el país es que, mientras ellos juegan a la guerra, México sucumbe ante la inseguridad. Gertz, por más rudo que sea, ya no tiene el vigor de un joven para atender la fiscalía. A sus 82 años podría disfrutar sus últimos días tomando champán en su casa de la Rue Foch en París, o rodar alguno de sus 100 autos de superlujo que dicen que tiene. 

Scherer, cuenta con la revista Proceso para denunciar lo que quiera, pero no necesita tanto de ella. El sábado, cuando surgió la noticia de la denuncia, todos los medios digitales tenían en sus portales el reportaje “noteado” con la misma información del semanario. 

La única forma de parar el pleito es la intervención inmediata del Presidente para sugerirle a Gertz que su tiempo se cumplió. 

 

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