Jessica Fernández, de Monterrey, envía un mensaje en video desde su cuenta de Instagram. Con una claridad sorprendente explica algo que no habíamos pensado antes, tan sencillo y humano que te deja frío. ¿Por qué los hombres no nos acompañan en las marchas, en las manifestaciones para denunciar los feminicidios, las desapariciones y las violaciones?
El tema no podría ser más actual y trascendente. En todo el país vemos marchas y manifestaciones de grupos feministas, en todos los grados de desesperación, desde las tranquilas, hasta quienes, indignadas por las tragedias, recurren a pintas y destrozos.
Lo que dice Jessica trasciende a nuestra tradicional forma de pensar. Decimos que es una marcha de mujeres y nos excluimos. Como si fuera territorio soberano de su lucha al igual que otras batallas históricas como la del derecho al voto o la más controvertida del derecho a decidir la interrupción de un embarazo.
El que las dejemos solas es parte de la concepción machista de nuestra herencia. Lo tradicional es: ¿por qué habríamos de participar en una marcha de mujeres, de feministas? Jessica lo dice con pasión: porque ustedes también tienen hermanas, hijas, madres y no tienen por qué esperar a que les pase en su familia.
“Solo nos manifestamos y exigimos justicia la mitad de la población, si los hombres participaran también, seríamos todos, toda la población”. Qué razón tiene. Y no es que se necesite invitación para participar, lo requerido es empatía profunda, civilidad, deseo de justicia y esfuerzo por lograr lo que significa la seguridad y dignidad de la mujer.
El machismo, enquistado en nuestra cultura, no comprende que el crecimiento de la mujer y su igualdad en todos los campos, significa el crecimiento del hombre, el desarrollo cívico, social, económico, y sobre todo, humano.
En las sociedades desarrolladas y democráticas, la mujer tiene algo más que la “paridad” política en los cargos públicos, tiene capacidad de realizarse en todos los ámbitos: como empresarias, investigadoras, educadoras, legisladoras o presidentas de su república. Hemos avanzado pero en forma desigual. No es lo mismo la participación de la mujer en los estados del norte que en el sur y en particular en Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Michoacán. Los llamados “usos y costumbres” de los pueblos indígenas permiten la explotación y hasta la venta de niñas, sin que el Estado garantice justicia
¿Qué se necesita para salvar el abismo social en la participación de mujeres y hombres, de jovencitas y jóvenes en las marchas en pro de la seguridad y la eliminación de la impunidad que vivimos?
Los colectivos feministas podrían sumar a grupos humanistas de mujeres y hombres. Porque el género o la orientación sexual no debe ser barrera para unirnos. Aunque nacemos marcados por prejuicios machistas desde los primeros años, la evolución del pensamiento y las luchas libertarias nos hicieron cambiar. La libertad para votar, la libertad de planear la familia, la libertad sexual, la de decidir sobre su cuerpo sin represión penal, la paridad de género en los puestos públicos. Todos son avances, pero hay muchos pendientes. Persisten la discriminación, el abuso, las infernales desapariciones y muchas otras vejaciones difíciles de erradicar mientras la cultura machista prevalezca.
Ayer, con el mensaje de Jessica aprendimos que todos nos necesitamos para construir un mundo mejor para la mujer. De nada sirve ser sólo testigos de la revolución más grande del siglo, hay que participar en ella. Hay que empujarla.